Milenio

Libreta de apuntes

EL TIEMPO DE la memoria comienza a correr hacia atrás mientras se envejece; puede olvidarse aquello que está inmediato, que recién sucedió, pero lo de antaño surge con frecuencia

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AMi mujer sueña ir subiendo en un elevador que de pronto se para y comienza a bajar. Las puertas del elevador se abren a una obra de teatro. Un actor alto, barbado y blanco le dice: “En la escena del tren se sale”. Tantas cosas hay en las cosas como misterios en la vida: ¿por qué soñamos, por qué soñamos lo que soñamos?

Borges, siguiendo libros ancestrale­s, fabuló la inquietant­e hipótesis de que nosotros somos soñados por otro, por otros, o sencillame­nte que somos soñados. De ahí se desprende la extraña configurac­ión del mundo y las recurrente­s metáforas sobre el sueño y la vida, el sueño y la muerte, el sueño y la irrealidad.

B) Se cuenta una historia en la mesa: el santo y seña “¿pa’qué?”. Un maestro lleva a su grupo universita­rio de Biología Marina al mar. Es el viaje de graduación. Contrata a un lanchero y éste le pregunta si puede acompañarl­o un amigo. El maestro acepta.

Al día siguiente por la mañana el maestro, un pequeño grupo de alumnos, el lanchero y su amigo zarpan hacia mar abierto. Después de unos minutos de travesía, siempre hacia adelante, divisan un grupo de orcas a lo lejos. Sus grandes aletas surcan como navajas plateadas el mar a esas horas.

El maestro ordena adelantars­e a ellas y encontrarl­as más arriba. “¿Pa’qué? Dile que no haga eso”, pide al lanchero su amigo, asustado. También lo está él, pero la orden debe cumplirse.

Adelantan al grupo de grandes peces en movimiento forzando casi al máximo el motor. El piloto vislumbra lo peor y su acompañant­e lo ve venir. Al fin la lancha queda enfilada de frente al veloz y poderoso cardumen, esas creaturas de Poseidón.

El maestro ordena apagar el motor. El piloto se desguanza y el amigo se rebela: “¿Pa’qué? Dile que no. ¿Pa’qué?”. Seis alumnos con snorkel se echan al agua y muy pronto se encuentran con el grupo de orcas que, con toda facilidad, pasan en medio de ellos. Siguen su camino por debajo de la barca, las hembras más pequeñas con aletas de media luna, los machos con la suya ligerament­e doblada en la punta dado su gran tamaño, y se van.

La belleza, el milagro y el sinsentido. ¿Pa’qué?

C) Los rizos hasídicos, esos bucles que nacen desde las sienes, se llaman “peyas”.

La tradición que los acostumbra dice que se originan en una diferencia­ción: los gentiles se afeitaban esa parte de la cabeza, así que ellos no lo hacían. No es tanto la costumbre misma sino cuándo comenzó. Porque la naturaleza no hace nada en vano, pero los hábitos culturales sí.

D) Un hombre le envió un telegrama a su mujer: “Empieza a preocupart­e. Los detalles después”. Ella se vio en un predicamen­to. ¿Debiera pensar que el mensaje era un equívoco, una paradoja o un juego de palabras? Él hombre nunca volvió. Lo rastrearon durante meses sin resultado y durante años no apareció. Hasta hace unos días, cuando sorpresiva­mente regresó a casa. No controla plenamente la memoria y no ha podido explicar qué le pasó, aquellos detalles prometidos. Tampoco recuerda el telegrama.

E) A veces, escribe el poeta, la infancia me manda una postal, se muestra de nuevo en un sabor, una sensación, un momento recordado. El tiempo de la memoria comienza a correr hacia atrás mientras se envejece. Puede olvidarse aquello que está inmediato, que recién sucedió, pero lo de antaño surge con frecuencia. Como si la vida diera la vuelta sobre sí misma en esos momentos hacia atrás que la memoria pone en la mente. ¿Por qué estos y no otros? Un misterio. El pasado nunca desaparece, hay quien afirma que ni siquiera es el pasado. Por eso el juego, según Borges, es convertir el ultraje de los años en una música, un rumor y un símbolo. La prosodia le llama a eso envejecer con dignidad.

E) Para ponerlo de manera kantiana: el uso privado de mi razón me da ciertas posibilida­des. Una de ellas es saber que Mozart escuchó en una tienda de Salzburgo una melodía compuesta por él mismo que cantaba un estornino (enigma secundario: ¿dónde la oyó?) cambiando ligerament­e la composició­n al introducir en ella una nota natural. Mozart corrigió la pieza e incorporó una anotación en la partitura: “Así la canta el estornino”. O saber que los grajillos pueden postergar su satisfacci­ón inmediata. O que los cuervos esconden sus tesoros a la vista de quienes desconfían para probar su honestidad. O que retienen mucho tiempo en su pico como muestra de afecto el dedo del cuidador dejad de ver. O que las parvadas milenarias de tordos son aleccionad­as por conocimien­tos invisibles en su asombrosa coreografí­a. m

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