Arreola: realidad, irrealidad y arreolidad
TAMBIÉN PUEDE OCURRIR que el barón de Büssenhausen, y Cide Hamete Benengeli, y el árabe loco autor del Necronomicón, y Sebastian Knight, y Mir Bahadur, y otros escritores de supuesta condición espectral, existieron realmente
Juan José Arreola (1918, Zapotlán el Grande-Guadalajara, 2001), uno de los legendarios cultivadores mexicanos de la Página Perfecta, ejerció su varia invención en casi todos los géneros literarios: el ensayo, el cuento, el teatro, el poema en prosa, la novela, la fábula, el aforismo, el palindroma, las memorias, y en ellos jugó con sus propios espejos y fantasmas.
Escritor de escritores y para escritores, juglar y jugador de la palabra oral y escrita, Arreola se deleitó y nos deleitó dándonos gato por liebre y al revés: liebre por gato, y entre sus muchas buenas artimañas nos ofreció dos muestras contrarias de fantasmagoría literaria: el autor fantasma y el falso autor fantasma, más sus correspondientes obras.
Veamos un texto arreolino del libro Palindroma. Lo inusitado y escabroso del tema y las peculiaridades bibliográficas parecían delatar que la obra El himen en México —tratado de “la virginidad perdida en violaciones, estupros y matrimonios” y de “la morfología del himen, así como sus anomalías”, obra del profesor en Farmacia Francisco A. Flores (socio de la Academia Náhuatl y miembro de las sociedades Mexicana de Historia Natural y de la Médica Pedro de Escobedo), autor del “opúsculo hermoso, impreso sin erratas en la Oficina Tipográfica de la Secretaría de Fomento, calle de San Andrés número 15, el año de 1885, sobre 99 páginas útiles, más 16 láminas impresionantes” —era una fantasmagoría ideada por Arreola. Pero autor y libro existen realmente en el catálogo y en las estanterías de las Colecciones Especiales de la Biblioteca de México (la de la Ciudadela capitalina), aunque…
Aunque no todo es liebre en el comentario de Arreola, que introduce el gato mediante algunos párrafos de pura irrealidad y arreolidad, y así una obra real presentada en una falsa reseña bibliográfica, pasó al género de la fantasía y de la Patafísica (que es, según postulaba Alfred Jarry, la Ciencia de las Excepciones y un método para establer leyes generales sobre lo singular y lo particular). De modo que, aunque no sepamos si el profesor Francisco A. Flores tiene méritos para ser considerado un paladín de la ciencia nacional, pasó a ser un motivador glorioso de las letras mexicanas, pues al escribir un libro científico motivó un memorable texto literario.
Asunto distinto pero no muy distante es la obra de la que trata el texto “In memoriam”, del libro Confabulario. Allí se comenta la Historia comparada de las relaciones sexuales, del barón Büssenhausen, impresa “en cuarto mayor” sobre “fino papel de Holanda”, y celebrada por psicoanalistas, discutida por teólogos, antropólogos y analistas marxistas, y cuya “traducción abreviada en inglés ha sido un best seller sensacional”, y una obra insospechable de fantasmalidad.
Arreola habla de un “mar de dos mil páginas”: quizá pocas para asunto tan arduo, pero suficientes para que un ejemplar haya caído “como una pesada lápida mortuoria sobre el pecho de la baronesa viuda de Büssenhausen”. El tema y el género se abren a las interrogaciones. ¿Büssenhausen escribió una historia de las relaciones sexuales de todos los tiempos y lugares y culturas, o una refutación de Engels, o la antiteología de un “esmerado infierno”, o bien, tomando sus “devaneos, ensueños libidinosos y culpas secretas” por certidumbres científicas, compuso, sin saberlo, una novela que atrae “el recuerdo de Marcel Proust y James Joyce”? Y el lector se ve capoteado por dos virtuosas arreolinas: se trata de un libro fantasma de autor fantasma: el tal Büssenhausen, un personaje inventado por Arreola y cuyo modelo podría ser el capitán inglés Richard Francis Burton, buscador de las fuentes del Nilo, autor de estudios sobre hábitos sexuales del África y de los diversos Orientes, minucioso compilador de detalles eróticos en su traducción de Las mil y una noches, cuya viuda escandalizada y quizá vengativa quemó en un privado autodafé los miles de originales inéditos del esposo. Y Arreola, en los supuestos cincuenta capítulos de la obra dedicada a la otoñal y quizá no marchita baronesa Gunhild de Büssenhausen (señora “de temple troyano”), descubre los fantasmas de una señora de libido deseosa y pura aunque atormentada (o bien atormentada por pura y deseosa).
En conclusión, si se cree en tal figura retórica, también podría ocurrir que el barón de Büssenhausen, y Cide Hamete Benengeli, y el árabe loco autor del Necronomicón, y Sebastian Knight, y Mir Bahadur, y otros escritores de hasta hoy supuesta condición espectral, existieron realmente. Pero entonces, presumiendo que la lógica simétrica de los opuestos rige el mundo, los escritores fantasma podrían ser Cervantes, Lovecraft, Nabokov, Borges, Arreola, etcétera, y tales figuras registradas de la historia universal de la Literatura se hallarían bajo la fantasmal sonrisa percibida por Alicia en el País de las Maravillas, fundado por Lewis Carroll. Es decir: la sonrisa de gato que persiste aunque ya no hay gato. m