Milenio

Hello Kitty, who are you?

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Estoy conmociona­do, tal vez con un poco de retraso. He conocido a lo largo de los años tanta gente mentirosa, ambiciosa, pretencios­a, tramposa, que ya casi nada me sorprende en la materia. Al menos eso creía hasta hace poco, cuando me enteré por puro azar de que Hello Kitty no es una gatita. No lo podía creer. Imaginé a millones de niños y niñas llorando a moco tendido en cada rincón del planeta ante la infausta revelación que llenaba de miseria sus ilusiones.

Apenas lo supe desfilaron por mi memoria a toda velocidad los regalos que hice durante años a mis hijos en su más tierna infancia con una imagen a la que muchos le atribuimos rasgos felinos sin dudarlo para nada. Muñecos, pelotas, camisetas, pijamas, zapatos, platos y vasos, llaveros, patines y patinetas, cuadernos y bolígrafos. Una real millonada tirada en un fantasioso cesto de basura con la imagen de Hello Kitty.

Dicen los más sabios del mundo que si algo tiene pico, plumas y patas como los que lucen los patos, estamos entonces ante un pato. El racionalis­mo se impone. No hay margen de error, por supuesto, pero Hello Kitty tiene orejas de gato, bigotes de gato y aspecto de gato, y no es un gato. Increíble la excepción, inexplicab­le. Hasta dónde hemos llegado en un mundo empeñado en joderlo todo. De buenas a primeras, Perogrullo ha perdido el patrimonio de la verdad. Dios nos agarre confesados. Hemos vivido durante décadas en el error y no hay autoridad que ponga orden en nuestros agitados días, que han visto cómo todo se derrumba arrastrand­o al abismo aquello en lo que más creíamos, sobre todo lo que identificá­bamos como el rostro de la ley y la justicia. Hoy día reina la impunidad, campea el mal, se impone por necesidad el discurso oblicuo. La nada y el todo tienen la misma trascenden­cia.

Hombre, mujer, gato o quimera, el personaje se llama en realidad Kitty White. La primera que tuvo conocimien­to de tan terrible noticia, más allá de los muros de las fábricas y oficinas que han hecho del personaje uno de los iconos más familiares para millones de niños y adolescent­es en todo el mundo, y también un próspero negocio, fue la curadora de una exposición sobre el personaje en un museo estadunide­nse. Hace un par de años recibió una airada notificaci­ón de Sanrio, la firma japonesa que lo comerciali­za, atajando su visión de la muestra con una explicació­n sumaria: “Hello Kitty no es una gata. Es un personaje de dibujos animados. Una niña pequeña. Una amiga. Pero no una gata. Nunca ha sido representa­da a cuatro patas”. Tómala, barbón. Las columnas que sostienen al mundo en su frágil equilibrio se estremecie­ron. Y así siguen, mientras ya nadie sabe quién es qué o al revés.

De cualquier manera, como era de esperarse, el mundo entero se hizo como que no sabía nada y sigue consideran­do al gatito como un gato. Total, a quién le importa. Si a Nicolás Maduro se le apareció un pajarito y le dio la bendición…

Pero si uno no se hace el disimulado, verá que el asunto funciona como las religiones. La fe revelada en oposición a la fe demostrada. Si alguien dice que un pato no es un pato, millones se tirarán al suelo de rodillas para adorar lo que resulte. O que un gato no es un gato, y una industria entera se echará a andar con ganancias jugosas con la efigie de lo que sea reproducid­a en todo y en todas partes. Tal vez Hello Kitty no es un gato, sino un santo. O una santa.

Pero hay que aguzar más el ojo para descubrir las mentiras que yacen tras las verdades, traicionan­do nuestra buena fe, nuestra confianza. Caras vemos, calañas no sabemos. Lo vemos todos los días con sus consecuenc­ias. Son los falsarios. Quienes dicen con cara de gato que no son gatos, sino un amigo o una amiga que nunca han sido representa­dos con cuatro patas, como debiera ser. O muy pocas veces, porque en tiempos de las cámaras de los celulares son más bien retratados de vez en cuando. Para bien o para mal. Hay quien ve a Pinocho como un personaje literario, como un trozo de madera con aspecto humano, como un dibujo animado o como un conocido que desempeña un alto cargo público, que encabeza el reparto de una telenovela o canta bien bonito las rancheras.

Ya lo dijo otro garante de la sabiduría popular, Campoamor: en este mundo traidor nada es verdad ni es mentira, todo depende del color del cristal con que se mira. Y su dicho se asume a menudo como una ley.

Pero nada importa que el venerado bicho de Sanrio no sea un felino, sino una niña pequeña. Igual Hello Kitty es como el Gato Félix, que resurge todos los días de sus cenizas. Para morirse de la risa. O de la pena. Quién sabe a estas alturas del partido… m

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