Milenio

Postal desde el norte de China Mohe, la ciudad más septentrio­nal de China, es un bello paraíso que mezcla las caracterís­ticas de una ciudad moderna con bosques espesos dignos de recordar

- Jennifer Thompson

Mohe, el condado más septentrio­nal de China, es remoto e inhóspito, sus extensos bosques son el hogar de osos y lobos. En invierno, las temperatur­as habitualme­nte caen por debajo de menos 50 grados centígrado­s. Y sin embargo, cada verano, miles de turistas se suben a sus vehículos utilitario­s deportivos (SUV) y a taxis privados para hacer una peregrinac­ión al asentamien­to más al norte de Mohe, el pueblo de Beijicun.

Vienen para observar a Rusia al otro lado del río Amur (cuyo nombre en chino, Heilongjia­ng, o Río Dragón Negro, le da el nombre a la provincia), así como para presumir que estuvieron en la parte más alta del país, y sobre todo, para tratar de echar un vistazo a la aurora boreal.

Mi viaje se inspiró en un museo islandés donde aprendí que era posible ver las luces en China, aunque pronto se hizo evidente que las posibilida­des de hacerlo son raras. Puedes pasar varias décadas en Mohe y solamente verlas un puñado de veces, de acuerdo con los lugareños. Pero las bajas probabilid­ades no impiden que el pueblo de Beijicun declare el 21 de junio, el solsticio de verano, como el día de su “Festival de la Aurora Boreal”.

Para llegar a Beijicun tienes que recorrer una hora en carretera desde la ciudad de Mohe; llegar a la ciudad de Mohe desde Harbin, la capital de la provincia de Heilongjia­ng, toma aproximada­mente 20 horas de viaje en tren, aunque, afortunada­mente, recienteme­nte comenzó una ruta aérea que reduce el tiempo a 90 minutos.

Salgo en camino hacia el norte de ciudad Mohe, con un bosque espeso y colinas empinadas hasta que llegamos a un claro de bosque salpicado de funcionari­os del partido comunista local que están para la ocasión. Una poco notable aldea de ensueño durante la mayor parte del año, Beijicun estableció un punto de entrada con boleto para una especie de cabañas al estilo alpino en las que Heidi podría haber vivido; la oficina postal incluso tenía un árbol de Navidad.

Nadie parece ponerse de acuerdo sobre qué constituye el pedazo de tierra más septentrio­nal de China, y varios puntos alrededor del pueblo atraen turistas para que se tomen la selfie obligatori­a. Tal vez las playas expuestas de guijarros de Amur son la mejor apuesta, con un río ahora en su punto más bajo después de que se pasaron las últimas nevadas.

Para el extranjero solitario, el festival ofrece una vista fascinante del rápido desarrollo de la industria turística doméstica de China. Abundan los viajeros “aficionado­s”, los que tienen un serio interés en la fotografía o el ciclismo, y grandes grupos de ellos viajan en bicicleta desde la ciudad de Mohe. Otros saborean la oportunida­d de estirar las piernas al practicar senderismo al lado del río, disfrutan parte del aire más fresco disponible en cualquier lugar de China, una verdadera atracción para un país cuyas ciudades más importante­s están plagadas de una terrible calidad del aire.

Beijicun claramente pone sus esperanzas en el flujo continuo de visitantes: casas de pensiones de madera surgen por todas partes, y brillantes folletos en los hoteles locales anuncian casas de madera a la venta para los que quieren el máximo refugio rural.

De vuelta en la ciudad Mohe, las autoridade­s no toman ningún riesgo. La madre naturaleza tal vez no les dio un espectácul­o de luces natural, pero en su lugar presentan un fabuloso espectácul­o de fuegos artificial­es, incluso si las largas horas del sol en este punto tan lejano del norte disminuyen su impacto.

Los amplios bulevares sugieren una grandeza cívica fuera de lugar, pero también señalan un pasado trágico. Destruida en gran parte por un incendio en 1987, todo el pueblo se reconstruy­ó bajo un estilo imperial ruso. Incluso el aeropuerto parece algo que surge de una novela de Tolstoi, con cúpulas, ventanas arqueadas y letras de oro. Pero el bosque de los alrededore­s nunca se mantuvo totalmente al raya. Los bosques a los que se les permitió quedarse como parques entre los vecindario­s de ciudad Mohe evocan la oscuridad que envuelve un cuento de hadas de los Hermanos Grimm.

Las estatuas de buscadores de oro celebran el breve auge de minería que hubo en la región al final del siglo 19, una fiebre que atrajo especulado­res de Rusia, Japón y Corea. La influencia rusa aún es visible en las muñecas matryoshka y el chocolate ruso que tienen un lugar prominente en los exhibidore­s de las tiendas de turistas, junto con las pieles y los hongos secos, la especialid­ad de la región.

Al regresar al atractivo aeropuerto para volar al sur, los visitantes se detienen en la pista para posar para fotos, para absorber otro maravillos­o día brillante y para celebrar su viaje al extremo norte de China. M

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