EL CANTINFLEO INSTITUCIONAL
El descrédito de la política institucionalizada está tan ampliamente difundido en la actualidad, que solo el humor permite digerir y convivir con las noticias que conocemos día a día, e incluso el novelista más imaginativo tendría dificultades para dar con ejemplos tan ocurrentes. Cuando uno escucha hablar a los líderes de numerosos países, parecería como si se hubieran fusionado en un arquetipo un tanto paródico, con gestos y talante automáticos, robóticos, incapaces ya de sorprendernos con declaraciones cantinflescas para explicar, por ejemplo, que sí pagó el predial del departamento de Miami el hermano de una funcionaria que recibió contratos millonarios durante el actual gobierno, pero, eso sí, solo como un favor de amigos, pues seguramente la primera dama se encontraba tan ocupada que no tenía tiempo de pagar ella por internet los casi 30 mil dólares que le correspondía pagar (¿qué son esos pequeños favores entre amigos, en realidad?). Prácticamente cualquier país, al menos en América Latina, ofrece a menudo ejemplos igual de aberrantes de corrupción, indiferencia ante la realidad, ignorancia y demás rasgos que separan cada vez más a la élite político-empresarial que rige el destino de nuestras sociedades, de las realidades cotidianas de los millones de gobernados.
El problema es que las opciones resultan prácticamente intercambiables, y fuera de diferencias de estilo, terminan dando un poco igual las siglas del partido que abandere a los gobernantes en turno, pues en lo fundamental se encuentran decididas las políticas bajo las cuales habremos de organizarnos, así como el tipo de sociedades tan desiguales que producen. El cinismo es tan abierto que, para poner otro ejemplo, en la reciente carta abierta al PSOE que escribió Albert Rivera, el líder de Ciudadanos, para pedirle a los socialistas que no bloqueen la investidura del actual presidente español, reconoce que aunque no les gusta el actual gobierno, y Rajoy no es la “persona adecuada” para comandarlo, no hay más remedio que apoyarlo para que continúe en su cargo otros cuatro años, a pesar de los muy abiertos y públicos escándalos de corrupción que han salpicado a su partido y a su entorno directo.
Ante la eterna pregunta de “¿qué hacer?” nos enfrentamos también a la eterna respuesta de no tener la menor idea, pero quizá no es un punto de partida menor intentar nombrar a la clase política por lo que es, y continuar señalando y desnudando sus prácticas ilegales e ilegítimas, para al menos encontrar empatía y conexiones entre una masa de ciudadanos conscientes de que la política partidista es en la actualidad un pestilente callejón sin salida, y que más vale buscar refugio en formas de organización y de defensa comunales, pues a menudo son la única forma para protegerse de los arbitrios del poder. Como bien sabían Nietzsche y Foucault, la política no es
solamente la gran política, y los tejidos de nuestras sociedades no terminan de descomponerse del todo gracias a los minúsculos actos para la creación de redes de solidaridad, culturales, incluso festivas, que corren como una especie de río subterráneo, completamente ajenas a las vidas de artificial vacío bajo las que transcurre la existencia de la casta que nos gobierna.