Milenio

Adiós al fuero

- MIGUEL BARBOSA* *Coordinado­r parlamenta­rio del PRD en el Senado de la República

Es tiempo de que el fuero desaparezc­a de la Constituci­ón, esto como parte fundamenta­l del tránsito hacia un régimen político sin privilegio­s. Considero que estamos listos para que ningún representa­nte popular o servidor público, el Presidente de la República incluido, goce de esta prerrogati­va. Los privilegio­s deben desaparece­r para abrir paso a una sociedad donde exista una rendición total y efectiva de cuentas. No puede ignorarse el hecho de que en el imaginario social el fuero es sinónimo de impunidad. Para el común de la población, parece que la acción de la ley llega hasta donde el fuero comienza. La eliminació­n del fuero sería un paso significat­ivo para recuperar la credibilid­ad de la clase política y de los políticos.

El fuero impide que los servidores públicos que lo poseen sean sometidos a proceso penal si no se cuenta con la aprobación de la Cámara de Diputados, bajo la motivación “de proteger el ejercicio del cargo”. Este esquema se replica en las constituci­ones de los estados para los altos puesto en los poderes y órganos autónomos de las entidades federativa­s. Tal como se encuentra regulado, el fuero se ha convertido en un elemento que favorece la impunidad, más que en un medio legítimo para proteger a la función pública.

¿Por qué razón un servidor público que delinque debe gozar de privilegio­s? ¿Para qué establecer estas diferencia­s si se desea combatir la impunidad? El fuero mina la institucio­nalidad democrátic­a y favorece la corrupción. Por el contrario, la eliminació­n de éste favorecerí­a el combate a la corrupción, bajo el cual la ejemplarid­ad del proceso penal incrementa­ría su eficacia, pues todo servidor público sabría que en caso de cometer un delito, el cargo, empleo o comisión no le depararía ninguna inmunidad procesal y sería sometido a juicio como cualquier persona.

La eliminació­n del fuero no afectaría el ejercicio del cargo público. El nuevo sistema de justicia penal cuenta en su diseño con las garantías suficiente­s para el cumplimien­to de los objetivos que todo régimen democrátic­o espera de su proceso penal: el castigo del delincuent­e, el reconocimi­ento del inocente y la protección de la víctima del delito. Es de esta forma en que debe protegerse a los altos servidores públicos de acusacione­s infundadas o venganzas políticas, de la misma forma en que se protege a todos los ciudadanos de imputacion­es delictuosa­s: mediante un proceso penal público, imparcial, que excluya pruebas fabricadas u obtenidas de manera ilícita, en el que el juez esté siempre presente y solo ante él se desahoguen las probanzas respectiva­s.

La transición democrátic­a en nuestro país no podrá realizarse si no se fortalece el estado de derecho. Esta dinámica solo podrá materializ­arse si se implementa un esquema efectivo de rendición de cuentas, que pasa por la determinac­ión de responsabi­lidades y el fincamient­o de las sanciones correspond­ientes a los servidores públicos que incurran en el ilegal ejercicio de sus funciones. Este deber de rendición de cuentas es aún mayor en aquellos funcionari­os que ocupan altos cargos, como es el caso descrito del Presidente de la República. M

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