¿Vale la pena la universidad?
Invertir en la formación académica ya no es garantía de un trabajo bien remunerado; los egresados padecen para hacerse un sitio dentro del mercado laboral
La semana pasada, un récord de 500 mil jóvenes entre 18 y 19 años empacaron sus laptops para asistir a la universidad en Reino Unido. Tendrán que pagar matrículas que se encuentran entre las más altas de las universidades públicas del mundo, más que muchos estudiantes en Estados Unidos, Canadá y Australia.
Aunque los estudiantes que pertenecen al 1 por ciento superior que va a universidades de prestigio, como Oxford, Cambridge y Bristol, probablemente tengan más oportunidad de encontrar un trabajo de su elección, y que mantengan su dominio de los escalones superiores de la vida pública —convirtiéndose en jueces, columnistas de periódicos o cirujanos— muchos estudiantes de universidades menos célebres van a batallar para encontrar trabajos decentes.
Para estos alumnos, y para los legisladores que promovieron la educación superior durante las últimas tres décadas, cada vez es más necesario preguntar: ¿vale la pena la universidad?
Steve Kemp-King, autor de un informe del grupo de expertos Intergenerational Foundation, menciona que el aumento de la deuda estudiantil a un promedio estimado de 40 mil libras o más significa que, para la mayoría los costos superan los beneficios. Más de 40 por ciento de la fuerza laboral de Reino Unido tiene un título, más que cualquier otro país de la OCDE, además de Japón, dice. Sin embargo, los empleadores ahora exigen un grado para empleos de baja calificación, lo cual erosiona cualquier “prima por graduarse”, es decir, la cantidad adicional que ganan los graduados durante su vida.
El argumento de Kemp-King tiene el respaldo de los últimos datos de la Oficina Nacional de Estadísticas de Reino Unido, que muestran que el salario promedio de un año después de la graduación es de 16 mil 500 libras, mientras que después de 10 años es de 31 mil libras. Para un cuartil más bajo, las ganancias promedio un año después de la graduación es de 11 mil 500 libras y aumenta a 20 mil una década después de salir de la universidad. Los políticos que usan las ganancias financieras de toda la vida como una razón para permitir que las universidades tripliquen el costo de sus matrículas y que ahora elevan además la de grados medios “son culpables de un abuso brutal”, dice Kemp-King. “Es una situación terrible”.
La cartera de los préstamos estudiantiles antes de 1998 se vendió, el experto agrega que si el resto de la deuda también se privatiza, “vamos a tener a toda una generación que efectivamente tenga obligaciones con alguna institución financiera aún desconocida por el resto de sus vidas”.
La idea de la prima de los graduados la impulsó en noviembre de 2002 la ministra laborista de educación superior, Margaret Hodge. Argumentó que los graduados ganaban más de 400 mil libras durante su vida que quienes no contaban con un título. Este argumento se utilizó para justificar la eliminación de los límites en el número de lugares disponibles para estudiantes, al igual que para el incremento en el costo de las carreras.
Estas cifras no solamente son imprecisas —principalmente porque dependen de un promedio que se distorsiona por los que tienen mayores ingresos— sino, que después de una década de aumentos en el costo de las matrículas y de los salarios estancados, ahora están más fuera de la realidad, dice Kemp-King. “¿Qué es esta prima? Es una prima superior a la de los empleos de menor categoría, los empleos de medio tiempo o de contratos de cero horas”.
Kenneth Baker, alguna vez ministro en el gobierno de Margaret Thatcher, es otro que desafía la idea de que la universidad siempre tiene resultados. Pasó los últimos cinco años con la creación de una red de 48 colegios universitarios técnicos, instituciones híbridas que ofrecen capacitación vocacional para casi 10 mil jóvenes entre 14 y 18 años. “Hay un gran nivel de subempleo entre los graduados”, dice. “El hecho es que las universidades quieren la mayor cantidad de traseros en los asientos como sea posible, pero tienen que pensar sobre el destino que hay para los puestos de trabajo”. “Si alguien completa una carrera en sociología y seis meses después trabaja como barista en una cafetería, ese es un problema tanto para ellos como para la economía”.
El problema se acentuó con la revolución digital, que terminó con los puestos del estilo de mandos medios que la gente con títulos en humanidades obtiene, dice. Mientras tanto, una brecha de las capacidades provocó que las calificaciones técnicas se eliminen de las escuelas y de los cursos de educación superior.
Otros países lograron superar de mejor forma el problema que se conoce como “barista con doctorado”. Suiza, Austria, Alemania y los Países Bajos mezclaron la educación formal, la formación, el trabajo y la experiencia internacional para poder proporcionar las habilidades que requieren los empleadores, de acuerdo con una investigación de Adecco, la firma de reclutamiento con sede en Suiza.
Charlie Ball, subdirector de investigación de Higher Education Career Services Unit, dice que todavía es mejor tener un título que un grado medio para poder ampliar la habilidad necesaria para lidiar con los rápidos cambios en la tecnología y en las empresas. A las compañías no les preocupa cuál es exactamente la carrera que estudiaron sus empleados, agrega. “Un grado es una disciplina. Cuando los graduados de psicología estaban de moda, todo el mundo sabía que no tendríamos 8 mil o 10 mil empleos en psicología cada año. Pero las habilidades que aprendieron, que unen a las matemáticas con las relaciones humanas, son exactamente lo que muchos empleadores modernos necesitan, así que los graduados en psicología tienen una tasa de desempleo menor que el promedio”, aseveró.
Las prácticas de formación son demasiado especializadas e inflexibles, dice. “En la última recesión los más golpeados resultaron ser los operadores expertos. Jamás es la gente con los mayores niveles de educación la que más sufre”.
Con matrículas más caras y el estancamiento de sueldos, un préstamo estudiantil es poco útil