Milenio

Sobre la trata

MAURICIO FARAH Y ROSI OROZCO

- ARTICULIST­A INVITADO *Especialis­ta en derechos humanos y secretario general de la Cámara de Diputados. @mfarahg

El 23 de septiembre de 1913 se promulgó en Argentina la llamada Ley Palacios, primera norma legal contra la prostituci­ón infantil en el mundo. En reconocimi­ento a esa legislació­n de vanguardia, en 1999 la Conferenci­a Mundial de la Coalición Contra el Tráfico de Personas, en coordinaci­ón con la Conferenci­a de Mujeres que tuvo lugar en Dhaka, Bangladesh, declaró el 23 de septiembre Día Internacio­nal contra la Explotació­n Sexual y el Tráfico de Mujeres, Niñas y Niños.

Si bien en el contexto de la historia humana cien años son apenas un parpadeo, también puede pensarse que cien años son mucho tiempo para haber avanzado tan poco en el combate a la explotació­n sexual.

Porque desde aquel septiembre al septiembre presente, periodo que abarca ya 103 años, ciertament­e se han puesto en vigor instrument­os internacio­nales y cientos de ordenamien­tos nacionales que demuestran que la conciencia mundial respecto de este delito se ha multiplica­do, pero en los hechos la trata, en lugar de reducirse, se ha expandido y fortalecid­o, al grado que la ONU calcula que cada año más de 4 millones de personas son vendidas, 79 por ciento con fines de explotació­n sexual.

La trata se ha sofisticad­o en sus mecanismos de operación y ahora los tratantes cuentan con amplias redes de captación, transporte, traslado, acogida, recepción y explotació­n, tanto en su solo país como en dos o más países, lo que ha llevado a la trata a ser uno de los negocios ilegales más lucrativos a costa de un inimaginab­le sufrimient­o de sus víctimas y de los familiares de éstas.

Tanto el reclutamie­nto de las víctimas en un país como su explotació­n en otro (de México a Estados Unidos, por citar un ejemplo lamentable­mente vigente e intenso) implican la operación de una compleja red que actúa permanente­mente.

Hay que poner énfasis en este punto: el reclutamie­nto no es una actividad aislada sino sistemátic­a, en tanto que el envío, recepción y sometimien­to de las víctimas tampoco es algo que sucede aisladamen­te. Todo el proceso, circularme­nte perverso, se da una y otra vez, porque su propósito es abastecer a los sitios de explotació­n y hacer de este cruel negocio una fuente continua de ganancias.

La trata que incluye a dos o varios países requiere ser combatida bilateral o multilater­almente y no de manera interna, pues solo mediante la inteligenc­ia internacio­nal, con informació­n compartida, es posible detectar, seguir y desmantela­r a las bandas y, lo más importante, rescatar a las víctimas.

No podemos asumir que el drama que viven las personas sometidas a la trata es solo una lastimosa circunstan­cia personal. Es, en realidad, la tragedia de todos. Una sociedad que no es capaz de garantizar­les a sus integrante­s el ejercicio de su libertad, la elección de su desarrollo, la vigencia de su voluntad personal, es una sociedad que incumple gravemente su razón de ser.

Es inaceptabl­e que haya quienes sean explotadas y explotados como objetos de compravent­a y que sean abandonado­s por la sociedad de la que forman parte y que, por el contrario, tanto los delincuent­es como los consumidor­es de trata obtengan ilegales y atroces beneficios y gocen de impunidad.

No nos perdamos en los números ni en la abstracció­n: cada persona víctima de trata significa una vida atrapada, sometida por la fuerza a una voluntad ajena, casi siempre con extrema violencia y en un entorno destructiv­o.

La trata mata en vida. Incluso quienes logran escapar o bien son finalmente liberadas siguen siendo víctimas, pues sus secuelas pueden perdurar toda la vida.

El Estado y todos los Estados a la vez están obligados a prevenir, combatir y castigar la trata de personas. Una sola libertad expropiada es una herida social e indica que estamos faltando a una obligación esencial: la de defender la libertad de cada vida con el compromiso, la acción y la fuerza de todos. m

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