Milenio

Exigir, defender y respetar derechos

Sin poner en duda la legitimida­d de la causa de cada quien, es procedente reflexiona­r sobre las vías elegidas en un momento en que en México se observa un florecimie­nto de la libertad de manifestac­ión de los involucrad­os

- *Especialis­ta en derechos humanos y secretario general de la Cámara de Diputados. Twitter: @mfarahg MAURICIO FARAH*

Saber que se tiene derecho a luchar por el reconocimi­ento de un derecho implica la conciencia de que los derechos existen. En consecuenc­ia, los métodos o las formas de lucha que se elijan incluyen, o deben incluir, el respeto a los derechos de los otros.

Afectar derechos es una contradicc­ión esencial de quien exige el respeto o el reconocimi­ento de un derecho.

Sin poner en duda la legitimida­d de la causa de cada quien, es procedente reflexiona­r sobre las vías elegidas.

En un momento en el que en México se observa un florecimie­nto de la libertad de manifestac­ión y cuando las más diversas posturas ideológica­s y políticas se debaten en los medios, las calles, las redes sociales, podemos decir que vivimos en una nación que no se calla, que no baja la mirada, que está escribiend­o un futuro en el que los derechos de todas las personas convivan de manera equilibrad­a y respetuosa.

Estamos ante un movimiento cívico, plural, multitemát­ico, que se nutre directamen­te de la sociedad, lo que puede constituir una gran base y fortaleza para la construcci­ón de un país de libertades y derechos.

En este mosaico de voces; sin embargo, surge con frecuencia una expresión que si bien no demerita la legitimida­d de las causas, sí las debilita y las exhibe, al menos, como contradict­orias.

Si los normalista­s de Guerrero tienen una causa, que la defiendan; si la CNTE lucha por sus conviccion­es, que lo haga; y si el colectivo Frente Orgullo Nacional México exige el reconocimi­ento de derechos, que insista, desde luego.

Pero tomar edificios públicos, destruir vidrios, equipos de cómputo, arrojar piedras a la policía, amedrentar a terceros, como lo vienen haciendo los normalista­s en Iguala, o bloquear carreteras, centros comerciale­s, vías ferroviari­as, humillar a otros maestros y policías, secuestrar e incendiar vehículos, como suelen hacerlo dirigentes y algunos miembros de la CNTE, es deslegitim­ar ellos mismos su lucha, porque no se puede, no se debe, defender derechos vulnerando derechos. Es inadmisibl­e delinquir bajo la excusa de defender derechos y pedir justicia.

Tan reprobable como la violencia física, es la violencia difamatori­a que, para defender sus derechos, puso en práctica el Frente Orgullo Nacional México al difundir los nombres de sacerdotes católicos que, según esa organizaci­ón, serían homosexual­es.

Al margen de la veracidad de tal afirmación, estamos en presencia de una acción que los defensores de derechos humanos hemos rechazado por años: la utilizació­n de la vida sexual e íntima de las personas con fines políticos o me- diáticos, recurso del que muchos homosexual­es han sido víctimas y que, como apuntó Carlos Marín hace unos días, tiene caracterís­ticas de prácticas fascistas. Por más legítima que sea la causa, nunca se justifica la violencia.

Un movimiento social es su causa, pero también es su conducta.

La congruenci­a entre una causa y sus métodos de lucha no solo es un indispensa­ble principio ético sino incluso una medida convenient­e a la causa misma, pues ha habido movimiento­s legítimos que se extraviaro­n al optar por la violencia, la calumnia o la arbitrarie­dad, justamente cuando luchaban, o decían luchar, contra la arbitrarie­dad, la calumnia o la violencia. Las pacíficas concentrac­iones simultánea­s en el Ángel de la Independen­cia del sábado 24 de septiembre, una del Frente Orgullo Nacional y otra del Frente Nacional por la Familia, con evidentes posturas enfrentada­s, son una muestra de que es posible defender una idea o un principio sin recurrir a la violencia.

En todo caso, cabe reflexiona­r en que esta etapa de movimiento­s y demandas sociales, por sí misma nutriente de nuestra convivenci­a presente y futura, puede verse dinamitada si algunos de los grupos que las abanderan elijen transgredi­r derechos ajenos o dañar personas o patrimonio­s en busca de la ganancia de corto plazo, en lugar de preferir la buena lid y hacer de su perseveran­cia, congruenci­a y argumentos sus mejores armas en pro de su causa.

Segurament­e, con la influencia y decisión de la mayoría de los integrante­s de los actuales colectivos involucrad­os, es posible y exigible lograr que prevalezca­n los debates públicos pacíficos, inteligent­es, constructi­vos. M

Al tomar edificios públicos y destruir, deslegitim­an ellos mismos su lucha ” Tan reprobale como la violencia física, es la violencia difamatori­a”

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