Analiza Fontcuberta la furia de las imágenes
Aborda en notas lo que ya ha bautizado como la “era posfotográfica”
Paul Valéry vaticinó en 1928 que como el agua, como el gas, como la corriente eléctrica que llegan de lejos a nuestros hogares para satisfacer nuestras necesidades casi sin esfuerzo, así nos alimentaríamos de imágenes visuales o auditivas, que nacerían y se desvanecerían al menor gesto, a la menor señal, lo que, como señala el artista, crítico, curador e historiador de arte Joan Fontcuberta, ocurre ya en la que ha bautizado como “era postfotográfica”, un tiempo “caracterizado por la producción masiva de imágenes y su circulación y disponibilidad en internet”, que representa el “síntoma de una patología cultural y política”, a la vez que “nos interroga sobre la naturaleza de la creación y sobre las condiciones de la artisticidad”.
Como apunta Fontcuberta en su ensayo La furia de las imágenes. Notas sobre la postfotografía, que acaba de ser publicado bajo el sello Galaxia Gutenberg, “no asistimos al nacimiento de una técnica, sino a la transmutación de unos valores fundamentales” y al “desmantelamiento de la visualidad que la fotografía había implantado de forma hegemónica durante un siglo y medio”.
En entrevista exclusiva con MILENIO a propósito de la publicación de este ensayo, Fontcuberta (Barcelona, 1955) — autor de libros como Fotografía y verdad o La cámara de Pandora, y cuya obra visual forma parte de las colecciones de museos como el MoMA de Nueva York o el Science Museum de Londres— establece que el cambio de paradigma al que se enfrentan las sociedades actuales es que “con la evolución cultural, política y tecnológica, el tipo de imágenes que ahora producimos y que seguimos llamando fotográficas, ya no tienen ese imperativo con el que en el siglo XIX nació la fotografía, un mandato ideológico auspiciado por la revolución industrial, el positivismo y la cultura tecnocientífica, que a lo largo de siglo y medio había desarrollado un imaginario en el que prevalecía como andamiaje teórico la verdad y la memoria, pues hacíamos fotografías para demostrar un hecho y salvaguardar el recuerdo de sus detalles. Hoy la verdad y la memoria se desvanecen y la fotografía, en su caparazón, sigue teniendo la misma fachada, pero cultural, social e incluso antropológicamente ya obedece a otras necesidades”, afirma.
Dos revoluciones
Lo que ha hecho posible que tengamos que asumir de una manera distinta las imágenes tiene que ver con dos hechos o, como dice Fontcuberta, dos revoluciones consecutivas que han tenido un impacto fundamental sobre la imagen y sobre la comunicación en general: “Una primera revolución tecnológica que tiene lugar en los años 90 del siglo XX con la aparición de las cámaras digitales, los escáneres domésticos y los programas de tratamiento de imagen, que permiten que sea mucho más maleable de lo que hasta ese momento había sido, pues hoy la imagen es un tipo de mensaje compuesto por unas unidades gráficas (los píxeles) que se secuencian para formar sentido, lo que comporta muchos cambios en el orden de la relación con la imagen. Por otro lado, la emergencia de internet, a masificación de las cámaras de vigilancia, los registros satelitales que lo captan todo y se convierten casi en un ojo omnividente como el de dios, todo lo cual ha provocado que la imagen se masifique y se desmaterialice, dejando de ser un elemento singular para convertirse en algo vulgar y trivial, al tiempo que pierde su cuerpo y su presencia, pues una imagen digital no está en un álbum, sino en una pantalla de ordenador, en todos los sitios y en ningún sitio”.
Desde una perspectiva antropológica, agrega Fontcuberta, “la imagen pasa a ocupar un lugar en nuestras vidas distinto al que había tenido cuando era una mediación simbólica con la realidad y tenía un componente hasta cierto punto mágico, pues más allá de la pura descripción era un depósito de sentimientos y emociones, para devenir en un elemento de comunicación, una especie de palabra con la que nos conectamos con los demás”.
Selfies
Uno de los nuevos “géneros” que aborda La furia de las imágenes es el de los selfies. Y es que para Fontcuberta el selfie es uno de los fenómenos que define mejor ese nuevo carácter postfotográfico de las imágenes, porque el selfie , sostiene, “es un fenómeno sociológico que ejemplifica uno de los cambios fundamentales de la postfotografía con respecto a la fotografía tradicional: la pérdida de obligación o mandato documental de la imagen fotográfica, lo cual no quiere decir que no lo pueda tener, sino que tiene que compartir ese mandato con otras funciones y horizontes, pues cuando nos hacemos un selfie no queremos tanto representar un hecho o el espacio en el que estamos, sino que el documento deja paso a la ‘marca biográfica’; es decir, queremos demostrar nuestra presencia en un hecho”.
Fontcuberta hace un replanteamiento del estatuto de obra de arte en esta era postfotográfica y expone que su hipótesis consiste en “entender que hoy en día la realización de imágenes ya no entraña la dificultad de otras épocas, de una labor ardua reservada a especialistas. Hoy en día todos hacemos fotografías; somos homo fotograficus. Por tanto, las imágenes ya no deben valorarse por su talento, por su ejecución artesanal y técnica, sino que debemos recurrir al sentido, al valor. Yo digo que no hay buenas o malas fotografías, sino buenos y malos usos de las fotografías. El autor en realidad más que un fabricante de imágenes, lo que tiene que ser es un prescriptor de sentidos; es decir, insertar las imágenes en contextos significativos”.
En ese sentido, concluye, para reconducir esta saturación de imágenes, subvertirla y darle un contenido humanista “se requiere educación visual, saber leer y escribir las imágenes, y conciencia crítica, cosas que por desgracia no abundan”. Finalmente, alude al fotoperiodismo: “Lo que ha pasado es que en este campo se ha tenido que reformular qué es el documento y qué el testimonio basado en la imagen fotográfica. Cada vez con mayor intensidad el fotoperiodista asume el carácter interpretativo de su trabajo; es decir, la subjetividad”. M