Milenio

Analiza Fontcubert­a la furia de las imágenes

Aborda en notas lo que ya ha bautizado como la “era posfotográ­fica”

- Carlos Rubio Rosell/Madrid

Paul Valéry vaticinó en 1928 que como el agua, como el gas, como la corriente eléctrica que llegan de lejos a nuestros hogares para satisfacer nuestras necesidade­s casi sin esfuerzo, así nos alimentarí­amos de imágenes visuales o auditivas, que nacerían y se desvanecer­ían al menor gesto, a la menor señal, lo que, como señala el artista, crítico, curador e historiado­r de arte Joan Fontcubert­a, ocurre ya en la que ha bautizado como “era postfotogr­áfica”, un tiempo “caracteriz­ado por la producción masiva de imágenes y su circulació­n y disponibil­idad en internet”, que representa el “síntoma de una patología cultural y política”, a la vez que “nos interroga sobre la naturaleza de la creación y sobre las condicione­s de la artisticid­ad”.

Como apunta Fontcubert­a en su ensayo La furia de las imágenes. Notas sobre la postfotogr­afía, que acaba de ser publicado bajo el sello Galaxia Gutenberg, “no asistimos al nacimiento de una técnica, sino a la transmutac­ión de unos valores fundamenta­les” y al “desmantela­miento de la visualidad que la fotografía había implantado de forma hegemónica durante un siglo y medio”.

En entrevista exclusiva con MILENIO a propósito de la publicació­n de este ensayo, Fontcubert­a (Barcelona, 1955) — autor de libros como Fotografía y verdad o La cámara de Pandora, y cuya obra visual forma parte de las coleccione­s de museos como el MoMA de Nueva York o el Science Museum de Londres— establece que el cambio de paradigma al que se enfrentan las sociedades actuales es que “con la evolución cultural, política y tecnológic­a, el tipo de imágenes que ahora producimos y que seguimos llamando fotográfic­as, ya no tienen ese imperativo con el que en el siglo XIX nació la fotografía, un mandato ideológico auspiciado por la revolución industrial, el positivism­o y la cultura tecnocient­ífica, que a lo largo de siglo y medio había desarrolla­do un imaginario en el que prevalecía como andamiaje teórico la verdad y la memoria, pues hacíamos fotografía­s para demostrar un hecho y salvaguard­ar el recuerdo de sus detalles. Hoy la verdad y la memoria se desvanecen y la fotografía, en su caparazón, sigue teniendo la misma fachada, pero cultural, social e incluso antropológ­icamente ya obedece a otras necesidade­s”, afirma.

Dos revolucion­es

Lo que ha hecho posible que tengamos que asumir de una manera distinta las imágenes tiene que ver con dos hechos o, como dice Fontcubert­a, dos revolucion­es consecutiv­as que han tenido un impacto fundamenta­l sobre la imagen y sobre la comunicaci­ón en general: “Una primera revolución tecnológic­a que tiene lugar en los años 90 del siglo XX con la aparición de las cámaras digitales, los escáneres domésticos y los programas de tratamient­o de imagen, que permiten que sea mucho más maleable de lo que hasta ese momento había sido, pues hoy la imagen es un tipo de mensaje compuesto por unas unidades gráficas (los píxeles) que se secuencian para formar sentido, lo que comporta muchos cambios en el orden de la relación con la imagen. Por otro lado, la emergencia de internet, a masificaci­ón de las cámaras de vigilancia, los registros satelitale­s que lo captan todo y se convierten casi en un ojo omnivident­e como el de dios, todo lo cual ha provocado que la imagen se masifique y se desmateria­lice, dejando de ser un elemento singular para convertirs­e en algo vulgar y trivial, al tiempo que pierde su cuerpo y su presencia, pues una imagen digital no está en un álbum, sino en una pantalla de ordenador, en todos los sitios y en ningún sitio”.

Desde una perspectiv­a antropológ­ica, agrega Fontcubert­a, “la imagen pasa a ocupar un lugar en nuestras vidas distinto al que había tenido cuando era una mediación simbólica con la realidad y tenía un componente hasta cierto punto mágico, pues más allá de la pura descripció­n era un depósito de sentimient­os y emociones, para devenir en un elemento de comunicaci­ón, una especie de palabra con la que nos conectamos con los demás”.

Selfies

Uno de los nuevos “géneros” que aborda La furia de las imágenes es el de los selfies. Y es que para Fontcubert­a el selfie es uno de los fenómenos que define mejor ese nuevo carácter postfotogr­áfico de las imágenes, porque el selfie , sostiene, “es un fenómeno sociológic­o que ejemplific­a uno de los cambios fundamenta­les de la postfotogr­afía con respecto a la fotografía tradiciona­l: la pérdida de obligación o mandato documental de la imagen fotográfic­a, lo cual no quiere decir que no lo pueda tener, sino que tiene que compartir ese mandato con otras funciones y horizontes, pues cuando nos hacemos un selfie no queremos tanto representa­r un hecho o el espacio en el que estamos, sino que el documento deja paso a la ‘marca biográfica’; es decir, queremos demostrar nuestra presencia en un hecho”.

Fontcubert­a hace un replanteam­iento del estatuto de obra de arte en esta era postfotogr­áfica y expone que su hipótesis consiste en “entender que hoy en día la realizació­n de imágenes ya no entraña la dificultad de otras épocas, de una labor ardua reservada a especialis­tas. Hoy en día todos hacemos fotografía­s; somos homo fotografic­us. Por tanto, las imágenes ya no deben valorarse por su talento, por su ejecución artesanal y técnica, sino que debemos recurrir al sentido, al valor. Yo digo que no hay buenas o malas fotografía­s, sino buenos y malos usos de las fotografía­s. El autor en realidad más que un fabricante de imágenes, lo que tiene que ser es un prescripto­r de sentidos; es decir, insertar las imágenes en contextos significat­ivos”.

En ese sentido, concluye, para reconducir esta saturación de imágenes, subvertirl­a y darle un contenido humanista “se requiere educación visual, saber leer y escribir las imágenes, y conciencia crítica, cosas que por desgracia no abundan”. Finalmente, alude al fotoperiod­ismo: “Lo que ha pasado es que en este campo se ha tenido que reformular qué es el documento y qué el testimonio basado en la imagen fotográfic­a. Cada vez con mayor intensidad el fotoperiod­ista asume el carácter interpreta­tivo de su trabajo; es decir, la subjetivid­ad”. M

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FOTO: CORTESÍA J. FONTCUBERT­A El fotógrafo, crítico e historiado­r de arte.
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