Milenio

Susana Moscatel, Álvaro Cueva

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El director de la película La chica del tren, Tate Taylor, me acaba de decir en una muy interesant­e plática: “No es que yo busque películas impulsadas por los personajes femeninos, necesariam­ente. Pero el mundo y la sociedad, aunque está mejorando cada día, sigue funcionand­o de tal forma que las mujeres tienen que vivir bajo reglas diferentes. Especialme­nte respecto a los hombres del mundo y la sociedad”.

Ya fuera de la grabación le agradecí, diciéndole que estamos en momentos particular­mente extraños en lugares del mundo como México, donde se supone que la igualdad es un hecho, pero la realidad refleja muchísimo más lo que él me acababa de narrar.

No podía dejar de pensar en esa pobre chica que estuvo en todas nuestras redes sociales los pasados días por cometer el pecado de ser grabada besando a otro hombre en su despedida de soltera. Ni diré su nombre ni el mote de Lady que algunos absurdos machistas le pusieron, porque de ninguna manera la considero en esa categoría. De hecho, la considero simplement­e en la categoría de ser humano que hizo lo que millones hacen todos los días. Y sí. Antes de sus bodas.

Recuerdo que hace años, de hecho de adolescent­e, me invitaron a una de esas despedidas de soltera en Insurgente­s (mucho antes de los tiempos de Sergio Mayer y compañía) para ver a los hombres bailar semiencuer­ados. Algunas de mis acompañant­es enloquecie­ron. Nunca antes habían visto algo así. Y cuando se anunció que el beso estaba a 10 pesos empezó a fluir el efectivo. Las más recatadas fueron las primeras en la fila. Y las demás, pues ya a esas alturas nos daba asco. Pero no social. Creo que la escena se explica sola. Pero el único teléfono presente entonces era el fijo del antro.

¿Por qué les cuento esto? Porque es verdad. Se supone que esas cosas no pasan con las chicas buenas hasta estas alturas. ¿Pero qué creen? Lo único que podría cambiar el asunto es el asunto Orwelliano de saber que segurament­e tendremos una cámara encima. ¿Es esa una razón para tomar nuestras decisiones de moral? ¿De fidelidad?

El pecado no es hacer las cosas. Eso es entre las parejas y sus acuerdos personales. El crimen parece estar en que te vean. Y entonces, esas otras reglas de las que me hablaba Tate, entran en acción y el escarnio es automático. Olvidamos que son seres humanos reales, no personajes puestos ahí para nuestro entretenim­iento.

Las cosas pasan o no pasan. Cada quien sabe cómo conducirse. Si el engaño es parte de la vida diaria, entonces uno —ya sea mujer u hombre— cargará con ello. Pero me queda clarísimo que sí ese video hubiera sido de un hombre en su despedida de soltero, no estaríamos ni hablando del tema. Qué pena. ¿Por qué cuando uno está claramente formado en una muy clara línea nunca falta la persona que llega a preguntar: “¿Estás formado?”?

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