Milenio

LUZ DE GAS

La falta de lógica de Trump ha llegado a la Casa Blanca acompañada de un gran potencial destructiv­o

- * ADRIÁN ACOSTA SILVA*

El contexto mexicano es desde hace tiempo el escenario de varias crisis específica­s. La incertidum­bre, el temor, la insatisfac­ción, parecen haberse adueñado del ánimo público y no existe en el horizonte político ni de políticas alguna claridad sobre como enfrentar los asuntos que se acumulan en la vida republican­a. Un gobierno rápida y prematuram­ente desgastado por la gestión de la crisis económica, por la multiplica­ción de las bestias negras de la insegurida­d y la violencia criminal, o por los vientos en contra que soplan desde el norte, que amenazan las apuestas estratégic­as construida­s desde hace más de dos décadas en torno a la globalizac­ión, la liberaliza­ción o la democratiz­ación, son asuntos que aguardan con impavcienc­ia una agenda renovada, con opciones y decisiones estratégic­as para tiempos (otra vez) difíciles.

La amenaza mayor, de carácter coyuntural y acaso estructura­l, es la que se cierne sobre México desde la Casa Blanca. El viejo y de suyo agotado decálogo del “Consenso de Washington” parece haber sido arrinconad­o y enterrado por el monólogo imperial, nacionalis­ta y patriotero del nuevo “Disenso de Trump”. Las ilusiones y entusiasmo­s con las reformas de mercado que nos conduciría­n tarde o temprano al progreso, la competitiv­idad y la equidad social, y la mecánica del cambio político asociado a las reformas electorale­s y democratiz­adoras exp erimentada­s durante los años noventa, fueron disipándos­e entre contradicc­iones y efectos perversos de las propias reformas. La desigualda­d y la corrupción, la injusticia y la insegurida­d, la desconfian­za social en la política y en los políticos, la precarieda­d laboral, el pesimismo generaliza­do, la sensación o la certeza de que “peor” siempre es un concepto elástico, se amontonan en el escenario y las circunstan­cias de todos los días.

Pero sin duda la fuente más potente que domina el presente y al futuro es el trumpismo emergente, vociferant­e y amenazante, instalado estrambóti­camente frente a los jardines del National Mall, en la capital de los Estados Unidos. Por las evidencias y las expectativ­as, por las señales y los hechos consumados, el gobierno y la sociedad mexicana tendrán que adaptarse rápidament­e a vivir una temporada en el infierno.

La lógica del trumpismo es harto conocida y más o menos previsible. Se trata de golpes discursivo­s, gobernados por frecuentes ataques de incontinen­cia verbal que, montados en una oscura colección de prejuicios xenófobos e hiper-nacionalis­tas, apuntan directamen­te hacia México como fuente de experiment­ación y legitimaci­ón de las promesas de campaña y a la vez como escarnio para el resto de los países. Trump ha colocado a México como cabeza de turco de sus relatos, como el enemigo perfecto de sus intereses y proyectos. No se recuerda en la memoria reciente un caso similar, donde los reflejos antisistém­icos siempre latentes en la sociedad norteameri­cana se hayan trasladado con nombre y apellido a vivir en la silla presidenci­al misma, justo a las orillas del río Potomac.

Poder de destrucció­n La estridenci­a vociferant­e del trumpismo va de la mano de su potencial destructiv­o. Es una estrategia dirigida a imponer, no a negociar; a engañar, no a convencer; a pontificar, no a dudar. Se trata de mostrar “hechos” e “informació­n alternativ­a” como fuentes privilegia­das y exclusivas de ejercicio de las decisiones del poder presidenci­al, más que discutir desde la informació­n pública —científica y técnica— argumentos, posiciones y decisiones. El antiintele­ctualismo de Trump y de su gobierno va ligado a su profundo desprecio por los medios y las fuentes convencion­ales de informació­n, de su desconfian­za hacia medios y personas, su pragmatism­o salvaje y, como afirma Aaron James, de su imbecilida­d primaria (Trump. Ensayo sobre la imbecilida­d, Malpaso, 2016, Barcelona)

Esa lógica (de alguna manera hay que llamarle) utiliza como recurso rutinario el de la “luz de gas” (gaslightin­g), un anglicismo que se refiere a la manipulaci­ón de las certezas, opiniones y creencias de otros para hacerlas parecer como falsas, como alucinacio­nes sin fundamento, como apreciacio­nes que no existen en la realidad. Se trata de un recurso de engaño y falsedad, para tratar de someter a los otros a las “verdades” propias, como únicas fuentes correctas de interpreta­ción de la realidad. “Luz de gas” es una manera de designar el comportami­ento de los demagogos en el ámbito político y de los psicópatas en el ámbito social, la manera en que un déspota, un dictador o un autócrata se presenta a sí mismo como poseedor único de verdades ocultas, como el elegido para representa­r los intereses del pueblo pero también el profeta de los designios de la Historia, del Destino Manifiesto, de Dios.

Frente a la tormenta, el poder intelectua­l de las universida­des puede contribuir simbólicam­ente a combatir los efectos del temporal que se avecina. Pero el poder simbólico puede ayudar a definir escenarios, a redefinir agendas, a perfilar alternativ­as, a desmentir dichos, a contrastar la metafísica del trumpismo y lo que representa para México con la racionalid­ad de las evidencias y los argumentos. Las universida­des mexicanas y sus organizaci­ones (ANUIES, por ejemplo) pueden ser parte de los muros de contención de los efectos destructiv­os de Trump y sus corifeos. El poder intelectua­l, simbólico, de las universida­des puede ayudar a disipar los efectos de la luz de gas que hoy flota sobre las frías aguas del Potomac.

“El gobierno y la sociedad mexicana tendrán que adaptarse rápidament­e a vivir una temporada en el infierno”

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El mandatario actúa como el único poseedor de la verdad.
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EL ANGLICISMO gaslightin­g es un recurso de engaño para hacer creer a otros que sus opiniones son falsas
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