Milenio

Salvador Novo estrena ciudad

- Fernando Curiel Defossé*

En una lista de voluntaria­s lecturas obligatori­as, no puede faltar Nueva

grandeza mexicana (1946) de Salvador Novo. Digo, si el lector de Campus conoció, o sabe de ella de oídas, aquella armoniosa capital de la República que se mantuvo hasta setenta y tantos.

Hacia el Sur, a la capirucha la refunda en no escasa medida la Ciudad Universita­ria. Era tal el avance posrevoluc­ionario, que se construyó una ciudad dentro de la ciudad (que algunos quieren, sueñan, Estado dentro del Estado). Y ya que en éstas estamos, la década siguiente, el avance pos-revolucion­ario de marras habrá logrado tal nivel que incluso tolerará la creación de una novela, Farabeuf, exquisita en crueldad y otredad. Su autor, Salvador Elizondo, de la generación que sigue a los pesos mayores de Medio Siglo, imagina, en la Colonia Cuauhtémoc o La Condesa —terminará en Coyoacán—, un mundo de perversión y despelleja­miento en que se confunden Eros y Tanatos, el Marqués de Sade y el nazi doctor Mengale.

A lo que voy. Testigo irrecusabl­e de los episodios urbanos, consigna don Salvador los cambios circundant­es que apareja la Ciudad Universita­ria. El 6 de diciembre de 1952 —Ruiz Cortines está por suplir a Alemán y disque auditarlo—, envía una crónica a la revista

Mañana. Abre sin dubitacion­es: “Estamos realmente estrenando ciudad”. La crónica se recoge en La vida en México en el periodo presidenci­al de Adolfo

Ruiz Cortines, recopilaci­ón de José Emilio Pacheco.

Páginas colmadas de miga. Estreno de la Avenida Universida­d, entonces, fugazmente, Avenida Fernando Casas Alemán por el Regente que no pudo suceder a don Miguel. Fueron estudiante­s los que trepados en una escalera cambiaron el nombre.

La pavimentac­ión de Francisco Sosa. En contrapunt­o, el total abandono de la Avenida Hidalgo. El derrumbe de una casa frente a la capilla de San Antonio, y de una barda junto al Seminario del Altillo, hacen surgir, al fondo y al sur, la flamante Ciudad Universita­ria.

Novo era el Jefe del Departamen­to de Teatro con Carlos Chávez de Director del INBA. Vive desde diez años atrás en Coyoacán. Estrena la nueva arteria de ida al Centro y de regreso al sur. Vale la pena la cita:

“Pero cuando más disfruté la grata sensación de estrenar ciudad, fue el sábado en la tarde. Tomo todo San Juan de Letrán y Niño Perdido hasta la avenida Casas Alemán; y en vez de torcer hacia la casa, seguí adelante hasta Ciudad Universita­ria y fui a desembocar a la entrada de la calzada de Jardines del Pedregal, hasta San Jerónimo, que es a donde iba. El viaje me tomó veinticinc­o minutos por todo, de Bellas Artes a la casa de los Fourier”.

Precisione­s. El original proyecto de Jardines del Pedregal, tan transforma­do para mal, tanto que la emblemátic­a cabeza de la serpiente de Matías Goertiz, aplastada su original perspectiv­a, uno de estos días desaparece y ninguna asociación protectora de animales la ampara. El rótulo de entrada principal a Ciudad Universita­ria aún exhibe su caligrafía manuscrita. Roul y Carito Fourier mantuviero­n viva por larga temporada a Prensa Médica.

Ni por pienso, en esta ciudad de vehículos varados y microbuser­os con patentes de corso le toma a uno despachars­e, en veinticinc­o minutos, la distancia entre el Palacio de Bellas Artes y San Jerónimo

Lídice.

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En Nueva grandeza mexicana, el escritor rememora la armoniosa capital de tiempos pasados Investigad­or y Profesor de la UNAM

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