El TLC depende de un berrinche de Trump
El miércoles, el gobierno mexicano inició 90 días de consultas con el sector privado en preparación para una posible renegociación del Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos. La idea es que los empresarios tengan injerencia en modernizar el Tratado, la pretensión principal de este gobierno frente a Donald Trump.
Este paso debería ser lógico y necesario. Sin embargo, presupone que México lidia con un actor racional. También presupone que, al momento de renegociar, hay contrapartes listas para un proceso que puede durar al menos dos años: primero hay consultas, luego se fija una agenda para negociar, después se forman equipos de negociadores para cada tema, se discute en rondas (las que se necesiten), se armoniza el texto a través de una larga revisión legal, se envía a los congresos para aprobación, se discute a escala local, y al final se aprueba o se regresa para otra discusión.
Los asesores de Trump pueden ser conscientes de estos plazos. Pero el presidente de Estados Unidos no parece ni contar con el conocimiento sobre lo que busca discutir ni la paciencia para llevarlo a cabo. Tan solo hay que voltear a su llamada con el primer ministro de Australia antier: según la prensa estadunidense, Trump se enojó, se aburrió, y al final le colgó el teléfono.
Otro ejemplo es el viaje que realizaron Luis Videgaray e Ildefonso Guajardo a Washington la semana pasada. Según relató el propio Guajardo en entrevista, los tuits de Trump sobre la posibilidad de cancelar el encuentro con el presidente mexicano ocurrieron mientras ellos discutían con sus asesores. El presidente escribía amenazas en su teléfono personal desde algún otro lugar de la Casa Blanca sin avisar a nadie.
En otro momento, la forma en que México lidia con la posible modificación de su tratado económico más importante sería la correcta. Pero la inestabilidad del presidente estadunidense nos pinta un triste panorama: frente a una contraparte tan errática no hay ninguna técnica de negociación que funcione. M