Ese bad hombre no se toca
Aunque sé que hay que tener cuidado con lo que se desea porque se te puede cumplir, pero viendo las cosas como están, casi prefiero que me llamen del banco a las seis de la mañana para venderme un seguro por indigencia, o que suene el teléfono de parte de una encuestadora para ver qué tal me va sin el PRI, o que me quieran extorsionar desde el Reclusorio Norte con esos montajes a gritos como de La Rosa de Guadalupe, a recibir una llamada histérica de Donald Trump injertado en basilisco. Sobre todo porque se pone peor que un priista sin bono navideño (o con Arne aus then Ruthen Haggen Dasz mandándoles vía catapulta pañales infantiles plagados de popó —creo que hubiera sido mejor idea mandarles medicamentos caducos de Javidú que por su volumen podrían construirse con ellos hasta tres muros) y escupe saliva por la boca.
Y lo peor es que pon tú que te pones a discutir con él sobre la existencia del calentamiento global o acerca de sus medidas contra los inmigrantes que parecen inspiradas en Auschwitz, pero sí sentiríamos bien gacho cuando en el momento álgido del debate te cuelgue el teléfono cual si fuera una novia despechada. Ahí más o menos como se la aplicó Donald al primer ministro de Australia solo porque gracias a un acuerdo con Obama, estaba obligado a recibir a un buen grupo de refugiados. Por supuesto, Trump lo que quería era mandar unos seals para desaparecer a esos refugiados que, seguramente, eran parte de una red terrorista montonera-islámica perteneciente a Hydra, Kaos e Isis. ¡Qué muchacho tan loco! También ha de creer que los canguros conforman una célula anti-Trump y por eso acaba de convertir a la Casa Blanca en un búnker como el de Somoza.
Sin duda la lucha contra los bad hombres lo justifica todo, pero no estoy seguro de que el gobierno mexicano, con tal de quemar a Donaldo por gacho, tenga necesariamente que grabar las conversaciones telefónicas y luego filtrarlas por AP. No. No, y no solo por la aburrida tanda de desmentidos que se desatan en friega, sino porque no vaya a ser que la llamada termine siendo como la de Erik Rubín a Thalía en el clásico de Timbiriche “Yo no sé si es amor”.
O en todo caso que las llamadas entre presidentes sean abiertas y públicas, desde alguna caseta telefónica de las pocas que quedan, para que no haya duda de que hubo dignidad frente a ese viejo vinagrillo.
Por su parte el Trump ya advirtió que sus llamadas con jefes de Estado serán peores que las de los cobradores de Coppel. Quizá esto requiera de algo más fuerte, una bonita venganza mandando al Panda Zambrano a hacerle una broma al pelos de elote.
Ese bad hombre no se toca, basta ya de tonterías. M