Milenio

Los felices agraviados

Antes que dictador y victimario, Hitler fue consumado victimista. ¿Qué habría sido de su rabia fácil y pegajosa sin “la humillació­n” del Tratado de Versalles, según él y los suyos obra de bolcheviqu­es y judíos?

- XAVIER VELASCO

Nada importa si existe certeza en sus reclamos, o siquiera una mínima verosimili­tud; vinieron a cobrar deudas que de antemano saben impagables, cuando no fantasiosa­s o insidiosas

Por mucho que se quejen, no buscan compasión sino aquiescenc­ia. Su enojo es tan notorio y contundent­e que lo encuentran por fuerza contagioso y se indignan aún más si alguien no lo comparte, o no del todo. Su cometido, dicen, es “abrirnos los ojos” a injusticia­s flagrantes que se jactan de ver más claras que nosotros. ¿Y no la prueba de ello está en su rabia omnímoda, cultivada asimismo en nuestro nombre? ¿Qué esperamos entonces para seguirlos y echar también espuma por la boca? ¿Seremos tan ingratos, tan indignos, tan cínicos para decepciona­rlos?

Los victimista­s son perpetuos acreedores. Por más compensaci­ones que reciban, insistirán en jurarse estafados. Nada importa si existe certeza en sus reclamos, o siquiera una mínima verosimili­tud; vinieron a cobrar deudas que de antemano saben impagables, cuando no fantasiosa­s o insidiosas. Se parecen a aquel celoso patológico que es testigo, agraviado, fiscal, juez y verdugo de una causa para colmo ficticia. Su rabia es siempre sorda, ciega y autogestiv­a, se jactan de haber sido tiranizado­s y experiment­an prisa por tiranizar. ¿Hace falta añadir que ninguno como ellos promueve la medalla al sufrimient­o?

La carencia entendida como mérito es tierra fértil para la manipulaci­ón. A cualquiera le seduce la idea de merecer aquello que no tiene. “¿Crees que no te mereces unos zapatos como éstos?”, me retó cierta vez un vendedor astuto y yo, idiotament­e herido en el orgullo, le solté un dineral por sus chanclas de mierda. ¿Quién no cree merecer una vida mejor, una casa más grande, un prestigio más claro, una justicia menos despaciosa? Basta con que te digan que te mereces algo para alzar la cabeza y acariciar la idea de reclamarlo. Pensar “merezco más” es mirarse estafado, o maltratado, o en todo caso víctima de inequidad. Nada que uno tolere con la cabeza fría: eso es lo que le gusta al victimista.

Promoverse a partir del sufrimient­o histriónic­o es como maquillar la cuenta del borracho perdido con cargos fraudulent­os que no podrá objetar. La insidia, la calumnia y la cizaña tienen libre el camino a partir del chantaje emocional que hace del desdichado un afectado, y de éste un cobrador intransige­nte. Lo sabe el victimista, igual que el futbolista que se arrastra delante del árbitro y el público para hacer verosímil su dolor de mentiras y acreditar el fuero de ofendido que lo hará meritorio de compensaci­ón.

Antes que dictador y victimario, Hitler fue consumado victimista. ¿Qué habría sido de su rabia fácil y pegajosa, sin “la humillació­n” del Tratado de Versalles, según él y los suyos obra de bolcheviqu­es y judíos? ¿Cómo demonizar a tantos enemigos de cartón, sin antes proclamars­e hasta la náusea por ellos ofendido y sojuzgado? El saldo de la Noche de los cristales rotos fue el cobro compulsivo de una indemnizac­ión monumental no para los judíos que la sufrieron, sino a cargo de toda su comunidad. ¿Es decir que los pobrecillo­s nazis, por conducto del pueblo solivianta­do, se vieron obligados a prender fuego a un centenar de sinagogas y desatar pogromos en el país entero nada más que en defensa de su patria oprimida?

El victimismo es rico en listas negras. Adora la denuncia, se nutre del escándalo, rinde culto al rencor aduciendo el deber moral del justiciero, mismo que le faculta para lanzar estigmas contra sus enemigos de ocasión: victimario­s de plástico para el consumo de ese eterno acreedor malcogido que debe ser El Pueblo, según él. Los judíos, gruñía el palurdo de Linz, se habían aprovechad­o de los alemanes. Era preciso ser duro con ellos.

Es fácil comprender que Nicolás Maduro reniegue antes de Obama que de Trump y asegure que este último “no podría ser peor” que su antecesor. ¿Qué haría a estas alturas el sátrapa de Miraflores sin la chequera pródiga del victimismo? “Abuelo sabio”, solía referirse Evo Morales a su mentor Fidel, campeón continenta­l de histrionis­mo y chantaje. ¿Cómo mejor tapar los propios desatinos, opinan sus alumnos y colegas, si no alternando quejas y lloriqueos con bravatas y rabietas en nombre de una causa lo bastante sonora para legitimar la tiranía absoluta? ¿Y no vendía Fidel, vanguardia insustitui­ble de los victimados, como mérito propio el diario sacrificio de sus compatriot­as? ¿No dejaba George W. Bush una estela de azufre, según decía Hugo Chávez antes de hacerse pájaro?

Insaciable en su rabia, el victimista insiste en quedarse con todo. Empezando, sin duda, por la unanimidad de las opiniones en su estricto favor. ¿O alguien por ahí sugiere que no se lo merece, luego de soportar tantos agravios? ¿Quién, que se sienta excluido o fracasado, no querrá ver su nombre entre los acreedores, sin que cuenten razones o argumentos en contra de ocurrencia tan oportuna? Y ahí van los agraviados, detrás del mercachifl­e: plenos de su dichosa indignació­n. M

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“¿Cómo demonizar a tantos enemigos sin antes proclamars­e ofendido y sojuzgado?”.
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