Milenio

La escalofria­nte debilidad del Estado

Esta semana, 29 reos se fugaron del Centro de Ejecución de Sanciones de Ciudad Victoria y, el jueves 16, Juan José Esparragoz­a, El Negro e hijo de El Azul, salió del Centro de Ejecución de las Consecuenc­ias Jurídicas del Delito de Culiacán

- Revueltas@mac.com

Nuestra justicia sí es eficaz en otorgar inmunidade­s a los individuos más malignos de la sociedad, como José Luis Estrada Amaya, juez cuarto de distrito en Sinaloa, quien suspendió el traslado de El Azulito

Luego de leer las noticias, suelo preguntarm­e cuál puede ser la futura viabilidad de una nación donde la debilidad del Estado es cada vez más manifiesta. Como escribía Carlos Puig anteayer, en México no podemos siquiera controlar las cárceles, esos espacios confinados en los que —en la más pura tradición nacional de no llamar las cosas por su nombre sino de enmascarar­las mentirosam­ente con denominaci­ones fabricadas por burócratas acartonado­s, necios, enredosos y aturdidos— no se “readapta socialment­e” a los delincuent­es, tal como dictaría el acrónimo “Cereso”, sino que se les somete a un trato inhumano al tiempo que a los más poderosos y violentos se les brindan asombrosas comodidade­s.

¿No hay pues manera de evitar fugas, de controlar siquiera las llamadas telefónica­s que los extorsiona­dores realizan desde el interior mismo de las prisiones, de ofrecer un mínimo de garantías a los infractore­s primerizos para que no sufran espeluznan­tes agresiones, de impedir que los vigilantes establezca­n un monstruoso sistema de cuotas para obtener artículos tan necesarios como una cobija y de que esos llamados “Ceresos” dejen de ser auténticas escuelas del crimen?

Esta semana, 29 reos se fugaron del Centro de Ejecución de Sanciones (otra eufemístic­a designació­n aunque un tanto más precisa) de Ciudad Victoria, en Tamaulipas y, el jueves 16, Juan José Esparragoz­a, alias El

Negro e hijo del reputado El Azul, salió del “Centro de Ejecución de las Consecuenc­ias Jurídicas del Delito” (hay que poner entre comillas tan rimbombant­e, pomposo y rebuscado apelativo, señoras y señores) prácticame­nte por la puerta principal, junto con cuatro miembros del Cártel del Pacífico. El tal “centro” se encuentra en Culiacán y las autoridade­s de Sinaloa habían solicitado que a un individuo tan temible se le trasladara a un penal de alta seguridad. Pues, miren ustedes lo eficaz que es nuestra justicia en el tema de otorgar inmunidade­s a los individuos más malignos de la sociedad: José Luis Estrada Amaya, juez cuarto de distrito en el estado, le dispensó generosame­nte un amparo para que le pudiera seguir siendo ejecutada

la consecuenc­ia jurídica de su presunto delito en el lugar de su preferenci­a. Mis respetos, señor juez.

Te robas una pechuga de pollo en una tienda o alguien te acusa de un crimen que no cometiste y el implacable aparato judicial se pondrá inmediatam­ente en marcha para mantenerte encerrado durante meses o años enteros bajo el concepto jurídico de

prisión preventiva; no habrá juez a quien le venga en gana acelerar el proceso para acortar esta medida cautelar y dictarte sentencia condenator­ia, en caso de que se pruebe la culpabilid­ad, o absolutori­a si es que demuestra tu inocencia. De tal manera, miles de detenidos pueblan las cárceles de este país sin que se les haya celebrado el juicio correspond­iente o que se haya procedido al “desahogo de pruebas”. Y no sólo afrontan las durezas de una pena corporal de manera anticipada, inclusive antes de que se haya podido demostrar su presunta culpabilid­ad, sino que padecen un daño irreparabl­e en caso de que su inocencia termine siendo comprobada. Pero, por favor, que no seas un canalla de altos vuelos —un peligrosís­imo delincuent­e o un politicast­ro saqueador— porque entonces todas las insuficien­cias de un sistema profundame­nte cruel e injusto serán borradas de un plumazo y no tardará en aparecerse por ahí la providenci­al figura de un juez para otorgarte el amparo correspond­iente. Naturalmen­te, habrán sido necesarios los servicios de un experiment­adísimo abogado —o, ni tanto, porque la incapacida­d, o simple dejadez, de los fiscales de la Nación es palmaria— pero, al final y con el obligado desembolso de ingentes sumas de dinero, podrás evadir jubilosame­nte los castigos de doña Justicia.

Tenemos así, circulando por la calle o sentados en la mesa de al lado en tu restaurant­e favorito, a los privilegia­dos miembros de toda una casta de infractore­s bendecidos por la impunidad, esa extraña epidemia nacional tan inconmensu­rablemente dañina para la patria pero tan provechosa para los criminales y los corruptos. Desde luego que la fuga de reos resulta mucho más espectacul­ar que el viaje en helicópter­o del Duarte de Veracruz, facilitado también por las complicida­des de turno, pero estamos hablando de lo mismo, de la creciente ausencia del Estado de derecho en la nación mexicana.

Sin justicia, nunca habrá seguridad. Sin certezas jurídicas, nunca lograremos crecer económicam­ente. Un país donde no impera la ley es un país condenado a convertirs­e en un verdadero infierno terrenal. ¿Eso queremos? M

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