TODOS SOMOS LA POSVERDAD
Esta semana la revista Time eligió como imagen de portada para un número que contiene una extensa entrevista con el presidente Trump emular una legendaria portada de la propia revista, con una ligera variante. En el número del 8 de abril de 1966, se veía en letras rojas mayúsculas, contra un fondo negro, la frase “Is God Dead?”, para acompañar un reportaje acerca del declive de las creencias religiosas. En consonancia con lo anterior, en esta ocasión repitieron prácticamente la misma portada, pero ahora con la frase “Is Truth Dead?”, para aludir al asalto al concepto de verdad que ha supuesto el fenómeno Donald Trump, como queda claro (una vez más) al leer la entrevista, pues el presidente evade una y otra vez las preguntas con vaguedades, falsedades, despliegues de megalomanía y culmina con una frase genial, cuando le dice al reportero: “Bueno, creo que no puede estar yéndome tan mal en la vida, pues yo soy el presidente, y tú no. Saludos a todos en la redacción”.
Sin embargo, sería un grave error considerar que el asalto a la verdad es un fenómeno exclusivo de Trump. Incluso en ese caso, no podría haber obtenido el voto de millones de personas si no participaran en algún grado de su tendencia a torcer los hechos para que siempre encajen en su distorsionada visión de supremacismo americano, misma que ha enunciado de manera bastante abierta, por ejemplo en su discurso de toma de posesión. Para no ir más lejos, en el México contemporáneo la relación con la verdad de la clase y los comentaristas políticos, así como de esa opinocracia un tanto anárquica conocida como las redes sociales, es igualmente bastante tenue.
En un caso tan espeluznante como el de Ayotzinapa, nadie que no forme parte del gobierno puede siquiera comenzar a creer la versión oficial de los hechos, misma que no se modifica pese a que existan videos de manipulación de evidencia y muchos indicios más que han surgido a raíz de investigaciones periodísticas serias: No hay verdad más que la nuestra, parece decir frente a toda evidencia en contra el gobierno, ante una herida nacional que, por razones obvias, continúa abierta. Y ahora que está por comenzar en pleno el ciclo electoral, nuevamente dará inicio la guerra de acusaciones, descalificaciones, insinuaciones, invenciones y demás artificios de la propaganda política, encaminados a presentar a las demás opciones como malvadas, peligrosas, y un peligro al que hay que detener a toda costa, sea por los medios que sea. Más allá del resultado electoral específico, el hecho de que el discurso político tanto de los actores como de los ciudadanos (de nuevo, en las redes sociales principalmente) se aleje de cualquier tipo de análisis o razonamientos serios, de discutir en específico los resultados que han tenido o podrían tener políticas concretas, que benefician o afectan a determinados secciones de la población, empobrece y emponzoña nuestra vida pública y nuestra vida mental. Así que cada vez que damos rienda suelta al impulso de opinar acerca de todo, públicamente, muy a menudo sin ninguna Time base para hacerlo con un mínimo de rigor, y utilizando de preferencia como armas argumentativas el insulto, la mentira o la descalificación, colaboramos con nuestro grano de arena para la edificación de pequeñas comunidades vinculadas entre sí por compartir los mismos odios y prejuicios, donde nos sentiremos muy a gusto reforzando con los compañeros aquello que ya pensábamos, sin que exista forma de que la realidad nos sugiriera que quizá las cosas pudieran en alguna medida ser ligeramente distintas a lo que ya pensábamos desde la cuna. m