Malas noticias
El cartujo piensa en Carlos Denegri, Manuel Buendía y muchos otros periodistas, de antes y de ahora. Por algunos siente admiración y afecto, por otros, desprecio e incluso lástima
El cartujo recorre el monasterio con pasos cansados, mirada triste y gesto lúgubre. No lo calienta ni el Sol: lo persiguen las malas noticias, algunas vergonzosas, otras trágicas o preocupantes. Todas relacionadas con el periodismo, un oficio donde —como diría José de la Colina— coinciden “los grandes, los audaces, los serenos, los escandalosos, los discretos, los indiscretos, los valientes, los temblorosos”, y también los negligentes, los puntillosos, los rufianes, los honestos…
Alto contraste
En la historia del periodismo mexicano existen personajes tan contrastantes como Carlos Denegri y Manuel Buendía. El primero, reportero del periódico Excélsior por más de treinta años, utilizó su talento para enriquecerse y cometer impunemente todo tipo de excesos. En su libro Dos poderes, Manuel Becerra Acosta lo recuerda: “Publicaba todo lo que le fuese en gana, se tratase del chisme político difamatorio, la amenaza al funcionario o al hombre de empresa, el asunto de vida privada, o conviniese al ditirambo encumbrante, la excelencia de la obra material o cultural, el vaticinio de grandezas por venir, la ejemplaridad de una conducta cristiana y lo enaltecedor de una moral familiar identificada por apellidos”. Para él, todo —elogios o denuestos— tenía un precio, en efectivo o en especie.
Buendía, quien fue asesinado el 30 de mayo de 1984, colaboraba en el Excélsior de Regino Díaz Redondo con su columna “Red Privada”. Fue reconocido por su atrevimiento, integridad, rigor, prosa esmerada y sentido del humor. Para él, nada tan lamentable en un periodista como la solemnidad. “Son solemnes —decía— los culteranos, los retóricos, los zafios y los impotentes. La solemnidad es un refugio para quienes pretenden esconder su incapacidad ante el desafío permanente del periodismo, que consiste en saber enfrentar las mayores complejidades —descripción o razonamiento— con un lenguaje fresco, ágil, sencillo, ameno y perfectamente capaz de crear belleza literaria”.
En una de las columnas recogidas en el segundo volumen de Inventario (Era, 2017), de donde proviene la cita anterior, José Emilio Pacheco celebra la escritura de Buendía, su estilo, su conocimiento del castellano, su presencia en la prensa mexicana. Dice al comienzo de su texto: “Las balas que asesinaron por la espalda al gran periodista mexicano también hicieron más vital, más valiente, más necesaria cada página suya. Su muerte es la prueba trágica e irrefutable del poder de las palabras”.
Entre la vocación y el negocio
El monje piensa en Denegri, Buendía y otros periodistas, de antes y de ahora. Por algunos siente admiración y afecto, por otros, desprecio e incluso lástima.
No puede, por ejemplo, sentir ninguna simpatía por Mauricio Ortega Camberos, ex director de La Prensa, exhibido en todo el mundo por ratero. El 5 de febrero hurtó el jersey de Tom Brady durante una fugaz incursión al vestidor de los Patriotas; antes se había robado otras prendas del propio Brady y de Von Miller, descubiertas cuando las autoridades catearon su casa el 12 de marzo, una madrugada de pesadilla para él y su esposa.
Ortega es —o era— periodista. Dirigía un rotativo importante, famoso por su amarillismo. ¿Cómo lo hacía cuando desconoce el hábito de la honestidad? ¿Bajo cuáles criterios ordenaba la información o solicitaba críticas o panegíricos de los personajes de la vida pública? En pocos años ganó mucho dinero; para él el periodismo no fue vocación sino poder y negocio, como lo es para tantos, cínicos o hipócritas, en tantas partes.
En el extremo opuesto se encuentra Miroslava Breach Velducea, colaboradora del periódico Norte, de Ciudad Juárez, y corresponsal de La Jornada, asesinada la mañana del pasado jueves cuando salía de su domicilio en la ciudad de Chihuahua.
Fue, escribe Alberto Nájar en BBC Mundo, una periodista incómoda. La corrupción, la violación de los derechos humanos, el narcotráfico, la violencia, la tala ilegal de bosques, fueron temas frecuentados por Miroslava, sin dejarse intimidar por las amenazas de muerte contra ella y su familia.
La Jornada, como homenaje, volvió a publicar su reportaje “Destierra el narco a centenares de familias de la sierra de Chihuahua”, en donde, en agosto de 2016, dio a conocer cómo en pequeños y remotos poblados “grupos de sicarios irrumpen, ordenan a los pobladores dejar sus viviendas y propiedades; luego se asientan en la zona para sembrar amapola, de la que obtienen goma de opio, base de la heroína, cuya demanda desplazó el cultivo de mariguana en la región”.
No sin ironía, hacia el final de su trabajo escribe: “Abandonados a su suerte, los habitantes de la serranía han optado por emigrar a las ciudades, entre más alejados de Chihuahua, es mejor, dicen algunos. Los desplazados se mantienen en contacto mediante las redes sociales y convocan a las familias para viajar en grupo a la Ciudad de México.
“No pretenden hacer denuncias ni manifestaciones, buscan congregarse para acudir a la Basílica de Guadalupe a pedir protección a la Virgen y que les permita regresar a sus pueblos, sus casas y sus tierras”. Esperaban un milagro, ante complicidad, ineptitud o indiferencia de las autoridades de un estado donde la violencia no cesa.
Además de Miroslava, este mes han sido asesinados los reporteros Ricardo Monlui en Veracruz y Cecilio Pineda en Guerrero. Malas noticias, sin duda, para el periodismo mexicano.
Queridos cinco lectores, El Santo Oficio los colma de bendiciones. El Señor esté con ustedes. Amén.