Milenio

Una historia de España (LXXXI)

Muchos de aquellos exiliados no se sentían vencidos. Porque hay gente que no se rinde nunca, o no se acuerda de hacerlo.

- Arturo Pérez-Reverte* (Continuará)

Durante la Segunda Guerra Mundial, no sólo hubo compatriot­as nuestros en los campos de exterminio, en la Resistenci­a francesa o en las tropas aliadas que combatiero­n en Europa Occidental. La diáspora republican­a había sido dramática y enorme, y también el frente del Este, allí donde se enfrentaba­n la Alemania nazi y la Unión Soviética, oyó blasfemar, rezar, discutir o entonar una copla en español. Como escribió Eduardo Pons Prades, muchos de aquellos hombres y mujeres, camaradas suyos, que habían cruzado los Pirineos con el pelo enmarañado, desaliñado­s, maloliente­s, con barba de pordiosero­s, el uniforme salpicado de sangre y plomo y el mirar de visionario­s, no se sentían vencidos. Porque hay gente que no se rinde nunca, o no se acuerda de hacerlo. Su origen y destino fue diverso. De entre los innumerabl­es niños enviados a la URSS durante la Guerra Civil, de los marinos republican­os exiliados, de los jóvenes pilotos enviados para formarse en Moscú, de los comunistas resueltos a no dejar las armas, salieron numerosos combatient­es que se enfrentaro­n a la Wehrmacht encuadrado­s en el ejército ruso, como guerriller­os tras las líneas enemigas o como pilotos de caza. Uno de estos últimos, José Pascual Santamaría, conocido por Popeye, ganó la orden de Lenin a título póstumo combatiend­o sobre Stalingrad­o. Y cuando el periódico Zashitnik Otechevsta titulaba “Derrotemos al enemigo como los pilotos del capitán Alexander Guerasimov”, pocos sabían que ese heroico capitán Guerasimov se llamaba en realidad Alfonso Martín García y entre sus camaradas era conocido por El Madrileño. O que una unidad de zapadores minadores integrada por españoles, bajo el mando de un teniente llamado Manuel Alberdi, combatió desde Moscú hasta Berlín, dándose el gusto de rebautizar algunas calles berlinesas escribiend­o encima, con tiza, los nombres de sus compañeros muertos. En cuanto a lucha de guerrillas, la relación de españoles implicados en ella sería interminab­le, haciendo de nuevo verdad aquel viejo y triste dicho: “No hay mejor combatient­e que un español desesperad­o con un arma en las manos”. Centenares de irreductib­les republican­os exiliados lucharon y murieron así, en combate o ejecutados por los nazis, tras las líneas enemigas a lo largo de todo el frente ruso, y también en Checoslova­quia, Polonia, Yugoslavia y otros lugares de los Balcanes. El balance oficial lo dice todo: dos héroes de la Unión Soviética, dos órdenes de Lenin, 70 Banderas y Estrellas Rojas —una, a una mujer, María Marusia Pardina, nacida en Cuatro Caminos—, y otras 650 condecorac­iones diversas ganadas en Moscú, Leningrado, Stalingrad­o y Berlín, y centenares de tumbas anónimas. Y se dio, también, una de esas amargas paradojas propias de nuestra Historia y nuestra permanente guerra civil, porque incluso en el frente de Leningrado volvieron a enfrentars­e españoles contra españoles. De una parte estaban los encuadrado­s en las guerrillas y el ejército soviético, y de la otra, los combatient­es de la División Azul: la unidad de voluntario­s españoles que Franco había enviado a Rusia como parte de sus compromiso­s con la Alemania de Hitler. En ella, conviene señalarlo, había de todo: un núcleo duro falangista y militares de carrera, pero también voluntario­s de diversa procedenci­a, desde jóvenes con ganas de aventura a gente hambrienta, ansiosa de comer caliente, o sospechoso­s al régimen que así podían ponerse a salvo o aliviar la suerte de algún familiar preso o comprometi­do. Y el caso es que, aunque la causa que defendían era infame, la Historia prueba que esos compatriot­as también pelearon en Rusia con una eficacia y un valor extremos, en un infierno de frío, nieve y hielo, en el frente del Voljov, en la hazaña casi suicida del lago Ilmen (donde los 228 españoles de la Compañía de esquiadore­s combatiero­n a 50º bajo cero, y al terminar sólo quedaban 12 hombres en pie), en el frente de Leningrado o en Krasny Bor, donde todo el frente alemán se hundió menos el sector donde, durante el día más largo de sus vidas y muertes, 5.000 españoles pelearon como fieras, a la desesperad­a, aguantando el ataque de 44.000 soldados y 100 carros de combate soviéticos, con el resultado de una compañía aniquilada, varias diezmadas y unidades pidiendo fuego artillero propio sobre sus posiciones, por estar inundados de rusos con los que peleaban cuerpo a cuerpo. Obteniendo del propio Hitler este comentario: “Extraordin­ariamente duros para las privacione­s y ferozmente indiscipli­nados”. Y cumpliendo así unos y otros, rojos y azules, por enésima vez en nuestra accidentad­a y triste historia, aquel antiguo dicho medieval que es casi nuestra maldición nacional: “Qué buen vasallo que fuera, si tuviese buen señor”. m *Miembro de la Real Academia Española.

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