...me tiraste un limón: 75 años de la muerte de Miguel Hernández
Dejando de lado sus poemas más conocidos, habría que detenerse en una pieza de gran belleza: el soneto IV de El rayo que no cesa
Al recordar a Miguel Hernández a 75 años de su desaparición terrena pensé en lo que dijo Juan Ramón Jiménez acerca de Amado Nervo: “hay poetas a quienes queremos sólo con la inteligencia o sólo con el corazón, a Nervo se le quiere de los dos modos”. Y lo mismo pienso de la dolorida obra intensa fraguada con esmerada labor de poda por el escritor de Orihuela. En esta breve evocación dejaré de costado sus poemas canónicos, emblemáticos, que fueron cantados por Joan Manuel Serrat y me detendré en una pieza verbal de irreprochable belleza. El soneto que inicia “Me tiraste un limón, y tan amargo,/con una mano cálida y tan pura,/que no menoscabó su arquitectura/y probé su amargura sin embargo”. El soneto es el marcado como número cuatro de El rayo que no cesa (1934-1935) y los biógrafos y críticos del poeta se disputan la identidad de la destinataria: María Cegarra, Maruja Mallo o Josefina Manresa. Y me parece que la dicotomía del poeta pecador y la mujer casta (por la pureza de la mano) es forzada. Aquí va mi lectura.
Como en su obra íntegra —y a semejanza de la retórica de Ramón López Velarde— los adjetivos son puestos con puntería de arquero medieval, y su uso es infrecuente, insólito. Esa mano cálida y tan pura no menoscaba, esto es, no estropea el diseño, la forma, la redondez del limón: su arquitectura, pero la perfección de la forma del limón no impide que el poeta cate su amargura. Me detengo en la invención del participio pasivo de un verbo imaginado por el poeta: “pero al mirarte y verte la sonrisa/ que te produjo el limonado hecho,/a mí voraz malicia tan ajena,/se me durmió la sangre en la camisa”. Limonado viene del verbo no registrado por la RAE: limonar (que en el diccionario aparece como sustantivo, esto es, como sitio plantado de limones). “Se me durmió la sangre en la camisa” me hizo pensar en aquel verso de Rafael Alberti “El hueso que más duele es el reloj”. ¿Por qué? Porque el verso entraña una hermosa prosopopeya o personificación (en rigor la sangre no duerme) y un salto metonímico: del aparato circulatorio a la camisa y, en el caso del verso de Alberti, el salto va hacia la concepción por vía extensa del reloj como un hueso más: el hueso que más duele es el tiempo.
“La perfección de la forma del limón no impide que el poeta cate su amargura”
El final del soneto citado de Miguel Hernández no tiene desperdicio: “se me durmió la sangre en la camisa,/y se volvió el poroso y áureo pecho/una picuda y deslumbrante pena”. El último verso da cuenta de la desazón del poeta tras la amargura del limonazo recibido. He dejado para el final el comentario sobre el segundo cuarteto: “Con el golpe amarillo, de un letargo/dulce pasó a una ansiosa calentura/mi sangre, que sintió la mordedura/de una punta de seno duro y largo”. La apacible dulzura de la sangre torna a ser, por gracia del limón, una “ansiosa calentura”. Y la hipálage de la mordedura (el seno aquí muerde cuando habitualmente es mordido) es reveladora y nos transporta a la hipálage que abre el poemario (“Un carnívoro cuchillo”): la redondez del limón es la redondez del seno. La expresión “golpe amarillo” es una bella sinestesia: golpe remite al campo semántico del tacto y amarillo al campo visual.
Por último: El poema recrea un famoso piropo: “Ayer pasé por tu casa y me tiraste un limón,/ la cáscara cayó al suelo y el jugo en mi corazón”. Evocación de “Me tiraste un limón, y tan amargo” a 75 años de la muerte, en Alicante, del poeta compañero del alma Miguel Hernández. m