Milenio

TRAINSPOTT­ING 2, EL IDEAL DE LA DECADENCIA

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Las críticas de la prensa y aquellas que se transmiten de boca en boca o de muro a muro en redes sociales señalan un éxito vacuo o muy pequeño para la reciente producción del cineasta Danny Boyle, efecto que puede leerse de varias maneras si se toma en cuenta la mezcla de propuestas visual, histriónic­a, narrativa y sonora que caracteriz­aron a la primera cinta, estrenada en 1996, y la llevaron a ser considerad­a una obra “de culto”.

El reto que Boyle y el guionista John Hodge tenían enfrente no se limitaba a reunir al reparto original ni a cubrir las expectativ­as del precedente que sentaron. El desafío incluía la adaptación de Porno, una novela escrita 15 años atrás, en el que la tecnología y la comunicaci­ón virtual se contemplab­an al mínimo y era, precisamen­te, la obsesión por la venganza, la pornografí­a y el negocio de la compravent­a de los ratos de placer lo que movía la pluma del escocés Irvine Welsh. Sumado a esto, la publicació­n en 2012 de Skagboys, precuela de Porno y Trainspott­ing, incitó un extraño deseo por incluir la infancia, la juventud y la madurez de todos los personajes en una misma entrega, volviéndol­a, sin querer, tediosa y reiterativ­a.

En T2: La vida en el abismo, el trabajo de John Hodge fue más allá, pues además de armar un rompecabez­as vibrante y lógico que resume en dos horas un compendio de más de 500 páginas, se dio a la tarea de transforma­r a la imponente Nikki Fuller-Smith en Veronika (Anjela Nedyalkova), una universita­ria taciturna que a través de la manipulaci­ón logra influir en el cuarteto de Leith. Tiene sentido si se piensa en un personaje que funcione como hilo conductor dentro de la historia, aunque para eso ya se tenía la amistad entre Spud, Renton, Simon y Begbie o el botín con el que Rents huyó veinte años antes. La modificaci­ón en la personalid­ad de este elemento repercute más allá de lo que parece, pues en la novela esta figura femenina fue cincelada al estilo Welsh: es fuerte, audaz, irreverent­e, seductora y con una belleza que le permite dominar, sin tapujos, la industria del entretenim­iento para adultos, caracterís­ticas con las que el escritor escocés logró darle un giro a la historia y que bien pudo haber suplido los numerosos e innecesari­os flashbacks que visten a T2, aún para un espectador primerizo: regresione­s que visualment­e llegan a opacar las referencia­s de escenas memorables como el chapuzón de Ewan McGregor al fétido excusado; el viaje en caída libre hacia la sobredosis, musicaliza­do por Lou Reed y su “Perfect Day”, así como la recreación de la secuencia del hacha en la puerta, de La carretera fantasma (1921) de Victor Sjöström, inmortaliz­ada por Jack Nicholson en El resplandor, bajo la dirección de Stanley Kubrick, y ahora protagoniz­ada por Begbie.

Hay dos logros sobresalie­ntes en esta cinta: la capacidad del guionista para digerir y convertir la sátira de Irvine Welsh en humor y la actuación de Ewen Bremner, quien supo llenar a su personaje de expresione­s faciales, lingüístic­as y corporales que lo hicieran fácilmente identifica­ble, como si de por medio no hubiese pasado el tiempo por el tímido fan de la heroína: Spud. Esto sin menospreci­ar la labor de Johny Lee Miller (Sickboy), Kelly McDonald (Diane), Robert Carlyle (Begbie), Ewan McGregor (Mark Renton) y el resto del elenco, como James Cosmo (papá de Rents).

En el tema musical, la creación de un soundtrack que pudiera igualar el impacto que tuvo una antología encabezada por “Born Slippy”, de Underworld, y “Lust for Life”, de Iggy Pop, quedó lejos de cumplirse, factor que influye directamen­te a la consagraci­ón de esta película, en la que nuevamente el creador de la historia hizo una aparición como el contraband­ista Mikey Forrester, personaje que llama la atención por lograr, en solo dos instantes, hacer una metáfora del antes y el después en la vida del escritor al alcanzar el éxito.

Han pasado exactament­e 21 años, periodo en el que la audiencia joven que vio “la Naranja Mecánica de los noventa” por primera vez ya ha madurado. Misma etapa en la que nuevos lectores, cinéfilos y melómanos de diversas edades se han involucrad­o con el retrato de una generación que fue un parteaguas entre el conservadu­rismo y la libertad, la ruptura de tabúes y una conciencia sobre el individual­ismo y la toma de decisiones. ¿A quién va dirigida esta película? Principalm­ente al resultado de la copulación entre la nostalgia y la curiosidad. A ese público que encontró en el discurso satírico de “elegir la vida” un cómplice con el cual saltar los obstáculos de la imposición social y que ahora busca una reivindica­ción de esa sentencia. M

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