Milenio

Botas plateadas

- RAFAEL PÉREZ GAY rafael.perezgay@milenio.com Twitter: @RPerezGay

Me despedí de Sergio González Rodríguez al pie de un ataúd de madera clara que lo llevaría a la mañana siguiente al panteón Dolores, donde su familia ha depositado los restos mortales de tres hermanos. Sergio es el cuarto que muere antes de tiempo, como si la muerte respetara tiempos y no supiéramos que trabaja 24 horas al día, sin parar.

No pude evitar; mejor dicho, no quise evitar que la memoria viniera por mí y me llevara a los remotos años 70, a los años de la preparator­ia en la cual Sergio y yo nos conocimos e hicimos amigos para siempre. Una preparator­ia adonde íbamos a parar todos los estudiante­s que por alguna razón salíamos de alguna adversidad académica. Desde entonces, hasta la noche del lunes, la vida nos llevó por el mismo camino, aunque no siempre juntos.

Como un flamazo recordé al pie del féretro que hicimos nuestras primeras armas en Premiá, editora de libros, en el año de 1979 corrigiend­o, editando, publicando. Luego formamos parte del consejo de redacción de La Cultura en México de la revista Siempre! que dirigía Monsiváis. Compartimo­s también las colaboraci­ones en Nexos, donde escribió la famosa columna Numeralia. La vida nos alejó cuando Sergio empezó sus trabajos editoriale­s en La Jornada y luego cuando llegó a su segunda casa y su segunda vida en el diario Reforma.

También compartimo­s la noche. Tengo testigos de que durante un tiempo impusimos un breve reino de sueños y desvaríos en la nueva sombra nocturna que trajo el table-dance a México. Nos seducía la noche y llegamos incluso al bochorno de meternos a oír baladas en un pequeño lugar impresenta­ble que se llamaba Bóboli, en la calle Florencia. Me encantaría volver al Bóboli.

A mí me daban miedo los hoyos fonquis, esos galerones donde tocaban los grupos de rock de principios de los años 80 y la raza, mil o mil quinientos jóvenes, fumaba, bebía y hacía chingadera y media. Sergio Acuario, que así se hacía llamar, tocaba el bajo en Enigma con sus hermanos Pablo, Carlos y su amigo Héctor, el baterista del grupo.

Cuando le dije adiós a Sergio lo vi en el escenario con unas altísimas botas plateadas, el pelo largo y chino hasta los hombros. El bigote negro sobre las comisuras, un chaleco de tiras vaqueras y un pantalón azul eléctrico. Enigma tocaba su gran éxito, un cover del gran grupo Stephen Wolf y aquel éxito de rompe y rasga: “Born to be wild”.

Allá, en ese altar de la memoria, Sergio seguirá tocando siempre los acordes de “Nacido para ser salvaje”. M

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