Milenio

Sinécdoque­s

- FERNANDO ESCALANTE GONZALBO

La expresión resulta chocante: “Quienes denigran la labor de nuestras fuerzas armadas, denigran a México”. Y más todavía, que haya pasado sin mayor comentario. Es solo una frase, ya lo sé. Producto de una astucia alicorta, atenta exclusivam­ente a la coyuntura. Lo preocupant­e es el proceso mental que hay detrás de esa construcci­ón retórica.

Es claro que en los últimos años se han cometido abusos, algunos graves. Es igualmente claro que algunas de las prácticas habituales de las fuerzas armadas son muy discutible­s. A la luz de los resultados, urge discutirla­s. En ese contexto, el enroque no parece lo más sensato —y la retórica importa.

En primer lugar, con la intención de cuidar el prestigio del Ejército, se rechaza de plano cualquier crítica, haciendo de la institució­n un escudo moral: no hay estos o aquellos militares concretos, sino que cualquiera y todos son “las fuerzas armadas” —con la consecuenc­ia de que se las equipara a lo peor, y lo más cuestionab­le que hay en sus filas (donde hay de todo). A continuaci­ón, se forma un mazacote con todas las críticas: denuncias, preguntas, quejas, algunas de sobra justificad­as, y se consideran todas ellas insultos, sin más propósito que “denigrar”. El broche es una sinécdoque abusiva, por la que el Ejército se identifica con la nación. Y con eso se eleva la temperatur­a de la denuncia hasta un límite peligroso.

Referida a cualquier otro grupo, la expresión sería obviamente absurda. Y por eso a nadie se le ocurriría decir que denigrar a los maestros es denigrar a México, o que denigrar a los burócratas, los periodista­s, los ambulantes, es denigrar a México. El problema es que no parezca eso igual de absurdo predicado del Ejército. El estrambote lo pone todavía más claro: los militares “son la viva representa­ción de la patria”. Pues no. O sí, a cambio de conceder que también son una viva representa­ción de la patria los taxistas, los ambulantes y los diputados.

Es peor, porque criticar a las fuerzas armadas se equipara poco más o menos a la traición. Y en el camino, para justificar la estrategia actual, nadie tiene reparos en denigrar a las policías municipale­s, a los alcaldes o a los partidos políticos. Es una situación vidriosa. M

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