Muestran la melancolía en 5 siglos de arte mexicano
Obras de Carrington, Rivera, Siqueiros, Tamayo y De Villalpando
Mediante temas como el pecado, la creación, la espiritualidad, la muerte, la culpa, la magia, el duelo y el desamor, la exposición Melancolía, que se exhibe en el Museo Nacional de Arte (Munal), explora esa emoción y sus implicaciones en el arte desde el siglo XVII hasta el presente.
Con esa explicación, Sara Baz Sánchez, directora del Munal, dio paso a la visita de esta muestra conformada por 137 obras entre pinturas, grabados, esculturas y publicaciones, distribuidas en cuatro núcleos temáticos: “La pérdida del paraíso”, “La noche del alma”, “La sombra de la muerte” y “Los hijos de Saturno”.
La muestra hace énfasis en la forma en que la melancolía ha sido representada por artistas como Diego Rivera, Germán Gedovius, David Alfaro Siqueiros, Manuel Rodríguez Lozano, Arturo Rivera, Julio Ruelas, Rufino Tamayo, Leonora Carrington y Cristóbal de Villalpando, entre otros. “Es probable que quien visite la exposición pueda encontrarse en cada una de las obras, o en los cuatro núcleos temáticos que hemos seleccionado y que hemos usado para comunicar este discurso, sobre todo para tener una apelación directa a lo más profundo de uno mismo y lo que implica la melancolía; es decir, el dolor o el deploro por algo deseado o perdido, o que nunca se ha tenido. Todos podemos tocar fondo y hemos tenido la capacidad de transformar nuestra propia emotividad”, indicó Baz Sánchez.
Abraham Villavicencio, curador de la muestra, expresó que quien acuda al museo se sentirá identificado con la propuesta: “Estoy seguro de que todos los afectos que hemos tratado de reunir a través de las obras artísticas en esta exposición resultarán muy significativos. Hay obras que hablan del sentido de la tragedia, de la vida, de las tradiciones de amor, de esperar el amor que nunca va a llegar, pero también de las salidas más dolorosas, de cuando pensamos en la muerte, de cuando los pensamientos más lúgubres nos invaden la mente”.
La exposición estará abierta hasta el 9 de julio. m
Leyendo la Poesía completa de José Lezama Lima (Sexto Piso, 2016) me di cuenta de cuán antiguo es el deseo de algunos por convertirse en Dios. Sin embargo, este libro no pretende la reivindicación de un linaje. Por el contrario, él se considera un hombre común: Dance la luz reconciliando/ al hombre con sus dioses desdeñosos./ Ambos sonrientes, diciendo/ los vencimientos de la muerte universal/ y la calidad tranquila de la luz.
Llevar a cabo una lectura revolucionaria al estilo de Cintio Vitier o Severo Sarduy solo puede hacerse con autores como Lezama. En mi opinión, ambos juicios fueron los mejores en gestionar la herencia lezamiana, mérito que los promueve al grial de honor en la historia de las letras cubanas del siglo XX; ellos, como Guillermo Piro, no buscaban gustar a los demás sino hablar una lengua tangible, la lengua de la presión de la mano desnuda, puesto que el instinto y la voluntad de la acción meditan en ella y no hace falta un raciocinio prolongado para adivinar enseguida el gesto que hará: escribir.
Nadie que tenga un mínimo de sensatez niega el valor de lo identitario; sus palabras son como oxígeno que contienen incluso lugares vacíos y que de hecho los colman. El vacío, sin vueltas ni misterio.
Con argumentos cotidianos ameniza un ciclo de descontentos y nos despierta a la realidad, que cada ochenta mil segundos rebrota alrededor nuestro, aquella que el señor Keuner —personaje de Brecht— al contemplar una pintura donde eran representados ciertos objetos caprichosamente, preocupándose por apreciar la forma y olvidando la sustancia, dejó pasar.
Viene siendo sano de repente abandonar la preocupación por rematar sin ambages, por vestir los sucesos o motivar cada uno de los horizontes que dan sabor al día.
Lezama en su poesía crea contextos que habitar, cernido al momento histórico que le tocó vivir y aquel que (sin exactamente vivir) le rodeaba; así inventó una nueva vanguardia internacional para la expresión del saber y la sensibilidad.
Más que un escritor, demuestra ser “un acontecimiento del lenguaje”, hay que asumirlo con tal de comprenderlo y adivinarlo en lugar de descifrarlo; el poeta sabía que su destino inmediato era ser incomprendido. Hecho que le depararía la posteridad, pues si todo el mundo se comprendiera, el mundo no podría entenderse jamás. Colocó tan cerca el placer del dolor, que cuando lo leemos es posible llorar de alegría. m