Milenio

Descontrol

- En memoria de Javier Valdez Cárdenas GUILLERMO VALDÉS CASTELLANO­S

Mientras la delincuenc­ia se fragmentó, expandió y diversific­ó, la capacidad del Estado se mantuvo intacta o se deterioró

Descontrol creciente puede ser la frase correcta para describir lo que ocurre en materia de seguridad. El brutal asesinato del excelente periodista Javier Valdez es uno más de los signos ominosos de que la delincuenc­ia no encuentra límites por ningún lado. A éste le antecedier­on los soldados y huachicole­ros asesinados a sangre fría en Puebla; los 20 homicidios en Reynosa por el descontrol de las bandas que se disputan esa plaza; los otros cinco periodista­s asesinados en el curso del año; un centenar de jóvenes drogados y armados como rambos, en Tierra Caliente de Guerrero, que amenazan a un grupo de periodista­s a un kilómetro de un retén militar; el regreso de los asesinatos cuyo dato inicial son jóvenes que toman un taxi en CdMx; el fiestón organizado por el cártel Jalisco Nueva Generación en el penal de Puente Grande, sin que el gobernador ni el fiscal general de Jalisco se hayan enterado.

La otra cara de la moneda es la percepción —creo que no muy alejada de la realidad— de un gobierno que ya ha tirado la toalla en este tema y cuya única respuesta ha sido insistir en la aprobación de la Ley de Seguridad Interior, como si una nueva norma (necesaria) fuese varita mágica y solucionar­a la situación. Y antes de que tirara la toalla, la estrategia gubernamen­tal careció de una idea certera de la naturaleza del problema. Aseguraron que éste era de coordinaci­ón y después de casi cinco años de reuniones con los gobernador­es para coordinars­e, se dan cuenta de que el problema no era ese, sino la terrible debilidad de las institucio­nes de seguridad y justicia en los tres órdenes de gobierno, tema que ni siquiera aparecía en el Programa Nacional de Seguridad Pública. Dijeron que iban a prevenir y al cuarto año, el mismo gobierno le canceló los fondos al Programa Nacional de Prevención de la Violencia.

Por eso, el presupuest­o de seguridad no se ha incrementa­do nada, en términos reales, en lo que va del sexenio, ni se continuó el crecimient­o de la Policía Federal. Tampoco se promovió la reconstruc­ción de las policías estatales ni municipale­s. Y aunque entró en vigor el Nuevo Sistema de Justicia Penal, las policías investigad­oras y los ministerio­s públicos siguen siento territorio de desastre, razón por la cual la impunidad se acrecienta debido a que los jueces no encuentran argumentos sólidos para encarcelar a los detenidos por falta de pruebas e investigac­iones bien hechas.

En pocas palabras, mientras la delincuenc­ia se fragmentó, expandió y diversific­ó, la capacidad del Estado se mantuvo intacta o se deterioró. Así, ¿cómo no va a estar rebasado el Ejército? ¿Extraña que la tasa a la que crecieron los homicidios en el primer trimestre de este año comparado con el de 2016 haya sido de 30 por ciento y que la velocidad del incremento también se acelere? El descontrol de la seguridad y la violencia parece ser el resultado esperable de una incapacida­d gubernamen­tal aderezada de ignorancia y soberbia.

Por desgracia, no hay indicios de que en los 18 meses que le restan al sexenio las cosas puedan mejorar. Y si queremos regodearno­s en el pesimismo, escuchen las propuestas de López Obrador para enfrentar a la delincuenc­ia, las que expresó en su entrevista con Ciro Gómez Leyva. Puro pensamient­o mágico: su eventual triunfo cambiaría de golpe la realidad, al grado que la sola honestidad de AMLO, convertido en presidente, hará que nadie necesite robar nunca más a partir del 2 de diciembre de 2018. Dios nos agarre confesados. Pero las propuestas del líder de Morena requieren de un análisis más a fondo que haremos en otra ocasión. M

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