Descontrol
Mientras la delincuencia se fragmentó, expandió y diversificó, la capacidad del Estado se mantuvo intacta o se deterioró
Descontrol creciente puede ser la frase correcta para describir lo que ocurre en materia de seguridad. El brutal asesinato del excelente periodista Javier Valdez es uno más de los signos ominosos de que la delincuencia no encuentra límites por ningún lado. A éste le antecedieron los soldados y huachicoleros asesinados a sangre fría en Puebla; los 20 homicidios en Reynosa por el descontrol de las bandas que se disputan esa plaza; los otros cinco periodistas asesinados en el curso del año; un centenar de jóvenes drogados y armados como rambos, en Tierra Caliente de Guerrero, que amenazan a un grupo de periodistas a un kilómetro de un retén militar; el regreso de los asesinatos cuyo dato inicial son jóvenes que toman un taxi en CdMx; el fiestón organizado por el cártel Jalisco Nueva Generación en el penal de Puente Grande, sin que el gobernador ni el fiscal general de Jalisco se hayan enterado.
La otra cara de la moneda es la percepción —creo que no muy alejada de la realidad— de un gobierno que ya ha tirado la toalla en este tema y cuya única respuesta ha sido insistir en la aprobación de la Ley de Seguridad Interior, como si una nueva norma (necesaria) fuese varita mágica y solucionara la situación. Y antes de que tirara la toalla, la estrategia gubernamental careció de una idea certera de la naturaleza del problema. Aseguraron que éste era de coordinación y después de casi cinco años de reuniones con los gobernadores para coordinarse, se dan cuenta de que el problema no era ese, sino la terrible debilidad de las instituciones de seguridad y justicia en los tres órdenes de gobierno, tema que ni siquiera aparecía en el Programa Nacional de Seguridad Pública. Dijeron que iban a prevenir y al cuarto año, el mismo gobierno le canceló los fondos al Programa Nacional de Prevención de la Violencia.
Por eso, el presupuesto de seguridad no se ha incrementado nada, en términos reales, en lo que va del sexenio, ni se continuó el crecimiento de la Policía Federal. Tampoco se promovió la reconstrucción de las policías estatales ni municipales. Y aunque entró en vigor el Nuevo Sistema de Justicia Penal, las policías investigadoras y los ministerios públicos siguen siento territorio de desastre, razón por la cual la impunidad se acrecienta debido a que los jueces no encuentran argumentos sólidos para encarcelar a los detenidos por falta de pruebas e investigaciones bien hechas.
En pocas palabras, mientras la delincuencia se fragmentó, expandió y diversificó, la capacidad del Estado se mantuvo intacta o se deterioró. Así, ¿cómo no va a estar rebasado el Ejército? ¿Extraña que la tasa a la que crecieron los homicidios en el primer trimestre de este año comparado con el de 2016 haya sido de 30 por ciento y que la velocidad del incremento también se acelere? El descontrol de la seguridad y la violencia parece ser el resultado esperable de una incapacidad gubernamental aderezada de ignorancia y soberbia.
Por desgracia, no hay indicios de que en los 18 meses que le restan al sexenio las cosas puedan mejorar. Y si queremos regodearnos en el pesimismo, escuchen las propuestas de López Obrador para enfrentar a la delincuencia, las que expresó en su entrevista con Ciro Gómez Leyva. Puro pensamiento mágico: su eventual triunfo cambiaría de golpe la realidad, al grado que la sola honestidad de AMLO, convertido en presidente, hará que nadie necesite robar nunca más a partir del 2 de diciembre de 2018. Dios nos agarre confesados. Pero las propuestas del líder de Morena requieren de un análisis más a fondo que haremos en otra ocasión. M