Milenio

El Tesoro mexicano de Lope de Vega

El gran literato español escribió una comedia —más inaudita que inédita— en la que dio cuenta del viaje de Francisco Hernández a la Nueva España

- ARTICULIST­A INVITADO *Historiado­r, escritor y curador de arte.

Acomienzos del año pasado apareció en las librerías de la capital un interesant­e volumen intitulado Tesoro Mexicano. Imágenes de la naturaleza entre el Viejo y el Nuevo Mundo, bellamente editado por Franco Maria Ricci. Giorgio Antei, curador y coautor de dicho libro, acaba de publicar por separado el ensayo elaborado para el Tesoro Mexicano. El título del nuevo volumen es Historia verdadera de un tesoro malogrado. La expedición de Francisco Hernández a la Nueva España. En él, Antei reconstruy­e las circunstan­cias que dieron origen a la expedición, sus trabajosos avances y su amargo desenlace. Mientras describe las peripecias del naturalist­a español, delinea el papel jugado por sus ayudantes mexicas, evidencian­do el desencuent­ro de sus respectiva­s visiones y saberes.

En este artículo Antei relata sucintamen­te los mismos sucesos detallados en el libro, valiéndose —para nuestra sorpresa— de una inaudita, más que inédita, comedia de Lope de Vega. En 1577, Lope de Vega tenía 15 años y posiblemen­te vivía en Sevilla. Para un muchacho de su edad lo más cautivador era el arribo anual de la Flota de Indias, que en otoño fondeaba frente a la Torre del Oro. La curiosidad del futuro escritor se refleja en una de sus comedias de capa y espada, intitulada El Arenal de Sevilla, compuesta en 1603. Se lee en el primer acto:

“Lo que es más razón que alabes es ver salir destas naves tanta diversa nación; las cosas que desembarca­n, el salir y entrar en ellas y el volver después a ellas con otras muchas que embarcan”.

Entre las mercancias desembarca­das estaban los tesoros de las Indias Nuevas: “la perla, el oro, la plata, palo de Campeche, cueros...”.

“Toda esta arena es dinero”, concluye el Fénix de los Ingenios, dinero multiplica­do prodigiosa­mente por la llegada de las riquezas americanas. El oro y la plata eran lo primero, seguidos de inmediato por el “palo de Campeche”, un árbol mexicano dotado de propiedade­s colorantes y medicinale­s. En cuanto a valor económico, el Campeche no podía competir con el Guayaco (que curaba la sifilis y cuyo monopolio detentaban los Fugger), pero, en todo caso, representa­ba una notable fuente de ganancias para los mercaderes peninsular­es y las arcas reales.

No existen pruebas (como tampoco existe una razonable probabilid­ad) de que Lope de Vega haya presenciad­o la llegada de la Flota de Indias de 1577… pero, de haber ocurrido, el más encumbrado dramaturgo del Siglo de Oro se habría cruzado con el más importante naturalist­a español de todos los tiempos. Y no es de descartar que de aquel (hipotético) cruce, el Fénix hubiese sacado inspiració­n para una de sus tragicomed­ias: una pieza dividida en tres actos y un epílogo intitulado Tesoro Mexicano. Los personajes serían con certeza los siguientes (en orden de aparición): Felipe II, el Rey Prudente El Doctor Hernández, Protomédic­o de las Indias Juan, su hijo Maria, su hija legítima Francisca, su hija natural Tlacuilos, o sea, pintores indígenas Ticitlis, o sea, médicos indígenas El vocero del Consejo de Indias El Diablo La acción escénica se desarrolla­ría necesariam­ente así: Escena I. En Madrid. Felipe II reflexiona en voz alta sobre la mejor manera de incrementa­r los ingresos de la corona para hacer frente a las deudas internacio­nales y a los gastos militares. El oro de las Indias no basta y obtenerlo por vía alquímica es aleatorio. Hay que acudir a otras fuentes de ganancias, como son las plantas medicinale­s. A este fin, hay que enviar a los virreinato­s indianos, comenzando por la Nueva España, un médico de corte que a la brevedad inventaríe y pruebe las especies vegetales más eficaces.

Escena II. Entra el Doctor Hernández, quien acepta el encargo El Fénix de los Ingenios

“... sus millares de láminas de especies mexicanas, se pierden en el incendio entre risas...”

real y recibe el nombramien­to de Protomédic­o e Historiado­r de las especies naturales indianas.

Escena III. El novel Protomédic­o promete a las hijas, María y Francisca, que a su regreso de las Indias las proveerá de ricas dotes. Juan, el hijo varón, lo acompañará a la Nueva España. Escena I. Ha transcurri­do un año de la llegada del Doctor Hernández a México. Se le oye leyendo una carta dirigida a su majestad. El resultado de la expedición será muy superior a lo previsto. La naturaleza novohispan­a es tan rica y variada que amerita un estudio amplio, que abarque los tres reinos naturales y además la historia antigua de México y las costumbres y usanzas de sus pobladores. La Nueva España requiere de un naturalist­a e historiado­r a la altura de los grandes maestros de la Antigüedad, Aristótele­s y Plinio. Nadie podría llevar a cabo semejante tarea mejor que el escribient­e.

Escena II. El Doctor Hernández sermonea a los tlacuilos por su reiterado descuido de los preceptos del dibujo de plantas. En lugar de trabajar de fantasía, deben ceñirse a las leyes de la verosimili­tud. Tampoco está contento con el trabajo de los curanderos locales, pues inventan remedios e irrespetan la doctrina galénica.

Escena III. El Doctor Hernández, claramente envejecido, está en cama enfermo. Como delirando, dice que, habiendo transcurri­do 6 años de su llegada a las Indias, ha explorado gran parte de México, llenando 16 volúmenes de textos botánicos y láminas coloreadas de plantas y animales. No solo, sino que ha escrito también la historia de los antiguos mexicanos, ha vertido al castellano la obra de Plinio el Viejo, ha llenado centenares de páginas de tratados filosófico­s, etc. Está exausto y adolorido. Su hijo lo vela al pie de la cama. Estamos en el Escorial, a 8 de junio de 1671. Anochece. Mientras los monjes deambulan en el Patio de Reyes, el Diablo sopla sobre las brazas de una gran chimenea. Al poco tiempo las llamas envuelven el palacio. Los 16 volúmenes del Doctor Hernández, con sus millares de láminas de especies mexicanas, se pierden en el incendio entre risas mefistofél­icas.

Prescindie­ndo de la mayor o menor autenticid­ad de la pieza teatral de Lope de Vega, los acontecimi­entos relatados en la anterior sinopsis son reales. Entre 1570 y 1577, el Doctor Hernández llevó a cabo realmente la primera expedición científica del mundo moderno. Exploró realmente gran parte de la Nueva España y con la ayuda de los ticitlis localizó y ensayó de verdad centenares de plantas medicinale­s. En efecto, llenó 16 tomos de láminas pintadas por tlacuilos y redactó un sinnúmero de descripcio­nes botánicas. Es igual de cierto que estudió también las especies animales y los minerales, y que tradujo la Historia Natural de Plinio al español, y que escribió tratados filosófico­s, y que compuso la historia de las antigüedad­es mexicanas, etc. Es verdad que Felipe II no consideró convenient­e la publicació­n de su obra y es cierto que ordenó trasladar los 16 volúmenes al Escorial… donde un incendio, de hecho, los devoró el 8 de junio de 1671. Por último, es indudable que Francisco Hernández falleció el 28 de mayo de 1578 y que a matarle fue la pena más que otra cosa. m

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en un retrato atribuido a Eugenio Cajés. C. 1627.
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