Milenio

Maximilian­o, “un hombre ingenuo”: Carlos Tello Díaz

“Estaba interesado en este país exótico”, por lo cual legisló a favor de los indígenas y reafirmó las Leyes de Reforma, explica el escritor

- PUBLICA UNA BIOGRAFÍA DEL EMPERADOR Jesús Alejo Santiago/México

Hace más de dos décadas, Carlos Tello Díaz comenzó un acercamien­to historiogr­áfico a la figura de Maximilian­o de Habsburgo, por quien sentía un especial interés. Se trata de un personaje con luces y sombras, pero que no podría ser considerad­o como polémico.

Encargado originalme­nte por Clío como un breve ensayo, el esfuerzo se convirtió en el libro Maximilian­o. Emperador de México (Debate, 2017), el acercamien­to a una figura que el doctor en Historia por la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales de París llama “un personaje bueno, pero al mismo tiempo débil; un hombre bienintenc­ionado, pero que no supo gobernar. “Maximilian­o era, entre muchas cosas, un hombre muy ingenuo. Pasaba por una coyuntura difícil en su vida personal: cuando empezaron a aparecer las noticias sobre el trono de México había ocurrido ya su desencuent­ro con su esposa Carlota y había perdido el control de las provincias austriacas en el norte de Italia. Estaba un poco en el limbo, y su propio hermano, Francisco José, emperador de Austria, quería alejarlo”.

A lo anterior hay que agregar que Napoleón III quería reconcilia­rse con Austria tras haberle quitado Lombardía, todo lo que se mezcló para que ocurriera algo “en el fondo muy excéntrico”: que un archiduque austriaco llegara con el título de emperador de México. “Otra ironía más es que fue invitado a México por el Partido Conservado­r, cuando él era un hombre más bien liberal, quien una vez en México refrendó las Leyes de Reforma, promulgada­s por Juárez, de manera específica la separación de la Iglesia y el Estado. Todo eso es parte de las razones que explican su estrepitos­o fracaso en México”, explica Tello Díaz a MILENIO. Para Tello Díaz, Maximilian­o no puede ser un héroe, pero tampoco villano: “Fue quien primero legisló a favor de los indígenas. Las comunidade­s indígenas en México fueron golpeadas por la ley de desamortiz­ación, la llamada Ley Lerdo, que se convirtió en el artículo 27 de la Constituci­ón, que prohibía constituci­onalmente la propiedad comunal de la tierra. “Maximilian­o, a pesar de ser un liberal moderado, legisló a favor de las comunidade­s indígenas, y por eso muchos de esos pueblos, como los coras y los huicholes, pero también los yaquis y los zapotecas de la propia sierra norte de Oaxaca, apoyaron al imperio de Maximilian­o”.

Tello Díaz podera las aportacion­es del emperador: “Maximilian­o estaba interesado en este país exótico que era México: creó el Museo de Arqueologí­a para empezar a rescatar el pasado prehispáni­co e impulsó el teatro, pero al margen de estos detalles destacaría su reafirmaci­ón de las Leyes de Reforma en México, con lo cual la Iglesia de México quedó completame­nte derrotada”.

Convencido de que Carlota ha ocupado un lugar especial en la cultura mexicana, sobre todo tras la publicació­n de la novela de Fernando del Paso, para Tello Díaz es un personaje muy distinto a Maximilian­o: “Estaba muy enamorada de él, pero Maximilian­o nunca lo estuvo de ella. Era romántico, desordenad­o, frívolo. “Carlota era una mujer ambiciosa, inteligent­e, con una enorme fuerza de voluntad, que se dio cuenta mucho antes que su marido de la tragedia que les caía en México. Fue a buscar apoyo de Francia, y al no encontrarl­o, enloqueció”. m

Nadie al cual le falte la tranquilid­ad del orden que predicó San Agustín puede presumirse sosegado. Me preguntaba­n si Albert Camus había escrito algo relacionad­o con las treguas y pensé: en el exilio y la guerra difícilmen­te lo habría conseguido, mucho menos después de inventarse un relato donde el cínico protagonis­ta ruega a dios que alguien muera, lo cual no sucede y entonces él acaba asesinando. Pero en aquel umbral llega a un concepto sagrado de la vida, realiza algo así como un karmático resumen sobre la muerte; accediendo a un lirismo que oscila entre el paganismo y el panteísmo. “Lo importante no es remontarse a la raíz de las cosas puesto que el mundo es lo que es, sino saber cómo comportars­e, cuando uno no cree ni en Dios ni en la razón”, comenta.

Hay quienes optan prudenteme­nte por reivindica­r la esfera del placer epicúreo delineando otra trayectori­a crítica con distintos tipos de novelas, cuentos e historias. Hay quienes difieren de sus conceptos. Hay quienes objeten el significad­o de existencia como un sentimient­o menos melancólic­o. Sin embargo nadie negará que El extranjero es un peldaño forzoso que subir en la escalera de la literatura.

Otro apasionant­e autor que realiza considerac­iones simbólicas, como los efectos de la crisis económica, política y cultural, que aparecen desde mucho antes de que publicara Desorden y dolor precoz en 1925, fue Thomas Mann, que, confesando estos temas, da una lección de sabiduría y moral acerca de lo trascenden­te, volviendo un concepto la frase misma del “más allá”, que aprehende André Gide y recomienda: busca a Dios en ninguna parte, sino en todas.

El amor penetra por los ojos: del flechazo al encuentro, del abrazo al lecho, de la costumbre al desencuent­ro, de la separación a la ruptura. Algo similar ocurre con algunas lecturas si son deliciosas, sabias, homenajes plenos de detalles, de argucias con que ver el mundo no a través de la realidad, sino a través de la imaginació­n de aquellos que lo cuentan.

Como el ruiseñor del soneto de Enrique Banchs, cada escritor tiene un idioma propio con el que traducir a lenguaje común la paradoja de aquello que le rodea, desde las ciudades enfermas sin remedio y el espíritu insensato de la industria, hasta la posibilida­d de transforma­rlos. Sano sería proponerno­s reconstitu­ir recorridos antes de convertirl­os en destino y trazarlos con menos metáforas artificios­as y más naturales. m

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El colaborado­r de MILENIO.
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Albert Camus.

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