Ya me vi en 2018
Si tantas cosas han cambiado en los últimos años, ¿Por qué no podríamos evitar que se repitiera la historia del domingo pasado y de todos los finales de sexenio?
Pues será el sereno, pero yo no estoy nada feliz con lo que sucedió la semana pasada, con nuestro bonito domingo de elecciones. Y no, no lo digo por los resultados. Lo digo porque ya me vi en 2018 chutándome a la mayoría de los candidatos anunciando casi, casi al mismo tiempo, que ganaron.
Ya me vi aventándome cualquier cantidad de denuncias sobre números que no cuadran, sobre compra de votos y hasta sobre la supuesta participación del crimen organizado en la alteración de los resultados.
Ya me vi con que si las sospechas, con que si las incongruencias y con que si “me dueles, México”, más las acusaciones directas, las pedradas, las demandas y un montón de notas de color en los medios tradicionales.
Ya me vi quejándome de los resultados de las encuestas, de las campañas, de los complots, del dinero invertido, del origen de esos fondos y de chismes hasta de los choferes con maletas llenas de dinero.
Ya me vi oscilando entre la depresión poselectoral y el Mundial de Futbol, entre los profundos análisis del círculo rojo y las teorías de la conspiración de las redes sociales, entre el altísimo costo de la democracia mexicana y nuestra eternamente triste realidad social.
Sí, ya me vi en shock con los videoescándalos, con las fotografías insólitas de un montón de celulares y con la filtración de audios de las más estratégicas conversaciones telefónicas.
Ya me vi padeciendo spots, memes, quejas, rencores, chistes, críticas, debates, rumores, posiciones encontradas, protestas y sorpresas de última hora.
Que si la esposa, que si el esposo, que si la prensa, que si la corrupción, que si el pasado, que si las alianzas, que si las cuestiones de género, que si deberíamos ser como otros países, que si el margen es muy cerrado.
No, y no le he dicho lo peor: como van a ser las elecciones presidenciales. A todo esto que vivimos hay que sumarle lo que siempre sucede cuando acaba un sexenio.
Es molesto, predecible, de terror. ¿Ahora entiende cuando le digo que no estoy nada feliz?
Es como si nos dijeran: ahí viene un huracán y pues, ni modo, ni chance de escapar. Agarre las pocas cosas que pueda y encomiéndese a Dios porque viene duro.
¿En esto acabaron nuestras elecciones? ¿En una maldición cíclica donde gane quien gane ya nunca volveremos a estar de acuerdo? ¿En salir a votar no para elegir, sino para vengarnos? ¿Democracia igual a odio?
¿No hay manera de evitarlo? ¿De modificarlo?
Si tantas cosas han cambiado en los últimos años, ¿por qué no podríamos cambiar esto? ¿Por qué no podríamos evitar que se repitiera la historia del domingo pasado y de todos los finales de sexenio?
Ya no me quiero ver en las mismas, quiero que el único que salga a celebrar su triunfo sea el candidato que en verdad haya ganado, que los resultados sean confiables, aceptados y respetados.
Quiero eso, respeto para el electorado, para los candidatos y para los procesos, y respeto del electorado, de los candidatos y de los procesos. ¿Es tan difícil de comprender?
Sí, está muy duro todo este asunto de lo que sucedió en las elecciones del domingo pasado, pero está peor si recordamos que fueron un ensayo de lo que nos espera en 2018. ¿O usted qué opina? M