Milenio

SABE FINGIR SU MUERTE

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En un comercial de 1966 cierto personaje, que tiene todo el tipo de James Bond, entra al camarote de un barco para platicar con un villano al que no se le ve el rostro. Éste le ofrece un vaso de leche con chocolate Quick y presiona un botón para que nuestro héroe caiga al vacío. Vestido con un elegante traje de marinero y gorrita, el Agente Q esquiva la trampa y frustra los planes del malvado. En seguida toma la lata de chocolate y salta al mar, no sin antes presionar un botón de su traje para activar un flotador que tiene cabeza de caballo.

El Agente Q era William West Anderson, que cambió su nombre comercial a Adam West. En ese momento no era un actor muy popular en Hollywood, pero su buen porte hicieron que el productor William Dozier se fijara en él para interpreta­r su nuevo proyecto que tenía con la cadena ABC: Batman. West, que se encontraba en un bache de su carrera, leyó el guión que le mandó su agente. Le pareció hilarante y aceptó el papel, pensando que tal vez eso le daría un poco más de fama. El reparto lo completarí­a el jovensísim­o Burt Ward, en el papel de Robin y un gran casting de villanos que hicieron uno de los mayores éxitos de la televisión estadunide­nse.

Lo que no sabía Adam West es que estaba por sumergirse en una de las peores pesadillas para cualquier actor: no poder separarse de su personaje más popular. Lynda Carter siempre fue la Mujer Maravilla; Lou Ferrigno siempre será Hulk, el hombre verde; recordarem­os a Carrie Fisher como la princesa Leia. Y Adam West siempre será ese Batman de la televisión, gracioso, regañón, a go gó y bailarín: “el Batman panzón” dirían algunos, aunque su complexión se parecía más a los cuerpos de luchador que tenían el Santo y Blue Demon.

En aquellos años, el cómic de Batman sufría una crisis que lo llevó al borde de la desaparici­ón. En las primeras aventuras del encapuchad­o, allá en los 40, el personaje era oscuro y se manejaba desde las sombras. Todo cambió con el libro La seducción del inocente (1954) del psiquiatra Fredic Wertham, que acusaba a los cómics de pervertir a los niños y que sostenía la tesis de que cuando fueran adultos, copiarían las situacione­s de violencia y crímenes que leían en las historieta­s. “Los cómics son demoniacos en el peor de los casos y en el mejor es simple basura”, afirmaba. Fue por eso que el productor de la serie eligió a un escritor de comedia para los guiones del dúo dinámico: Lorenzo Semple Jr.

Lorenzo, fallecido en 2014, era un escritoraz­o como pocos (entre sus obras están Flash Gordon o Nunca digas nunca) y dejó un legado de comedia en la televisión (que continúa con su hija María, escritora de Mad about you). Cuando comenzó a escribir los capítulos de Batman, solo le dieron una regla: Batman nunca podría romper la ley. Ni siquiera podría estacionar mal su batimóvil cuando fuera a atrapar a los villanos. Batman siempre tendría que ser recto.

Semple Jr sostuvo que Batman fue siempre su mejor trabajo. Él fue el que hizo que Adam West sacara toda clase de artilugios de su cinturón, desde píldoras para la tristeza hasta un repelente de tiburones, agregándol­es el clásico “bati”. Los batitubos, la batisecado­ra, la baticomput­adora que causaban la admiración del joven maravilla que

siempre se expresaba con un “¡santos repelentes!” o “¡santas encrucijad­as!” Batman se tomaba esto con mucha seriedad, no importando lo ridícula de la situación: si tenía que zafarse de un nudo humano, lo hacía moviendo las orejas. Si tenía que deshacerse de una bomba, lo hacía corriendo y dando saltitos, pero con cuidado para no dañar a los inocentes.

Todos disfrutamo­s a ese Batman. Era divertido, era camp, era el pretexto para que los papás llegaran temprano a la casa y cenaran con sus hijos. Los que crecimos con ese Adam West enfundado en mallas grises, nos amarrábamo­s una toalla en el pescuezo y salíamos corriendo al grito de “Na na na na na na na ¡Batman!” Teníamos peleas fingidas con nuestros amigos y gritábamos “¡Zaz!” o “¡Cuas!” cuando soltábamos golpes al aire. Nos encantaba.

Pero Adam West no lo disfrutaba tanto como nosotros.

Muy pocos productore­s se arriesgaro­n a contratarl­o como actor serio después de eso (aunque hizo una gran actuación en la cinta The girl who knew too much, de 1969). Con la cancelació­n de la serie, tuvo que hacer algunas giras en circos y espectácul­os en donde se disfrazaba, a regañadien­tes, del hombre murciélago. En algunas entrevista­s le preguntaro­n qué era lo que le había dejado la serie y él respondía con frialdad “me dejó dinero, mismo que perdí en Las Vegas”. Tampoco le gustaban las nuevas reinterpre­taciones en cine del personaje, ya que las considerab­a violentas y sin alma. Para él, el mejor Batman fue el que él hizo.

Tampoco le ayudó mucho que Burt Ward, su joven maravilla, escribiera un libro donde lo dejó muy mal parado, porque explicaba las vejaciones que sufría en el set, las peleas detrás de cámara y la poca seguridad que tuvo durante las tres temporadas que duró la serie y que lo mandaron varias veces al hospital. De hecho, hubo algunos rumores (infundados, por cierto) de relaciones homosexual­es entre los dos encapuchad­os. Adam mismo escribió un libro (Back to the batcave) para redimirse con el personaje.

Fue hace pocos años que Adam hizo las paces con el encapuchad­o. Descubrió que si la gente guardaba con tanto cariño al personaje, él también podría hacerlo. En las convencion­es de cómic fue donde descubrió que los fans amaban al Batman sesentero y viajó por todo el mundo, incluyendo una visita a México en la Conque de 1999, aunque no son pocas las personas que hablan de su malhumor y sarcasmo. Después participó prestando su voz en diferentes animacione­s (la más conocida fue en Padre de Familia) y realizó aparicione­s especiales en otros programas de televisión. Su último trabajo fue para el largometra­je animado Batman: el regreso del enmascarad­o, donde volvió a dar vida a su personaje clásico.

Adam West no era Batman. Ese personaje sesentero pertenece a una época en la que la televisión era políticame­nte correcta. Era un poco bobo y un boy scout con mallones. Pero sí fue el primer gran superhéroe para todos los niños que lo vimos en infinitas repeticion­es por la tele. Guardaba en su cerebro todas las soluciones y estrategia­s para librarse de sus peores enemigos, sin quebrantar la ley. Y, como en la serie, todos sabemos que Adam West fingió su muerte el viernes pasado para quedarse por siempre en nuestra memoria. M

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