Quiero ser representante de futbolistas, oigan…
En todo lo que hacemos, en absolutamente todas las actividades que emprendemos, en la totalidad de las transacciones que acordamos y en la absoluta suma de las negociaciones que llevamos a cabo, tiene que haber un tercero?
Digo, entiendo perfectamente la existencia de los abogados porque nosotros, los simples mortales, ignoramos por completo el entramado de las leyes y, además, la asesoría de un buen jurisperito puede cambiar totalmente el desenlace de un intimidante pleito legal. Comprendo gustosamente la importancia de los contadores —en España les llaman “contables”— por razones parecidas, aunque no tan dramáticas como cuando te acusan de un delito que no cometiste o los miembros más desalmados de la parentela te intentan birlar la herencia o el compadre, socio en el negocio que trabajosamente impulsaron de manera común, te roba pura y simplemente tu participación en las operaciones; digo, el mero procesamiento de los datos requeridos en la declaración anual de impuestos es tan morrocotudo quebradero de cabeza que gustosamente le endosamos al especialista de un despacho fiscal la tarea. Ni qué decir del médico o del enterrador, por no hablar de la suprema importancia que tienen los plomeros o los mecánicos automotrices.
Pero, amabilísimos lectores, las cosas comienzan torcerse cuando se aparecen unos “intermediarios” en el escenario cuyo propósito no es otro que lucrar en actividades que no necesitarían de ellos. Y en México, como tenemos una cultura económica parasitaria —o sea, que nos inventamos oficios y funciones totalmente innecesarias, aparte de artificiales, que se alimentan del resto de las actividades productivas— somos unos auténticos expertos en el arte de fabricar faenas, desde el tipo que te aparta un lugar en la cola para las visas estadounidenses hasta el jovenzuelo que toma las monedas de tu mano para depositarlas en el cajero automático (¿para qué diablos es automático, entonces?) del estacionamiento, pasando por el “franelero” que dirige tus maniobras para aparcar en las calles y el operario — digamos, independiente— que te carga las bolsas del supermercado, faltaría más, no vaya a ser que te lastimes los músculos del antebrazo.
Pues bien, el “representante” de futbolistas es un muy conspicuo representante de esta subespecie de mediadores. Con el factor agravante de que te infla estratosféricamente los precios de sus representados. Lo acabamos de ver, en eso que llaman el draft. Pero, bueno, esto no lo cambia ni Dios.