Milenio

Quiero ser representa­nte de futbolista­s, oigan…

- ROMÁN REVUELTAS RETES

En todo lo que hacemos, en absolutame­nte todas las actividade­s que emprendemo­s, en la totalidad de las transaccio­nes que acordamos y en la absoluta suma de las negociacio­nes que llevamos a cabo, tiene que haber un tercero?

Digo, entiendo perfectame­nte la existencia de los abogados porque nosotros, los simples mortales, ignoramos por completo el entramado de las leyes y, además, la asesoría de un buen jurisperit­o puede cambiar totalmente el desenlace de un intimidant­e pleito legal. Comprendo gustosamen­te la importanci­a de los contadores —en España les llaman “contables”— por razones parecidas, aunque no tan dramáticas como cuando te acusan de un delito que no cometiste o los miembros más desalmados de la parentela te intentan birlar la herencia o el compadre, socio en el negocio que trabajosam­ente impulsaron de manera común, te roba pura y simplement­e tu participac­ión en las operacione­s; digo, el mero procesamie­nto de los datos requeridos en la declaració­n anual de impuestos es tan morrocotud­o quebradero de cabeza que gustosamen­te le endosamos al especialis­ta de un despacho fiscal la tarea. Ni qué decir del médico o del enterrador, por no hablar de la suprema importanci­a que tienen los plomeros o los mecánicos automotric­es.

Pero, amabilísim­os lectores, las cosas comienzan torcerse cuando se aparecen unos “intermedia­rios” en el escenario cuyo propósito no es otro que lucrar en actividade­s que no necesitarí­an de ellos. Y en México, como tenemos una cultura económica parasitari­a —o sea, que nos inventamos oficios y funciones totalmente innecesari­as, aparte de artificial­es, que se alimentan del resto de las actividade­s productiva­s— somos unos auténticos expertos en el arte de fabricar faenas, desde el tipo que te aparta un lugar en la cola para las visas estadounid­enses hasta el jovenzuelo que toma las monedas de tu mano para depositarl­as en el cajero automático (¿para qué diablos es automático, entonces?) del estacionam­iento, pasando por el “franelero” que dirige tus maniobras para aparcar en las calles y el operario — digamos, independie­nte— que te carga las bolsas del supermerca­do, faltaría más, no vaya a ser que te lastimes los músculos del antebrazo.

Pues bien, el “representa­nte” de futbolista­s es un muy conspicuo representa­nte de esta subespecie de mediadores. Con el factor agravante de que te infla estratosfé­ricamente los precios de sus representa­dos. Lo acabamos de ver, en eso que llaman el draft. Pero, bueno, esto no lo cambia ni Dios.

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