El populismo es el PRI
En estos días los dirigentes y voceros del Partido Revolucionario Institucional (PRI) repiten hasta el cansancio algo así como que debe impedirse el avance del populismo, como si con esto pudieran debilitar a Andrés Manuel López Obrador. Más que elocuente fue el presidente nacional de este partido, Enrique Ochoa, que después de las elecciones del pasado 4 de junio declaró: “Pudimos detener el avance del populismo autoritario de López Obrador y de Morena que amenazaba con colarse a nuestro país a través de la elección del Estado de México”. Inmediatamente, estos diligentes voceros agregan que México no debe convertirse en Venezuela. Qué forma tan lamentable de utilizar la difícil situación por la que atraviesa un pueblo latinoamericano para atacar a un adversario político.
El verdadero populismo es el PRI, no me refiero a la definición en la cual se considera al populismo como la tendencia política que pretende atraerse a las clases populares, sino a la connotación en la cual esta tendencia se ubica más cerca de la demagogia y de la mentira, que de la atención a los problemas y las necesidades de los sectores más desprotegidos de la población o que propicia y se beneficia del debilitamiento de las instituciones y del quebranto del estado de derecho. Presidente tras presidente de la República, el discurso oficial se cargaba de demagogia; en palabras, los presidentes priistas hacían todo en beneficio del pueblo y a nombre de una Revolución que hacía muchos años ya había sido olvidada y cuyos principios también habían sido traicionados.
Los gobiernos populistas del PRI fueron demagogos, autoritarios y corruptos. Luis Echeverría Álvarez fue un populista autoritario. Defendía vehementemente la Revolución, pero fue un represor de la disidencia política. La guerra sucia de los años 70 y la matanza del 10 de junio de 1971 llevan su marca distintiva. José López Portillo fue un populista corrupto. En ningún sexenio de la historia reciente de México se ha llegado a los niveles de corrupción como en su administración. López Portillo endeudó al país y dilapidó nuestros recursos energéticos; al final, nacionalizó la banca y devaluó el peso.
Carlos Salinas de Gortari fue un populista modernizador. Dejó a un lado el discurso de la Revolución mexicana y creó el Programa Nacional de Solidaridad, que no fue otra cosa que una política asistencialista y clientelar. Prometió modernizar al país y lo único que hizo fue privatizar el ejido, vender empresas públicas y colocar, con estas ventas, a unos cuantos empresarios entre los hombres más ricos del mundo.
Dirán que no hablemos del pasado. Bueno, hablemos del presente: el actual populismo priista reformador. En este sexenio se han repartido más despensas y se han desviado más programas sociales en beneficio de un partido o de un candidato que nunca. El actual gobierno aprobó, por medio de alianzas legislativas, un gran número de reformas estructurales, supuestamente para ayudar a los sectores populares, pero los verdaderos beneficiarios han sido, de nueva cuenta, un grupo de empresas y de empresarios ligados al gobierno.
El populismo demagogo, corrupto y autoritario del PRI es el que ha sumido al país en la situación que actualmente vive: la mitad de la población en la pobreza, violación de los derechos humanos y corrupción en todos los ámbitos de la administración pública, nunca tantos gobernadores del PRI habían enfrentado procesos por corrupción como ahora.
Sí, debemos parar al tipo de populismo que representa el PRI. M