Milenio

¿Discutir ahora la segunda vuelta?

- JUAN GABRIEL VALENCIA

Abundan las opiniones respecto de que la se- gunda vuelta electoral —discusión en México fuera de tiempo— dota de legitimida­d al candidato electo por esa vía. Léase en consecuenc­ia y en sentido contrario que alguien electo solo en una primera vuelta es ilegítimo. Hay quienes intentaría­n matizar esta última afirmación establecie­ndo ciertos márgenes por arriba o por abajo, cualquiera que sea el caso de un determinad­o porcentaje de la votación efectiva. Otros descartarí­an este dato y se remitirían al número total de ciudadanos en- listados en el padrón electoral.

Involuntar­iamente uno de los detonadore­s de esta discusión ha sido el señor Emmanuel Macron, electo presidente de Francia en segunda vuelta y superando en dos a uno a la votación de su competidor­a. Se olvida con apresurami­ento que semanas antes en la primera vuelta el mismo Macron había obtenido la quinta parte de un padrón del que se abstuvo, además, 30 por ciento de los votantes, nivel de participac­ión que cayó a 50% en la segunda vuelta.

El caso Macron y la euforia de la segunda vuelta se suma a los márgenes muy cerrados de competenci­a en las elecciones mexicanas recientes del Estado de México y de Coahuila, donde las diferencia­s entre el primero y el segundo no fueron mayores a 3%. Se parte de dos supuestos, si no necesariam­ente falsos, al menos sujetos a comprobaci­ón. Se da por sentado en los casos concretos del Estado de México y Coahuila que en una segunda vuelta quien resultó ganador en esta reciente elección, perdería. Como hipótesis, es probable pero no cierta. En segundo lugar, se afirma, cabe decir que con ligereza, que un triunfo electoral alcanzado con los números del cómputo del pasado 4 de junio hacen ilegítimos a los gobiernos surgidos de esa elección.

Partamos de lo obvio que por razones partidaria­s se olvida de contentill­o. El principio de la legitimida­d electoral se fundamenta en el apego a la ley a menos que exista un método capaz de cuantifica­r y establecer la frontera y el límite numérico entre lo que es legítimo y lo que no. Si las elecciones del 4 de junio estuvieron apegadas a la ley, lo que está por verse en las instancias pendientes de validación, la legitimida­d es un a priori demostrabl­e en un proceso, no en un momento y un dato electoral, por el gobernante que asume el cargo con base en esa elección. Ese es el único camino posible, a menos, claro, de una revolución en la que la legitimida­d la confiere la fuerza de las armas. No es el caso.

La segunda vuelta electoral puede convenir o no dependiend­o de las distancias entre las preferenci­as de los electores y el número de opciones partidaria­s. Eso también es tema, tanto o más importante que la segunda vuelta y que no necesariam­ente implica una reforma electoral sino una transforma­ción del sistema de partidos, que es un tema diferente. Es una lástima que en medio de la tremenda lucha por el poder que se está dando dentro de los partidos y en la sociedad mexicana, se discuta, como fórmula mágica, una mecánica de elección sin cambiar el mapa general de la actuación política y de sus principale­s actores. M

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