¿Discutir ahora la segunda vuelta?
Abundan las opiniones respecto de que la se- gunda vuelta electoral —discusión en México fuera de tiempo— dota de legitimidad al candidato electo por esa vía. Léase en consecuencia y en sentido contrario que alguien electo solo en una primera vuelta es ilegítimo. Hay quienes intentarían matizar esta última afirmación estableciendo ciertos márgenes por arriba o por abajo, cualquiera que sea el caso de un determinado porcentaje de la votación efectiva. Otros descartarían este dato y se remitirían al número total de ciudadanos en- listados en el padrón electoral.
Involuntariamente uno de los detonadores de esta discusión ha sido el señor Emmanuel Macron, electo presidente de Francia en segunda vuelta y superando en dos a uno a la votación de su competidora. Se olvida con apresuramiento que semanas antes en la primera vuelta el mismo Macron había obtenido la quinta parte de un padrón del que se abstuvo, además, 30 por ciento de los votantes, nivel de participación que cayó a 50% en la segunda vuelta.
El caso Macron y la euforia de la segunda vuelta se suma a los márgenes muy cerrados de competencia en las elecciones mexicanas recientes del Estado de México y de Coahuila, donde las diferencias entre el primero y el segundo no fueron mayores a 3%. Se parte de dos supuestos, si no necesariamente falsos, al menos sujetos a comprobación. Se da por sentado en los casos concretos del Estado de México y Coahuila que en una segunda vuelta quien resultó ganador en esta reciente elección, perdería. Como hipótesis, es probable pero no cierta. En segundo lugar, se afirma, cabe decir que con ligereza, que un triunfo electoral alcanzado con los números del cómputo del pasado 4 de junio hacen ilegítimos a los gobiernos surgidos de esa elección.
Partamos de lo obvio que por razones partidarias se olvida de contentillo. El principio de la legitimidad electoral se fundamenta en el apego a la ley a menos que exista un método capaz de cuantificar y establecer la frontera y el límite numérico entre lo que es legítimo y lo que no. Si las elecciones del 4 de junio estuvieron apegadas a la ley, lo que está por verse en las instancias pendientes de validación, la legitimidad es un a priori demostrable en un proceso, no en un momento y un dato electoral, por el gobernante que asume el cargo con base en esa elección. Ese es el único camino posible, a menos, claro, de una revolución en la que la legitimidad la confiere la fuerza de las armas. No es el caso.
La segunda vuelta electoral puede convenir o no dependiendo de las distancias entre las preferencias de los electores y el número de opciones partidarias. Eso también es tema, tanto o más importante que la segunda vuelta y que no necesariamente implica una reforma electoral sino una transformación del sistema de partidos, que es un tema diferente. Es una lástima que en medio de la tremenda lucha por el poder que se está dando dentro de los partidos y en la sociedad mexicana, se discuta, como fórmula mágica, una mecánica de elección sin cambiar el mapa general de la actuación política y de sus principales actores. M