LA DIGNIDAD DE JOAN MARGARIT Marco Antonio Campos
Le acaba de ser otorgado en Chile al poeta catalán Joan Margarit el Premio Pablo Neruda. El prestigiado premio con él se prestigia más. Margarit, amén de ser un extraordinario arquitecto, es tal vez el mejor poeta vivo español.
Conversar con Margarit es un privilegio. Como en su poesía, en su conversación casi nada sobra, emotiva e intelectualmente.
Margarit escribió poemas en catalán y en castellano, pero, pese a ser del todo bilingüe, al escribir en castellano nunca dejó de sentir en catalán. Su metro natural fue el endecasílabo blanco y como buen arquitecto construyó poemas que parecen pequeñas casas. Margarit siempre ha creído que el fin de la poesía es la emoción y en sus poemas entrañables, que llaman desde el pasado, hay dolor y tristeza, ternura y compasión. Es una poesía que parece alejarse para irnos dando a cada paso una sensación de lo que fue y de lo que se fue. Hay en ella una recuperación precisa de lo mínimo: fugacidades, resplandores, murmullos, atisbos, roces casi imperceptibles, huellas casi borradas, ecos lueñes, sombras que regresan momentáneamente para volver a disiparse. En buen número de esos poemas se combinan hábilmente repeticiones, variaciones de frases o palabras, y en ocasiones el primer verso circularmente es también el final. Para él la poesía debe ser exacta, concisa e intensa.
Margarit escribió piezas amorosas que se encuentran dentro de lo mejor de la poesía moderna. Si una palabra define su conducta a través de los años es dignidad.