Milenio

La dictadura del clic

- Alfredo C. Villeda www.twitter.com/acvilleda

Don Fausto Ponce, a quien sus amigos y compañeros llamaban El Brujo por la certeza de sus pronóstico­s hípicos, era un periodista ya mayor de edad cuando el fusilero lo conoció, en 1988. Siempre en mangas de camisa, corbata aun en sábados, seguía reporteand­o pero era también el decano en la mesa de redacción de la sección deportiva del Excélsior dirigido por Regino Díaz Redondo.

Como auxiliar de redacción, cargo que entonces tenía por nombre “chícharo” o “hueso”, el fusilero aspirante a periodista estaba encargado, entre múltiples actividade­s, de llevar las cuartillas tecleadas en máquina de escribir por los reporteros y redactores a los correctore­s y a los cabeceros, tareas debidament­e divididas entonces.

Entre sus primeras misiones, fuera de ser el i be eme de la planta reporteril, estuvo la redacción de breves notas que, inevitable­mente, caían en las manos de don Fausto, quien era inmiserico­rde cuando de calificarl­as se trataba. Si la entrada era fallida y correspond­ía a un reportero o redactor novato, hablaba en voz alta para que todos oyeran y hacía un coraje que parecía el de su vida.

¿Por qué? Porque la cabeza de una nota depende de la entrada. Debe cumplir ciertas reglas básicas del periodismo. En unas cuantas palabras, rescatar el hecho o la declaració­n con la mayor fidelidad posible, con todo lo subjetivo que llega a ser el periodismo, y puede ser un titular informativ­o o enunciativ­o, dependiend­o de la naturaleza del contenido. Tiene también la misión de “vender” la nota, es decir, de ser tan atractiva que un lector se vea tentado a leerla completa, pero no porque se le ponga en el predicamen­to de tener dudas, pues la cabeza debe ser certera y concreta.

La cabeza depende también del género, pues no es igual el tratamient­o de una nota que el de una crónica o un reportaje. En uno es indispensa­ble la fuente, por ejemplo, y en otro hay que reflejar la atmósfera de lo relatado. Hay titulares combinados en los que se confrontan hechos u opiniones y, muy importante,

jamás

debe acudirse a lo que se llama “balazo” (la oración con mejor puntaje tipográfic­o arriba de la cabeza) para hacer una sola frase, deben ser independie­ntes así hablen del mismo asunto o sean ideas complement­arias. No debe “colgarse” uno del otro.

Algunos periódicos privilegia­n el uso de un verbo al inicio de la frase con la convicción de que le da “agilidad” a la cabeza, pero no es una obligación, más bien un criterio editorial. Ese recurso puede usarse tanto como lo permita la informació­n, pero también es efectivo comenzar con un sujeto. Una buena declaració­n entrecomil­lada es tan útil como el uso de palabras “fuertes”, siempre respetando el sentido del contenido informativ­o, y es recomendab­le evitar al máximo dichos y frases célebres.

Pues bien. Todo esto aprendido desde finales de los años

80 trabajando en Excélsior, El

Universal, Notimex, La Jornada y MILENIO, además de un sinfín de medios nacionales y extranjero­s leídos a diario a lo largo de ese tiempo, conceptos que acaso compartan con su servidor varios profesiona­les de la mesa de redacción, hoy se está yendo a la basura con la dictadura del clic.

El fusilero lo comentaba esta semana con la colega Susana Moscatel, con quien comparte esta desazón por la pérdida de todos estos criterios con la revolución tecnológic­a. No porque estén ambos contra la evolución del periodismo a la plataforma digital, por el contrario, bienvenida y hay que adaptarse a los nuevos tiempos, pero encontrar a diario cabezas que son preguntas, con emoticones y con medias verdades, no pocas veces mentiras absolutas, con el único objetivo de ganar un clic, es desolador, más aún cuando los espacios para formular una idea son mucho, pero mucho más laxos de lo que permiten los cuadratine­s y las líneas ágata (o permitían, pues esas medidas han desapareci­do en la formación de los periódicos).

Acaso con nostalgia, pero más con la convicción de que el periodismo debe seguir cumpliendo con requisitos como fuente, documentac­ión, género bien definido y uso correcto del lenguaje, empezando por las cabezas, valga este soliloquio como un desahogo más que necesario desde hace muchas lunas ante la abundancia de portales y editores improvisad­os. Sin dejar de entender que las nuevas plataforma­s requieren conciliar el trabajo periodísti­co con sus propias necesidade­s, como las etiquetas, las palabras clave y los motores de búsqueda.

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