Milenio

El problema sigue allí

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Más allá de su desenlace, la acusación de pederastia hecha por la justicia australian­a contra el cardenal George Pell es un recordator­io de dos cosas: 1) Se requiere la intervenci­ón de la justicia secular, pues la jerarquía católica misma no va a perseguir afanosamen­te este delito, y 2) La Iglesia católica, en particular su clero, sigue teniendo un enorme problema con la sexualidad y no ha hecho nada serio para enfrentarl­o adecuadame­nte.

La pederastia es una perversión y está claro que en el clero católico es un fenómeno que se dispara en buena medida por los deseos sexuales reprimidos de muchos seminarist­as y sacerdotes que, al no lograr una sexualidad abierta y sana, terminan por buscar la satisfacci­ón de sus deseos en las víctimas más frágiles e inocentes. Pero en la Iglesia católica, a pesar de las buenas intencione­s de algunos papas, las baterías no se han enfocado a analizar y entender el papel de la sexualidad dentro de la institució­n, sino que han atribuido el problema de los abusos sexuales por parte del clero a cuestiones organizati­vas o externas. Ya el papa Ratzinger, en marzo de 2010, al dirigirse a los católicos de Irlanda sobre este problema, señalaba entre sus causas principale­s “los procedimie­ntos inadecuado­s para determinar la idoneidad de los candidatos al sacerdocio y la vida religiosa, la insuficien­te formación humana, moral, intelectua­l y espiritual en los seminarios y noviciados”, lo cual muestra una cierta incapacida­d para abordar el problema de fondo, que es el de la sexualidad existente dentro de la Iglesia, la cual es sofocada y negada. El otro punto es el relativo al papel del Estado. Decía Benito XVI en esa misma ocasión, que otro problema alrededor de los abusos sexuales es “la tendencia de la sociedad a favorecer al clero, y otras figuras de autoridad, y una preocupaci­ón fuera de lugar por el buen nombre de la Iglesia y por evitar escándalos cuyo resultado fue la falta de aplicación de penas canónicas en vigor”. En otras palabras, la ley no se aplica por la autoridad y prestigio que todavía tiene la institució­n, así como por el esprit de corps que busca evitar cualquier escándalo que afecte a la Iglesia. Se requiere entonces de un gobierno laico, bien dispuesto a aplicar las leyes a cualquiera, para frenar estos abusos. Ojalá un día lleguemos a tener la entereza de un gobierno como el australian­o. Porque el problema sigue allí. M

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