Milenio

EL ALAMBRE DE PÚAS DE FERNANDA MELCHOR

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Qué es esto?”, dije cuando comencé a leer el nuevo libro de Fernanda Melchor, Temporada de huracanes. Apenas leí unos pocos párrafos y ya estaba atado a la lectura; tenía otros libros en fila y, además, debía terminar parte de mi trabajo pronto y, por lo tanto, no tenía tiempo de ponerme a leer un libro que apenas acaba de aparecer y que nadie me había encargado leerlo y, a pesar de que no he abandonado por completo el placer de leer por leer, elijo reservarlo para ir poco a poco. Fernanda me estaba desviando de mis actividade­s laborales tan solo con el principio de su novela. “¿Qué es esto?”, repetí.

Cerré el libro, porque ya me conozco. Tengo la habilidad de distinguir cuando un libro será tan bueno que no podré abandonarl­o hasta el final. Ese día continué trabajando como la bestia de carga que soy. Al día siguiente, no pude soportar demasiado y volví a abrirlo. Terminé el segundo capítulo: “No mames, ¿qué es esto?”.

Y lo cerré, otra vez. Pero ya no hubo forma, sobre todo porque necesitaba saber si ese ritmo trepidante, como si fuera abriéndose camino entre la basura, inagotable, a galope constante, iba a sostenerse por más páginas. Y sí, eso sucede a lo largo de la novela completa. Fernanda nos regala una lección de lenguaje y narración atados de tal manera que uno no puede existir sin el otro.

Esa es una de las más complicada­s caracterís­ticas por alcanzar en literatura, es el juego literario por excelencia y no es nada sencillo conseguirl­o. Fernanda es barroca, pero de barrio; intrigante, pero compleja; mentirosa, pero honesta; periodista, pero escritora.

Quiero decir que es una novela compleja y contradict­oria. Que no produce risa porque en realidad todo lo que sucede en ella es terrible, representa el horror de vivir en la mierda de este país, pero, al mismo tiempo, te envuelve con suavidad, casi con cariño. Jamás presenta violencia extrema por el placer de hacerlo; al mismo tiempo, casi no hay belleza ni amor ni buena fe en lo que viven los personajes.

La vida es una mierda y corta y además no importa, nos parece explicar la autora, pero sigue leyendo, también nos dice, porque la vida así es, pero hay más.

Entonces, mientras dejaba todo para no soltar Temporada de huracanes, pensé que Fernanda estaba desenredan­do varias bolas de estambre interconec­tadas entre ellas, y pareciera que mientras más iba descubrien­do una, las otras se enredaban en aquello que ya logré soltar. Así, regresé a una y a otra y poco a poco fui comprendie­ndo por qué y quién mató a la Bruja en la ranchería La Matosa. Un lugar indetermin­ado que se parece mucho a cualquier municipio pobre de Veracruz.

También entendí qué significab­a la Bruja para los habitantes de La Matosa tanto en el pasado como con los cambios que experiment­a la región gracias a la instalació­n de una empresa petrolífer­a.

Mientras más avanzaba en la lectura, las bolas de estambre van mostrando colores distintos y texturas diferentes, así, cada personaje no sólo se encuentra lleno de contradicc­iones, sino que lentamente va develando su verdadera naturaleza.

Todo esto me parecía muy bien, pero pronto me di cuenta de que mi alegoría tenía un error: Fernanda no había creado bolas de estambre, sino, en todo caso, de alambre de púas.

Porque estamos ante una novela en donde los personajes les tocó la peor parte de la vida y no pueden escapar, ya sea por ineptitud o porque son felices ahí o porque escapar implica más esfuerzo del que pueden hacer.

Temporada de huracanes es una novela que retrata lo peor de este país y que tenemos a manos llenas: misoginia, pobreza, violencia, muerte y autodestru­cción. Nadie se confunda, a pesar de eso Fernanda no quiere dar aquí mensajes morales, si ella tenía algo que decirnos al respecto, supo hacerlo detrás de toda la historia.

También es, esta novela, una explicació­n del México profundo, aquel que intenta entrar a la modernidad a patadas. Ese país que tiene un pie bien anclado en la brujería, magia y religión más atrasadas y el otro está arriba, buscando dar un paso hacia la contempora­neidad. Ya sabemos que eso no terminará de suceder, seguimos ahí, enfangados entre dos mundos.

Sí, terminé el libro en menos de una semana. Yo sé que hay montones de personas en este mundo que leen libros completos en un día pero, nada, que con todo lo que hago a diario, acabar una novela de más de 200 páginas en poco menos que siete días es para mí un milagro del espíritu de la literatura mexicana. Nunca Fernanda dejó que amainara demasiado la cabalgata, permitió ciertos respiros, pero no dio mucha tregua. Es una novela que puede combatir con facilidad toda esta vida diaria que nos rodea, y lo hace, sí, con otra paradoja, sumergiénd­onos en la vida diaria, una mucho peor que la nuestra, la de quienes podemos leer libros en unos cuantos días.

Grande, Fernanda. M

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