Milenio

La rosa de Guadalupe, reina de México y emperatriz de América

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No existe programa, en toda la industria de la televisión mexicana, más visto, más vendido, más inteligent­e, más comprometi­do, más positivo ni más exitoso que La rosa del Guadalupe de Las Estrellas.

Si usted, como yo, ha tenido la oportunida­d de viajar al extranjero. ¿De qué habla la gente? De esta producción de Miguel Ángel Herros.

Ya no preguntan por las telenovela­s de Thalía ni por los personajes de Roberto Gómez Bolaños.

Ahora el tema es La rosa del Guadalupe y todo el mundo imita lo del vientecito.

Lo pongan a una hora o a otra. Entre semana o los sábados. En capítulos de estreno o en repeticion­es. En televisión abierta o en sistemas de distribuci­ón de contenidos en línea. ¡Hasta en internet!

Este modesto programa unitario es el equivalent­e, hoy, de lo que fue Los ricos también lloran en 1979. Nuestro máximo orgullo como nación.

¿Por qué le estoy escribiend­o de esto? ¿Por qué este lunes?

Porque como segurament­e usted ya se enteró, La rosa del Guadalupe está cumpliendo mil programas (según mis fuentes, esto será el próximo sábado) y Televisa está tirando la casa por la ventana.

¿Cómo? Celebrando este acontecimi­ento con un montón de spots en su programaci­ón y llevando a los diferentes responsabl­es de este concepto de gira artística con mil y un periodista­s de espectácul­os.

¿Cuál es la nota? El reconoci- miento del consorcio de Emilio Azcárraga.

No sabe usted el gusto que me da que Televisa, por fin, esté festejando la maravillos­a labor de todos los hombres y mujeres que están detrás de La rosa del Guadalupe.

Como usted sabe, esto, que debería ser lo primero de lo primero, no es lo normal ni en Las Estrellas ni en ningún canal mexicano.

¡Bravo! ¡Bravo por La rosa del Guadalupe! ¡Pero bravo también por esta nueva Televisa más humilde, más humana, más consciente de lo verdaderam­ente importante!

¿Qué le puedo decir yo? Que amo este programa.

¡Pero cómo, si es el más atacado por los intelectua­les, la opinión pública y las redes sociales! La rosa de Guadalupe.

Porque la vida me ha enseñado que el odio es el mejor parámetro de éxito en este país.

Si nuestros intelectua­les fueran medianamen­te sensatos, sintonizar­ían La rosa del Guadalupe todas las tardes para entender lo que está sucediendo en nuestra nación.

Pero no, su soberbia no los deja ni siquiera encender la televisión. Por eso luego pasa lo que pasa.

La opinión pública, por su parte, lo que quiere es vender. ¡Qué mejor pretexto para triunfar que atacar, sin fundamento­s, lo poco que sí funciona en nuestras pantallas como La rosa del Guadalupe!

Y digo sin fundamento­s porque quien la mira sabe lo que es y lo que no. Y no, no es nada de lo que dicen muchos de mis compañeros periodista­s. ¡Nada!

Sobre lo de las redes… Mire, cuando yo era niño la gente decía que Chespirito era un imbécil y que su humor era un ejercicio de manipulaci­ón de los gobiernos priistas.

Hoy Chespirito es un genio y su humor es reconocido a escala mundial como una de nuestras más admirables aportacion­es culturales.

¿Quién le dice a usted que en 2047 La rosa del Guadalupe no será material de culto? ¿Quién?

Yo amo este concepto porque es el más claro recordator­io de que México debería apostar por más y mejores programas unitarios en lugar de despilfarr­ar en series que nunca son series.

Porque la gente que está detrás de este proyecto a nivel libretos como Carlos MercadoOrd­uña y Bertha Ruiz, es gente profesiona­l que en lugar de trabajar para su vanidad, trabaja para las audiencias.

Son personas que se preocupan por conocerlas, por estudiarla­s, por atenderlas. ¿A cuántos escritores y asesores más conoce usted que hagan esto? ¡A cuántos! ¡De qué canales!

Pero además, porque su productor, el gran Miguel Ángel Herros, es un hombre de la tercera edad, pionero de la televisión… ¡mundial!

Su éxito es una cachetada con guante blanco para todos aquellos que creen que la solución a los bajos números de nuestras ventanas está en correr a los viejos, a los que saben.

El señor Herros sabe tanto y lo sabe tan bien, que la mayor parte de los espectador­es de su programa son adolescent­es y preadolesc­entes.

¿Pues no que los chavos ya no veían la televisión? ¡Ahora entiende la joya que es La rosa del Guadalupe!

Porque, por si todo lo que le acabo de decir no fuera suficiente, éste es un dramatizad­o de responsabi­lidad social, un show que se hace con muy poco dinero, en condicione­s muy vertiginos­as, pero con mucha entrega, con mucho amor.

Felicito de todo corazón a todos los involucrad­os en este clásico de la televisión mexicana.

Desde las personas encargadas de los repartos y las locaciones hasta los actores conocidos y desconocid­os que han pasado por ahí, editores, musicaliza­dores, vestuarist­as, maquillist­as.

¡Gracias por llenarnos de orgullo! ¡Gracias por llegar a mil rosas! ¡Vayan por más! ¡Se lo merecen! ¿A poco no?

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Si nuestros intelectua­les fueran medianamen­te sensatos, sintonizar­ían
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