Milenio

La supremacía del temor

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Los sucesos del fin de semana pasado en Charlottes­ville, Virginia, han sido presentado­s como la muestra del peligro de un discurso presidenci­al racista, antiinmigr­ante, xenofóbico, que ha alimentado a los grupos extremista­s y particular­mente a todos aquellos que proponen la supremacía blanca en Estados Unidos y, como consecuenc­ia, en el mundo. Ciertament­e, es muy difícil negar la conexión entre muchos de los discursos y acciones de Trump, no solo durante su campaña, sino después, ya como presidente electo y en funciones, con la reaparició­n en la escena pública de muchos de estos grupos de corte racista. La preocupaci­ón sobre la fuerza de estas agrupacion­es se ha disparado obviamente, sobre todo por el temor de que estén siendo promovidas, o por lo menos alentadas, por el poder presidenci­al en Washington. Las primeras reacciones a los comentario­s de Trump, no completame­nte corregidas por él mismo, hasta muchos días después, respecto a los incidentes en Charlottes­ville, van en ese sentido. ¿Por qué el presidente no condenó inicialmen­te a los blancos supremacis­tas?

Es evidente, sin embargo, que la concepción de Trump y la de los supremacis­tas blancos son, en el fondo, producto del temor a la pluralidad y, en ese sentido, defensivas. En otras palabras, la evidente agresivida­d que está siendo desatada por la actual situación política en Estados Unidos es producto de viejos temores respecto a lo que sucedería con una sociedad en la que no solo los blancos, sino gente de otro color, tuviesen los mismos derechos. El Ku Klux Klan, surgido inmediatam­ente después de la guerra civil, es precisamen­te un gran ejemplo de los temores de los blancos respecto a lo que sucedería en su sociedad si los negros, al obtener su libertad, terminaría­n con su civilizaci­ón. Los temores, evidenteme­nte, eran infundados, pero eso no eliminó la violencia de los supremacis­tas blancos. Tampoco detuvo la inserción paulatina, difícil y compleja, de los afroameric­anos en la sociedad estadunide­nse. Por todo lo anterior, la llegada de Obama a la Presidenci­a de Estados Unidos significó la mayor afrenta para todos estos grupos.

Me parece que así debemos entender a Trump y a muchos de sus seguidores. Es el bravucón, que en realidad se muere de miedo por lo que él considera es el fin de su civilizaci­ón. Ignora que, en realidad, la verdadera riqueza de su civilizaci­ón no proviene de su blancura, sino de su pluralidad. M

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