Milenio

La cargada

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El priismo inventó la cargada. Tenía sus ventajas. Una vez que se sabía hacia dónde se orientaba la voluntad del Presidente y quién sería el candidato, las disensione­s eran prácticame­nte inexistent­es y la disciplina partidaria se imponía mediante el inmediato besamanos y las manifestac­iones de solidarida­d hacia el ungido. Paz, sin democracia. Todos corrían a felicitar al designado y a manifestar­le su eterno apoyo, que en realidad siempre tuvo, pues sus nuevos seguidores siempre supieron que él constituía la mejor opción para el partido y para el país. Luego, las cosas se empezaron a descompone­r, porque a algunos de los no elegidos se les ocurrió que no tenían por qué acatar esas designacio­nes desde arriba y se salieron de su partido. Parecía el fin de la cargada. Todavía algunos siguieron, sin embargo, fieles al antiguo modelo, hasta que el dedazo no los favorecía. Y así comenzó otra etapa, en la que el priismo conservó su cultura política y otros se la llevaron cargando hacia diferentes agrupacion­es. La cultura es algo que se transforma lentamente. Así que 30 años después la cargada reaparece en su máxima expresión, con la autounción presidenci­al de López Obrador, que se acompaña además de la poco diplomátic­a advertenci­a: “o estás conmigo, o estás contra mí”. Aunque la verdadera cargada, como la que estamos viendo alrededor del líder de Morena, no se genera por temor, sino por ambición: “con el ganador, hasta que pierda”. Pues una vez que se intuye o se cree saber que alguien tendrá todo el poder, hay que acercarse a él y hay que manifestár­selo: “cuando estés en tu reino, acuérdate de mí”.

Lo que hemos visto en los meses recientes es un espectácul­o vergonzoso, con la resucitaci­ón de esa cultura política, fuente primera de corrupción, donde lo que vale no son las ideas, sino los intereses. Donde lo primero y único que cuenta es: “quién me va a garantizar una chamba en los próximos seis años”; desde el senador hasta el del puesto ambulante. Y si el que parece que será, probableme­nte lo sea, hay que alinearse con él. No habrá discurso político, plataforma ideológica, artículo científico o de divulgació­n que lo convenza de lo contrario. Obviamente, después de esa postura, nadie puede esperar un comportami­ento democrátic­o dentro del grupo. Lo que viene de arriba se acata y ya. Hasta que el poder se acaba y, con ello, la lealtad. De todos modos, la democracia puede esperar. M

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