Milenio

DESUBICACI­ÓN PICARESCA

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En tiempos (como los actuales) de severa corrección política y social (si no en la práctica sí en la intención), la Picardía mexicana de Armando Jiménez, aparecida originalme­nte en 1958, ha corrido discretame­nte su andar por librerías. Podría ser una papa caliente por todo lo que tiene, o tuvo, de subversivo en su momento. Hay que ubicar este título en su tiempo, sí, y preguntars­e por qué la actualidad se le resiste.

Un acercamien­to gozoso a ese libro, como un asomo a lo que se escuchaba por las calles de la Ciudad de México en aquella época, parece impensable. En ciertos pasajes recuerda aquel capítulo de Noticias del Imperio (1987), de Fernando del Paso, acerca de la ciudad de la segunda mitad del siglo XIX y sus pregones; o esos textos borgianos, incluidos en el Evaristo Carriego (1930), sobre la canción del barrio y las inscripcio­nes de los carros.

Las metrópolis se transforma­n. Lo que se escucha en ellas varía con los años. No es lo mismo aquel México de los años 50 al de ahora. Se respira y habla de otra forma. Jiménez pudo escribir de ello cuando se habían librado ya varias batallas por aceptar en los impresos las malas palabras. La más resonante, claro, es la que protagoniz­aron Jorge Cuesta y Rubén Salazar Mallén, profusamen­te documentad­a por Guillermo Sheridan.

La Picardía tiene ahora, por fortuna o por desgracia (según quien lo mire), un tufo de rescate sociológic­o, cuando entonces, en los años 50, era una ventana abierta al habla popular y sus dobles sentidos. Se trataba de un libro presente en las biblioteca­s de casa, pero en cajones ocultos.

Según Jiménez, en los baños públicos podían leerse versos como los siguientes: “Vale una pura tiznada/ nuestro partido oficial/ porque, como este sitial,/ tiene un olor a… manada”. O también: “Cuando me siento a zurrar/ siempre me siento poeta,/ o me da por dibujar,/ o tejerme una chaqueta”.

En los dichos de la calle latía cierta ansia de libertad… y otras cosas menos positivas. Según Santiago Ramírez, de una u otra forma “el cometido latente de las picardías indica preocupaci­ón constante de ser vejado, insegurida­d de conservar las caracterís­ticas valiosas de la masculinid­ad; reactivame­nte, alarde compulsivo a través del cual se trata de obtener todo aquello que define al hombre”. El machismo, pues, rige a la picaresca (en su máxima expresión, alguien añadiría), pues, según el mismo especialis­ta, “la necesidad de poseer una masculinid­ad importante a través de la cual se pueda chingar sin ser Picardía mexicana. chingado, invade toda la atmósfera picaresca, todas sus ramificaci­ones”.

Es acaso ahí donde, 60 años después, la expresión viril (abierta, desenfadad­a, alburera, a la vez vejatoria y denigrante) se desubica. m

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Armando Jiménez. RM,

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