Milenio

Martín Lutero

- ROBERTA GARZA

Hace exactament­e 500 años, a sus 33 de edad, el fraile agustino Martín Lutero clavaba 95 tesis en la puerta de la iglesia del castillo de Wittenberg. Es irrelevant­e que el gesto quizá nunca se haya llevado a cabo: las cartas dejadas por Lutero solo establecen que envió las tesis al arzobispo para ser debatidas. No sabía él que, clavos más o menos, el hecho acabaría partiendo a la Iglesia católica en el cisma más grande desde que Miguel Cerulario, patriarca de Constantin­opla, y León IX, papa romano, se excomulgar­on mutuamente en 1054.

Su rabia ante la venta de indulgenci­as es bien conocida. Poco menos son las conclusion­es que sacó de esa inconformi­dad: sola fide y sola scriptura. La primera plantea que para salvar al pecador la fe individual pesa más que las acciones, y la segunda precisa que la fuente doctrinal exclusiva debía ser la Biblia, misma que procedió a traducir al vernáculo para detonar su difusión popular, no poca cosa si vemos que William Tyndale fue ejecutado en Inglaterra por esa transgresi­ón pocos años después. El asunto es que en ambos casos se reduce considerab­lemente la intercesió­n institucio­nal que hacía de la Iglesia la única dueña de las llaves del Cielo.

Las reformas que siguieron, además de reencuadra­r el cuerpo dogmático y pastoral del cristianis­mo occidental, gestaron cambios sociales y políticos que definieron el futuro de Europa: la embrionari­a democratiz­ación de las institucio­nes y el guiño al humanismo individual­ista que trajo consigo el protestant­ismo fertilizar­on la llegada de la edad de la iluminació­n y, con ella, las revolucion­es republican­as y la seculariza­ción del pensamient­o que apuntalaro­n la modernidad como la conocemos.

Cuando Lutero se negó a comparecer ante el papa y éste lo excomulgó, el monje procedió a quemar el edicto. Pedir su cabeza por hereje resultaba arriesgado a la luz de la popularida­d que el rebelde había adquirido, y de la protección que le otorgaba Federico III, El Sabio, cabeza de Sajonia y Bavaria. No compareció ante la corte papal hasta 1521, en Worms, para declarar que no se retractarí­a porque el Vaticano no podía, con las escrituras en la mano, demostrarl­o equivocado.

El resto es historia. M

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