Martín Lutero
Hace exactamente 500 años, a sus 33 de edad, el fraile agustino Martín Lutero clavaba 95 tesis en la puerta de la iglesia del castillo de Wittenberg. Es irrelevante que el gesto quizá nunca se haya llevado a cabo: las cartas dejadas por Lutero solo establecen que envió las tesis al arzobispo para ser debatidas. No sabía él que, clavos más o menos, el hecho acabaría partiendo a la Iglesia católica en el cisma más grande desde que Miguel Cerulario, patriarca de Constantinopla, y León IX, papa romano, se excomulgaron mutuamente en 1054.
Su rabia ante la venta de indulgencias es bien conocida. Poco menos son las conclusiones que sacó de esa inconformidad: sola fide y sola scriptura. La primera plantea que para salvar al pecador la fe individual pesa más que las acciones, y la segunda precisa que la fuente doctrinal exclusiva debía ser la Biblia, misma que procedió a traducir al vernáculo para detonar su difusión popular, no poca cosa si vemos que William Tyndale fue ejecutado en Inglaterra por esa transgresión pocos años después. El asunto es que en ambos casos se reduce considerablemente la intercesión institucional que hacía de la Iglesia la única dueña de las llaves del Cielo.
Las reformas que siguieron, además de reencuadrar el cuerpo dogmático y pastoral del cristianismo occidental, gestaron cambios sociales y políticos que definieron el futuro de Europa: la embrionaria democratización de las instituciones y el guiño al humanismo individualista que trajo consigo el protestantismo fertilizaron la llegada de la edad de la iluminación y, con ella, las revoluciones republicanas y la secularización del pensamiento que apuntalaron la modernidad como la conocemos.
Cuando Lutero se negó a comparecer ante el papa y éste lo excomulgó, el monje procedió a quemar el edicto. Pedir su cabeza por hereje resultaba arriesgado a la luz de la popularidad que el rebelde había adquirido, y de la protección que le otorgaba Federico III, El Sabio, cabeza de Sajonia y Bavaria. No compareció ante la corte papal hasta 1521, en Worms, para declarar que no se retractaría porque el Vaticano no podía, con las escrituras en la mano, demostrarlo equivocado.
El resto es historia. M