La democracia diabética
Nuestro sistema democrático, con la alternancia de 2000, nació envuelto en altas expectativas, pero no experimentó avances significativos; esa enfermedad lo explica y lo observamos débil
El último informe de Latinobarómetro* (2017) diagnostica que la democracia en América Latina contrajo diabetes: “Existe un paulatino declive de indicadores, que (…) en su conjunto revelan el deterioro sistemático y creciente de las democracias de la región. No se observan indicadores de consolidación, sino acaso de des-consolidación”. La insatisfacción con la democracia se asocia estrechamente con la desaprobación del desempeño gubernamental: los gobiernos de la región se aprecian ineficaces en la resolución de problemas. Un indicador al respecto señala que los gobiernos de la región no defienden los intereses de las mayorías; por el contrario, se orientan a proteger a una élite privilegiada. En México, 90 por ciento de los entrevistados cree que se gobierna para unos pocos, en contraste con el promedio latinoamericano que es de 75 por ciento. Las instituciones existen, pero corroídas.
Al entrar en el campo de la “democracia churchilliana”, de que la democracia es el mejor de los regímenes excepto los demás, se encuentra que México es el país de la región que presenta el más alto desacuerdo. El 54 por ciento así lo declara, contrastando fuertemente con 84 por ciento de Uruguay y abajo de la media de América Latina que alcanza 70 por ciento.
Nuestro sistema democrático, con la alternancia de 2000, nació envuelto en altas expectativas. Sin embargo, no experimentó avances significativos. La diabetes, silenciosa como es, lo explica. Los mexicanos observamos que nuestro sistema democrático es débil y, lo peor, no hay algún indicio que insinúe una mejoría. El rechazo a los partidos políticos tiende a generalizarse, la corrupción hace presencia de manera cotidiana pero no se vislumbra ninguna acción que la enfrente. Hay, sobra decirlo, indiferencia de la autoridad.
La desconfianza institucional es otro de los indicadores que dibujan un panorama sombrío en nuestro corto plazo político. No se confía en los tribunales electorales. Solo 15 por ciento tiene confianza en nuestro gobierno. El sistema de justicia en su conjunto, además, está en entredicho y habría que subrayar que sin un estado de derecho sólido, la democracia se torna quebradiza. El proceso electoral de 2018 ha empezado y todo indica que las instituciones no se encuentran a la altura de enfrentar un reto inédito: partidos depreciados, emergencia de un frente político que hasta ahora es una fórmula carente de un proyecto bien definido, la aparición de decenas de independientes que señalan que las instituciones no están funcionado y menos satisfaciendo las aspiraciones de una ciudadanía que, en muchos sentidos, se encuentra, harta del actual estado de cosas. Esos candidatos independientes acusan un déficit institucional significativo. No tienen cabida en el entramado existente. En la víspera de un proceso electoral complejo, nuestro país no muestra la solidez institucional para enfrentarlo. Por el contrario, todo apunta un desdén hacia la democracia, consecuencia de la diabetes institucional que padece el sistema. Esto hará de 2018 un proceso sumamente incierto.
*Los datos fueron tomados de www.latinobarometro.org/ informe 2017. M