Mujeres imprudentes
Es inexplicable. Y no me refiero solo a la profunda estulticia de un cavernal que afirma que el aumento en los feminicidios se debe a que las mujeres “se suben con cualquiera, por eso las matan”, culpando a “la imprudencia” de éstas de la violencia contra ellas ejercida, como si ponerse una minifalda mereciera la pena capital; de ser así, los monaguillos de su Iglesia han de ser la mar de imprudentes.
Me refiero sobre todo a la ola de denuncias que, por primera vez, han tenido consecuencias para los perpetradores, hombres famosos, ricos, poderosos y populares que, a pesar de serlo, lo han perdido todo cuando se han revelado sus abusos. Al menos en Estados Unidos; en México sucede poco más allá de las pesadillas recontadas por las estudiantes del Tec —acosoenlau.com— que, puedo apostar, tratarán de barrerse bajo la misma alfombra que cubre a los chicos asesinados por los soldados en Monterrey, junto a los escombros del campus Tlalpan.
Desde donde venga, el aparente fin de la tradicional indulgencia otorgada a los depredadores sexuales es un estupendo comienzo. Lástima que nuestra sociedad, que encuadra la moral casi exclusivamente entre el ombligo y las rodillas, suela equivocar el ángulo del fenómeno: el acoso no es un asunto de desahogo sexual, sino uno principalmente de poder, de dominio, que solo puede darse de manera recurrente e impune en culturas donde la víctima —que no necesariamente es siempre mujer— es asumida como un ente inferior, supeditado al victimario.
En México no son pocas las mujeres que, disfrazándolos de virtud, aceptan y refuerzan con enjundia esos estereotipos serviles tan bien demostrados por Sandoval Íñiguez y por la institución que él representa. Anécdotas aparte, mientras sigamos viviendo como normal o aceptable que al niño se le dé la mejor educación mientras a la niña se le relegue a la domesticidad; que a la jovencita no se le permita viajar sola o tomar decisiones financieras autónomas; que la última palabra la tenga el padre, el esposo o el hijo mayor, o que las aventuras eróticas de uno y otro género se juzguen a las antípodas, seguiremos teniendo un mar de violaciones y de feminicidios impunes. M