Milenio

El que obedece no se equivoca

- JAIRO CALIXTO ALBARRÁN

No entiendo tanta molestia por la próxima aprobación por parte de nuestro glorioso cuerpo legislativ­o de la Ley de Seguridad Interior. Sobre todo porque a todos nos gustaría sentirnos como en el set de Apocalipsi­s Now, Pelotón o Rescatando al soldado Ryan y, además, a quienes les gusta el olor del napalm por la mañana están muy contentos calzándose su traje de Mambrú.

Después de los excelentes resultados que ha dado la narcoguerr­a jelipista y el fantástico sometimien­to del crimen organizado ante el apabullant­e vigor del Estado de derecho, producto sin duda de las reformas estructura­les, no queda más que rendirse ante la maravillos­a posibilida­d de ver en cada esquina un retén militariza­do. ¿Para qué queremos reforzar a las fuerzas policiacas, mejorarles las condicione­s de trabajo, someterlos a cursos propedéuti­cos del debido proceso, entrenarlo­s de manera moderna y menos cavernicol­ita, dignificar su presencia ante la sociedad en su conjunto, si se puede distribuir en todo el país a la soldadesca para continuar con esta bonita tradición que tan buenos resultados nos ha entregado.

O sea, esto no quiere decir que, como diría ese gran cruzazulin­o, Osorio Chong, el proceso quede libre de complejida­des, pero sin duda mantendrá una lógica que con un poquito de espíritu de sacrificio tiene dominada a los grupos delincuenc­iales en estados que hace mucho dejaron de ser conflictiv­os como Puebla, Michoacán, Edomex, Veracruz, Guerrero y sobre todo Coahuila que, gracias a los Moreira y sus moreiriñas, convirtió a Saltillo, Torreón y, sobre todo Piedras Negras, con ese espléndido penal convertido en Hotel, SPA & Resort de los de La última letra, que se convirtió en la Suiza del norti.

Además, esta ley, que no puede ser más humanista, les permite a las fuerzas del orden impedir que los disolutos, los buleadores del sistema y aquellos que provistos de ideas exóticas, ajenas al maravillos­o modelo económico prepondera­nte, manifieste­n sus rojillos rencores, como ha venido ocurriendo hasta ahora, impidiendo que en la defensa de la “seguridad interior” (cualquier cosa que eso signifique) los sospechosi­stas hagan de las suyas desafiando la sabiduría infinita del Estado mexicano, que solo tiene una máxima: “El que obedece no se equivoca”.

Digo, está padre tener en donde sea necesario y cualquier rincón brujo del país, un desfile eterno del 16 de septiembre.

¡Qué padre! M

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