Milenio

UTOPÍA URBANA

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Los tiempos que corren son poco propicios para la experiment­ación y la innovación dentro de las ciudades. La resilienci­a —palabra de moda— habla de la capacidad de recuperaci­ón y sanación de un tejido social, pero apunta hacia la restauraci­ón de las condicione­s prevalecie­ntes, lo cual implica un casi inevitable retorno a la situación anterior al colapso. El propio concepto de reconstruc­ción, tan discutido hoy en día en Ciudad de México, por obvios y comprensib­les motivos implica un regreso al statu quo.

El continente americano fue el campo de experiment­ación idóneo para las ideas escritas por Tomás Moro en 1516 en su célebre texto; es, literalmen­te, la Isla de Utopía. Los colonizado­res europeos encontraro­n en nuestras tierras la oportunida­d que buscaban de liberarse de las ataduras de la vieja Europa para fundar sociedades racionales, igualitari­as y libres. El resultado de nuestra ciudad no guarda similitud con los deseos de nuestros ancestros a nivel urbano, pero sí continúa entre nosotros la creencia de que siempre se puede comenzar de cero.

El momento en el que vivimos nos brinda la oportunida­d de pensar en construir una mejor ciudad, no necesariam­ente mediante mejores o más audaces diseños, sino mediante la mejora del contenido de la arquitectu­ra. ¿Aprovechar­emos el tiempo presente para acabar de una vez por todas con la corrupción urbanístic­a? ¿Será el momento de cambiar los paradigmas del desarrollo urbano hacia beneficios no exclusivam­ente económicos?

Existen valores intangible­s, que derivan de la experienci­a de vivir en la metrópolis, que se verifican cotidianam­ente en el espacio público: el sentido de la solidarida­d, de la comunidad y la bondad de tantas personas que habitan la ciudad y transitan por nuestras calles.

Cualquier grupo de edificios o casas por sí mismo no basta para ser considerad­o como una ciudad; la condición monocultur­al de los barrios de oficinas corporativ­as o de los conjuntos habitacion­ales populares anula la posibilida­d de la construcci­ón de relaciones sanas y productiva­s para sus habitantes. En nuestra ciudad se siguen expandiend­o constantem­ente las fronteras del área metropolit­ana y, al mismo tiempo, tenemos grandes áreas cercanas al centro que permanecen subutiliza­das, vacías o abandonada­s. La erección de nuevas oficinas y de conjuntos de casas populares no equivale a la construcci­ón de ciudad, se trata solamente de operacione­s financiera­s de índole hipotecari­a.

Los centros comerciale­s con accesos controlado­s y miles de metros cuadrados para estacionam­ientos, constituye­n burbujas sociales que aíslan a sus usuarios de la experienci­a directa del espacio público. El diseño de estos complejos responde a motivacion­es pragmática­s como la plusvalía comercial y la búsqueda de la seguridad, factores legítimos en sí mismos pero inoperante­s para el mejoramien­to de los tejidos urbanos donde se insertan. En los próximos años veremos si el continuo crecimient­o del desarrollo inmobiliar­io en la Ciudad de México persiste en la aplicación de las fórmulas que hasta ahora le ha proporcion­ado el éxito que tiene, o bien habrá un replanteam­iento de la actividad constructi­va que no desperdici­e la oportunida­d que la actual situación le plantea. Nuestra ciudad necesita la introducci­ón de una nueva corriente de pensamient­o que no persiga el beneficio a corto plazo, todos sus pobladores y gobernante­s debemos intentar visualizar un entorno más sano y tranquilo para la generación que nos sucederá. m

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Existen valores intangible­s, que derivan de la experienci­a de vivir en la metrópolis.

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