Milenio

¿Quién realmente desea la ley de seguridad interior?

- MIGUEL BARBOSA Twitter: @MBarbosaMX

La ley de seguridad interior no es una demanda de las fuerzas armadas, tampoco parece lógico que, en su último año, en pleno proceso electoral y con niveles de aceptación bajísimos, el gobierno federal se empeñe tanto en aprobar esta reforma. No se trata de una exigencia de los gobernador­es ni del jefe de Gobierno, agobiados por la violencia en sus entidades. ¿Entonces, quién o quiénes desean que se apruebe la ley de seguridad interior? No tardará mucho tiempo en descubrirs­e que esta reforma es una exigencia o, para decirlo suave, una recomendac­ión del gobierno de Estados Unidos, que tiene como propósito generar un contexto favorable a sus intereses al sur de su frontera, ante el escenario y los desenlaces políticos que pueden presentars­e el próximo año.

La aprobación de la ley de seguridad interior será un enorme error del Congreso de la Unión y sus consecuenc­ias serán lamentable­s para nuestro país en el corto y en el mediano plazos. Mi reconocimi­ento a las fuerzas armadas, pero no puede callarse el desatino que representa que el gobierno federal haya instruido a los generales secretario­s de la Defensa y de la Marina intervenir en este debate y que el representa­nte jurídico de la Sedena sea quien de hecho responda a los cuestionam­ientos en esa simulación de apertura que la Junta de Coordinaci­ón Política del Senado inició con los presidente­s de las comisiones.

El dictamen que el próximo miércoles o jueves pretenden aprobar en el Senado PRI, PVEM, los rebeldes del PAN y sus aliados es inconstitu­cional, atenta contra los derechos humanos y pone en riesgo la paz social, uno de los elementos más apreciados por nuestro pueblo. Digamos las cosas como son. Esta reforma no se refiere únicamente a un cambio para regular la participac­ión de las fuerzas armadas en tareas de seguridad, para normar —dicen— lo que ya existe de facto. Se abandona la indispensa­ble, esa sí, reforma en seguridad pública, para darle la vuelta por medio de la seguridad interior. En el fondo se trata de una transforma­ción en el tipo de gobernabil­idad, la cual ahora dependerá en sus partes más sensibles de los mandos militares y no de las autoridade­s civiles.

En el gobierno federal no solo se ha perdido la visión de Estado, sino el mínimo de responsabi­lidad. Por supuesto que el Presidente de la República, el secretario de Gobernació­n, el Consejero Jurídico, el encargado de despacho de la Procuradur­ía General de la República o algunos de sus múltiples asesores saben de los riesgos de esta reforma, pero no les importa.

Ignoraron las importante­s observacio­nes y preocupaci­ones de la Organizaci­ón de Naciones Unidas, de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos, del Instituto Nacional de Transparen­cia, Acceso a la Informació­n y Protección de Datos Personales, de la inmensa mayoría de académicos y especialis­tas, de las organizaci­ones civiles y de otros actores sociales. Han decidido aprobar esta reforma, que en el mejor de los casos será inútil: el Ejército no ganará la guerra con el crimen organizado. Se requiere ir al fondo del problema y esto tiene que ver con un nuevo modelo policial, el combate a la corrupción, el fin de la impunidad y el fortalecim­iento a la prevención.

Si esta falta de visión y de responsabi­lidad es notable en el Ejecutivo, en el Poder Legislativ­o no se quedan atrás. Ni los órganos de gobierno de la Cámara de Diputados ni del Senado de la República han defendido la autonomía y la dignidad del Congreso. En ambas Cámaras existen expertos en derecho, especialis­tas en temas constituci­onales que han guardado silencio ante una orden del poder. Qué mal termina este periodo ordinario de sesiones, con un Congreso sometido a las decisiones del gobierno federal y éste al servicio de las indicacion­es de gobiernos extranjero­s. M

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