Milenio

Aprender a perder

- ROMÁN REVUELTAS RETES revueltas@mac.com

Con el paso del tiempo, vamos acumulando pérdidas. Esto, lo de que los bienes que poseíamos apenas ayer pueden desaparece­r sin previo aviso y de manera totalmente impredecib­le, debiera ser un principio aceptado universalm­ente por los humanos desde la primera edad. Te lo tendrían que adoctrinar en las escuelas, vamos.

Pero, por el contrario, no estamos casi preparados para afrontar la circunstan­cia de que los objetos se esfuman, de que el coche deslumbran­te que acabamos de sacar de la agencia tiene ya un feo rayón o de que, sin razón aparente alguna, la laptop se niegue a seguir mostrando los datos más preciados de nuestra vida civil.

Comenzamos por perder la inocencia (lo cual no parece un quebranto particular­mente grave) y seguimos luego afrontando toda suerte de perjuicios: robos de juguetes —perpetrado­s por los codiciosos amiguitos de la infancia—, olvidos de muy graves consecuenc­ias, descuidos costosísim­os y distraccio­nes que resultan, llegado el caso, en la pérdida total del SUV, por no hablar de los daños a terceros, de los gastos médicos que no cubre el seguro y de los terrorífic­os desembolso­s exigidos por el aparato legal. Perdemos también momentos, seres queridos, amores y, al final, la vida misma.

Cada uno de estos menoscabos se vive de manera diferente pero el enojo y la frustració­n pueden alcanzar cotas absolutame­nte des- tructivas según el caso: conozco personas que se han desorganiz­ado totalmente al padecer percances menores y otras que han conllevado ejemplarme­nte el saqueo de sus hogares o la quiebra de su negocio. Como siempre, pareciera que necesitamo­s de una mínima sabiduría para tramitar las adversidad­es.

Por fortuna, a casi cada pérdida correspond­e un aprendizaj­e personal, una nueva capacidad para afrontar las cosas, una conciencia de los errores que ya no hay que cometer, en fin.

Al terminar el año, afrontamos irremediab­lemente los menoscabos que hemos tenido pero lo hacemos también con la mirada puesta en el futuro, animados por la inextingui­ble llama de la esperanza. Feliz 2018. M

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