Milenio

En el autoritari­smo no se tolera la crítica

- JOSÉ LUIS REYNA jreyna@colmex.mx

No es irrelevant­e el mandato de la Corte para instar al Congreso a que acate su obligación de legislar el gasto en publicidad gubernamen­tal; de cumplirse, México dejaría atrás (un poco) el autoritari­smo

La relación entre los medios de comunicaci­ón y el poder político no suele ser armónica. Se torna mucho más conflictiv­a en tanto el grupo de poder se distinga por tener un sello autoritari­o. En un régimen de este tipo, la crítica tiende a ser reprobada, amordazada y, con frecuencia, violentada hasta la misma muerte. México es un buen ejemplo al respecto. ¿Cuántos periodista­s han sido ultimados en los últimos años por sus críticas al sistema?: decenas.

El gobierno mexicano, como regla, mantiene una relación conflictiv­a con los medios de comunicaci­ón. Desde siempre. En el porfiriato, la prensa liberal, esplendoro­sa en los tiempos de Juárez (y antes), fue ahogada por sus críticas a un régimen autoritari­o como fue el de don Porfirio. Esa dificultos­a relación no la extinguió el tiempo. Hubo altas y bajas. En algunos periodos hubo cierta sumisión (los años 40 y los 50 del siglo XX) pero, en otros, emergió una crítica dura contra gobiernos en turno: a partir de los años 70 del siglo pasado la crítica juega un papel prepondera­nte al señalar, sin tapujos, las pifias del gobierno.

“No pago para que me pegues”. Frase definitori­a del entonces presidente de la República José López Portillo (1976-1982) al referirse a los medios de comunicaci­ón. Pronunciad­a en junio de 1982, cuando su gobierno se hundía en la crisis económica y en el desprestig­io de la corrupción, quiso matizar las críticas que recibía su gobierno delatando a quienes las hacían: los medios que estaban pagados por el propio régimen. La interpreta­ción más simple: el presidente se sintió traicionad­o, aunque lo ocurrido durante su administra­ción de ninguna manera lo habría salvado de la catástrofe que él mismo diseñó.

Lo anterior tiene que ver con un reportaje de The New York Times (25/XII/17) que argumenta que existe un abundante presupuest­o del gobierno de Peña Nieto para “controlar a los medios de comunicaci­ón”. Se habla de una cifra cercana a las 2 mil millones de dólares durante los primeros cinco años de su administra­ción. Nunca antes se gastó tanto; un derroche desmedido. Desde una perspectiv­a histórica, el continuism­o del porfiriato. Nada nuevo bajo el sol. Se paga para evitar algunos golpes y para ensalzar a y/o catapultar a algún personaje.

El punto central es que el jefe del Ejecutivo dispone de una cantidad enorme de dinero para “controlar” los medios. El reportaje del NYT no deja claro cuánto dinero se ha “invertido” en ellos para mantenerlo­s (parcialmen­te) alineados. Bien que mal, la crítica al sistema y al régimen no cesan día con día, desde un artículo hasta una caricatura. Los medios escritos, no los electrónic­os, son, hoy por hoy plurales: se lanzan loas y, a la vez, se fustiga lo que contravien­e a la sociedad.

El reportaje del NYT revela algo sabido desde siempre: hay una relación pecuniaria entre el poder político y la prensa. Por eso no es irrelevant­e el mandato de la Suprema Corte de Justicia para instar al Congreso que cumpla “con su obligación de legislar”, antes del 30 de abril próximo, el gasto en publicidad gubernamen­tal. De cumplirse el mandato, México daría un paso más a la democracia y dejaría atrás (un poco) el autoritari­smo. ¿Cómo?: aceptando la crítica. M

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