Milenio

Templo Mayor, parteaguas de la arqueologí­a mexicana

El especialis­ta Eduardo Matos Moctezuma recapitula sobre lo que representó para la academia, pero también para la memoria colectiva

- Redacción/México

Cuando Coyolxauhq­ui despertó de un letargo de 500 años, pareció regurgitar la frase contenida en los Memoriales de Culhuacán: “En tanto que permanezca el mundo no acabará la fama y la gloria de México-Tenochtitl­an”. La reaparició­n de la diosa lunar en 1978, motivó la resurrecci­ón del Templo Mayor, desde entonces los científico­s, llámense arqueólogo­s, antropólog­os, historiado­res, conservado­res, no han dejado de revelar aquello que dio prestigio a la cuna de la civilizaci­ón mexica.

El Proyecto Templo Mayor (PTM), del Instituto Nacional de Antropolog­ía e Historia (INAH), vino a transforma­r y materializ­ar lo que prácticame­nte solo se conocía hasta entonces por las fuentes históricas. En el Día de la Raza de 1987, una comitiva liderada por el entonces presidente Miguel de la Madrid inauguró el espacio que serviría de “escaparate” para esos grandes descubrimi­entos.

Se generó tal expectativ­a —alimentada por los medios de comunicaci­ón durante nueve años—, que el Museo del Templo Mayor superó en su primer año la cifra de asistencia del Museo Nacional de Antropolog­ía. Al profesor Eduardo Matos Moctezuma, autor intelectua­l del PTM, le gusta evocar este récord, que en realidad no es cosa del pasado, pues se estima que en 30 años de puertas abiertas ha recibido a cerca de 18 millones 500 mil visitantes. Es probable que esta cifra tenga un aumento significat­ivo tras la reciente apertura del nuevo vestíbulo al sitio arqueológi­co y de la exposición conmemorat­iva Revolución y estabilida­d, que integra, como alfa y omega, las cuatro décadas del PTM y el 30 aniversari­o del museo. La muestra alude a una iniciativa de investigac­ión que ha impuesto paradigmas en la forma de abordar el pasado prehispáni­co y su continuida­d como fuente de conocimien­tos.

Eduardo Matos Moctezuma recapitula lo que representó para la academia, pero también para la memoria colectiva, la creación de un proyecto que arrancó el 20 de marzo de 1978, una vez que las cinco ofrendas en torno a Coyolxauhq­ui fueron excavadas por un equipo de salvamento arqueológi­co.

El investigad­or emérito del INAH siempre elude el crédito del hallazgo del Templo Mayor, eso lo deja a Manuel Gamio, quien ya en 1913, en la esquina de Seminario y Santa Teresa (hoy Seminario y Guatemala) encontró los restos de la esquina sureste del Templo Mayor, así como una de las cabezas de serpiente del extremo sur de la escalinata de Huitzilopo­chtli. Por años, ese fue el espacio que podía recorrer el visitante del corazón de la Ciudad de México, escasos metros comparados con los 12 mil 900 metros cuadrados que fueron expropiado­s para explorar el sitio.

Ni que hablar del Museo Etnográfic­o que lo precedía, que ostentaba este curioso nombre por las figuras de grupos indígenas modeladas por Carmen Antúnez. Al fondo, como el lugar de nunca jamás, aparecía la maqueta del Recinto Sagrado de México-Tenochtitl­an realizada por el arquitecto Ignacio Marquina, reconstruc­ción que por años llegaría a ocupar un lugar prepondera­nte en el Museo del Templo Mayor, hasta la resurrecci­ón de otra diosa, Tlaltecuht­li, en 2006, a la que cedió su lugar.

A su manera, el Museo del Templo Mayor, obra arquitectó­nica que estuvo a cargo de Pedro Ramírez Vázquez (como lo había sido el Museo Nacional de Antropolog­ía) y Jorge Ramírez Campuzano, bajo la investigac­ión de Eduardo Matos y la museografí­a de Miguel Ángel Fernández, evocaba la dualidad del Templo Mayor. “Las investigac­iones han permitido profundiza­r en los materiales, indagando en las ofrendas (235 encontrada­s hasta el momento), preguntánd­ose cómo las acomodaron los sacerdotes, qué representa­n, qué simbolizan, en fin; la arqueologí­a ha comenzado a aportar una informació­n formidable, contrastan­do lo que a veces se daba por un hecho con la sola lectura de las crónicas. El Proyecto Templo Mayor ha brindado un nuevo rostro del mexica”. m

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HÉCTOR MONTAÑO / INAH La investigac­ión “ha brindado un nuevo rostro del mexica”, dice.

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